Ayer se hicieron 601 días de no haber pisado un recinto taurino.
Un ayuno obligado por las terribles circunstancias que nos han llevado a estar en una larguísima cuarentena.
Y aunque desde hace algunos meses ya se han celebrado algunos festejos, la realidad no podía darme el lujo de descuidar mi salud, un tanto por amor propio y otro tanto por proteger a quienes me rodean.

Ayer con todas las medidas, acudí a la Plaza de toros “Silverio Pérez” de la entidad mexiquense de Texcoco, a presenciar un cartel que se antojaba interesante, en primera instancia por los coletas anunciados y las remembranzas de la ganadería que tantos frutos sembró en el historial de nuestra tauromaquia, pero sobretodo por volver a respirar ese aire sublime que emanan las arenas de los cosos taurinos, volver a ver de lejos a los aficionados, volver a sentarme en un cálido tendido a saborear los triunfos y a llorar los fracasos.

Y así con una ilusión de quien recibirá por primera vez la comunión, llegué a la plaza. Para mi sorpresa una gran entrada, dentro de las posibilidades, debido a que aún seguimos en situación delicada, y ñoque manifiesta el interés que ha despertado en el cónclave, el poder ver un cartel atractivo.

El humo de los habanos, los gritos de la vendimia que en México es muy común, aún en la lidia de los toros, y los sentidos que se agudizan hasta frotarnos las manos de la imperiosa necesidad de manifestar nuestra aceptación con una ovación abierta.
No quisiera dar los pormenores de la corrida ya que deben estar ya en las memorias, pero si expresar el motivo que me había tenido en el silencio desde aquel último festejo que compartí, en el que me sentí llena de amargura ante la pesadilla que viví en carne propia.
Su majestad el toro, es el motivo de la vida de nuestra amada Fiesta. La bravura, la presencia, el señorío, la acometividad, la fijeza, la clase, y todas aquellas cualidades que acompañan al último descendiente del Uro, son las que nos permiten sentir, las que nos transmiten, las que nos enfrentan al miedo, a la angustia, al morbo y a todas esas emociones, sensaciones y sentimientos que se encarnan en nuestra alma, que nos levantan del asiento o por el contrario, nos hunden en él.

Aplaudo con mucho respeto el hecho de que hoy día, una empresa se juegue la posibilidad de dar una corrida de toros, cuando la economía está tan mermada y que incluso esté dando 2 festejos en un día para motivar a protagonistas y al público.

Es loable que logren invertir en algo que evidentemente hacen por pura afición porque pese a la entrada de ayer, no creo que estén recuperando los gastos siquiera.
De verdad lo aprecio y valoro, pero…

Ahí voy!

¿Cómo puede un ganadero enviar una corrida de desecho que no reúne las condiciones básicas, llámese, ni siquiera trapío, sino presencia, para lidiarse en una plaza que se encuentra a media hora de La Capital?
¿Y los toreros? Siempre he querido preguntarles. Ellos que con toda la ilusión del mundo hicieron tantos sacrificios por lograr sus sueños, ¿qué sienten de lidiar un toro descastado? ¡Pero no solo uno, sino dos por tarde! ¿Eso es lo que soñaron? ¿Perseguir a un toro manso por el ruedo acosándolo en las tablas para poder robarle un par de embestidas medio templadas?

¿Y la empresa? ¿Permitir que un ganadero te mande una burla de corrida que no merece ni ir al matadero?

Pero ¿y el público? ¿De verdad estamos tan necesitados, que permitimos esta barbaridad?
No escuché protestas. Y bien entiendo que la gente acude a un espectáculo para divertirse, y a veces puede pasar por alto algunas situaciones, pero…

El único toro que permitió el lucimiento, un toro silleto, fue incomprendido. Claramente pedía más y más y no recibió el trato. Y no hablo por juzgar pero me dio tanta pena que el único bravo, aunque espantoso, se fuera con las orejas colgadas por un hilo de seda.
Y realmente entre una cosa y otra, los tendidos ya embriagados de las dulces mieles del fermento, o bien en una inquietante lujuria por el triunfo, o por el hastío que generó tanto ayuno, permitieron lo indecible.

Esa ilusión con la que uno entra a recibir la misa vespertina que ofician los de luces, se convirtió para mi, en una tremenda “pachanga” donde la fé recae en que se aviste el despertar y comencemos a exigir que ¡el TORO, vuelva a ser el protagonista, el Rey, y porqué no, el Dios mismo de nuestra Fiesta!

Por Alexa Castillo