El hecho de que Vicente Soler, el matador de toros castellonense haya decidido pasarse a las filas de los banderilleros ha removido las cenizas de mi alma al pensar que, como tantas veces dije, el dinero no lo arregla todo y mucho menos en el mundo de los toros. Es cierto que, por ejemplo, Toñete, el hijo del gran empresario don Antonio Catalán, tuvo una gran ayuda en sus comienzos que, en el peor de los casos,  las ilusiones del chico no arruinaron a su padre porque el señor Catalán es dueño de un imperio hotelero pero, analizados los hechos, como se comprobó, la fortuna de aquel hombre n sirvió para que su vástago, ilusionado como estaba, triunfara como torero.

Lo triste y verdad es que como Vicente Soler los hay a montones y, ellos, recalcitrantes contra su destino son incapaces de bajarse del burro y comprobar que una cosa son las ilusiones y otra muy distinta la realidad de la vida que, siempre es como es y no como nosotros quisiéramos que fuera. Lo que está claro que, en el mundo de los toros, los hijos de los ricos aguantan mejor el tirón de la inversión para ver si suena la flauta que, en la gran mayoría de los casos, no suena nunca, ni con dinero ni sin el vil metal.

Y menos mal que el dinero no sostiene o arregla el que un torero pueda llegar a la cima; y digo que menos mal porque de lo contrario solo los señoritos ricos serían toreros y entonces el mal seria todavía peor porque siempre llevaríamos la cruz de pensar que solo los ricos tienen oportunidades que, en realidad, las tienen pero, justicia divina, solo llegan los que en verdad valen, aunque a muchos les haya costado cuatro lustros de lucha titánica que, por cierto, los últimos casos de toreros triunfadores todos son de familias humildes.

¿Qué hubiera dado, por ejemplo, don Pedro Gutiérrez Moya, el Niño de la Capea para que su hijo hubiera sido figura del toreo? Por dinero no ha sido nunca porque como sabemos, el señor Gutiérrez ha invertido lo que tenía y lo que le sobraba y, como se ha comprobado, El Capeita ha sido siempre, y lo sigue siendo, un tercerón del toreo que, como es notorio no llegará a nada por mucho que lo intente. Torpe su actitud de seguir vistiéndose de luces a sabiendas de que tiene un padre admirable y que a su vez tiene la vida resuelta en cualquiera de las muchas empresas que, como es evidente, El Niño de la Capea si hizo una gran fortuna, sencillamente porque tenía un toreo carismático que, sin llegar al paroxismo del arte si le sobraron reaños para encaramarse en lo alto de la torería y, lo que 4es mejor, arreglar su vida, la de sus hijos y nietos.

Un caso idéntico resultó ser el de Dámaso González que, el chaval quiso emular a su gran padre y todo quedó en el intento porque el hijo de aquel inolvidable padre al que adoró Albacete y el mundo entero, se dio cuenta muy pronto de sus carencias, abandonó y se dedica a los negocios que un día emprendiera su irrepetible padre que, como es notorio, tiene la vida asegurada, pero todo antes que hacer el ridículo. A Esplá le pasó lo mismo pero, Alejandro Esplá que tiene idéntica inteligencia que su padre, ruedos al margen, muy pronto comprendió que con dos licenciaturas en su haber, mendigar en el mundo de los toros era una falacia sin sentido.

Sabedor de lo complejo que es el mundo del toro donde un hombre apenas vale nada porque te utilizan como si fueras un muñeco de trapo, todo ello mientras se consigue un nombre y un respeto que, unos poquitos lo lograron en el acto pero, la inmensa mayoría, tras muchos años han visto culminados sus sueños y, dichosos de los que lo han logrado, caso de Emilio de Justo, Diego Urdiales y de forma última, Juan Ortega que, también le ha costado siete años de ostracismo pese a la juventud que atesora. Y cuidado, estoy hablando de los que lo han logrado pese al esfuerzo realizado pero, para mayor desdicha, los tenemos por decenas que pasarán los años y no serán nada en el toreo y, al respecto no quiero dar nombres pero, como se ha demostrado, Vicente Soler se miró en el espejo, vio los contratos que tenía, se marchó para el sastre y se hizo un vestido burdeos y azabache, por citar un color.

En la imagen vemos al arriesgado Alberto Lamelas, un torero de cuerpo entero que tiene corazón, cabeza y valor para parar mil trenes y, tras muchos años, para poder vivir sigue trabajando en el taxi. Y cuidado que no estoy hablando de un gracioso, hablo de un torero cabal que, en Francia de forma especial, ha puesto a la gente con el corazón en un puño. Y muchos soñadores queriendo ser toreros. ¿Esperáis el milagro?