Todos tenemos en la mente al triunfador en cualquier faceta de la vida que, por otro lado, es lógico que así nos suceda. El triunfo resplandece, motiva, enerva, invita, perdura, embellece, pero, más allá de cualquier éxito está la sombra del fracaso a la que siempre le tememos pero que, ciertamente, es una realidad no que no podemos obviar y casi siempre contra la que tenemos que combatir porque, en honor a la verdad, hay más fracasados que triunfadores pero, mientras el fracaso es huérfano, el éxito tiene padrinos por doquier.

Lo difícil, y eso deberíamos tenerlo como norma, es soportar el fracaso, combatirlo y, más tarde, recobrar el sendero para caminar hacia el triunfo. Es ahí, en la debacle, cuando se forjan los auténticos líderes que, llegado el momento son capaces de darnos cualquier lección. Ser hijo de la Duquesa de Alba, por poner un ejemplo, no tiene mérito alguno puesto que esas personas nacieron en una cuna de seda, por ello no tienen ni idea de lo que es la lucha y el valor para afrontar cualquier situación en la vida.

Lo que es meritorio por completo es no tener nada y llegar a la cúspide y, en muchas ocasiones, hasta llegar a lo más alto haber soportado situaciones dramáticas. Al respecto, he conocido muchas personas que, en un momento de sus vidas, si de negocios hablamos, les fue bien y alcanzaron notoriedad, pero a su vez supe de personas que, teniéndolo todo, por circunstancias adversas de las que no eran culpables lo perdieron todo y, hasta tuvieron el valor de empezar de nuevo. Ya lo dijo el maestro Facundo Cabral en uno de sus bellos aforismos: El que no está dispuesto a perderlo todo, no está preparado para ganar nada.

Y es cierto, si un fracaso te tumba y no eres capaz de levantarte no estabas preparado para conseguir nada relevante. Es más, por experiencia propia, yo diría que el fracaso estimula, te hace cambiar de estrategia, de modelo, de comportamiento y, adaptándote a tus nuevas circunstancias, si eres capaz de salir del atolladero has demostrado que eres un triunfador, porque el éxito no llega de la noche a la mañana puesto que, por ejemplo, en el mundo empresarial, se necesita tiempo, tenacidad, estrategia, capacidad de sacrificio y estar dotado de unos valores que, para bien o para mal no se enseñan en la universidad, que se lo digan a Amancio Ortega o cualquier otro empresario de semejante talla.

Insisto que, todos llevamos en la mente al triunfador, pero nadie nos paramos a pensar todo lo que ha habido en dicha carrera que, en la gran mayoría de las ocasiones ha estado jalonada de circunstancias negativas que, todo empresario ha tenido que digerir y, lo que es mejor, combatir para llegar al triunfo. Siento asco cuando veo, por ejemplo a los políticos cuando denigran la labor del empresario triunfador; y digo asco porque al margen de lo que supone como grandeza que haya muchos empresarios triunfadores, la aportación de estas personas al estado español es algo incuantificable que, a su vez permite que desde ese estado al que aludo se puedan construir carreteras, hospitales y tantísimos elementos de bien común que, me quito el sombrero, siempre, claro está, si todo ello viene desde la honradez profesional.

Hablé de Amancio Ortega como icono empresarial en España y si se me apura, en el mundo. El Grupo Inditex es todo un referente mundial, pero poca gente se ha parado a pensar cuando aquel jovencito Ortega, con doce años, se puso a trabajar en una camisería de La Coruña para ayudar a su madre. Digamos que, debemos de mirar la raíz de donde proviene la grandeza que ahora admiramos. ¿En qué universidad se estudia la carrera como empresario? No existe ninguna. ¿Verdad Fernando Roig? Al respecto la lista sería muy larga de ahí el gran mérito de estas personas que, por intuición, porque su corazón así se lo demandaba, fueron capaces de crear imperios para que los mismo fueran la mayor fuente de ingresos de cualquier país del mundo. ¿O caso piensa alguien que lo de China es una broma?

Para mi fortuna, siempre será una suerte haber conocido personas que, sumidas en el fracaso supieron remontar para llegar a lo más alto. Lo digo porque he conocido a muchos hombres y mujeres que, creyendo que todo estaba perdido, todavía les sobraron fuerzas para remontar, justamente, aquellos que estaban preparados para perderlo todo y, al final, gracias a su trabajo lograron su propósito. Si el triunfo es difícil, casi imposible de lograr en cualquier actividad de la vida, si de empresarios hablamos debemos de convenir que, esas vicisitudes negativas en muchas ocasiones se acrecientan mucho más que en cualquier actividad porque es mucha la globalización entre clientes, proveedores, empleados, dirigentes y todo el núcleo que forma parte de una empresa.

Por cierto, si de empresarios hablamos no nos queda otra opción que recordar la grandeza intrínseca de Amancio Ortega cuando, a sus veinticinco años ya era rico y, su madre, anonadada le dijo: “Hijo mío, si ya eres rico no debes de trabajar tanto, dedícate a vivir que, con todo o que has logrado nadie de la familia, ni tus descendientes cuando lleguen pasarán las penurias que nosotros hemos pasado.”

Ante la aseveración de su señora Madre, Ortega le respondió con una frase lapidaria que, la misma, al paso de los años ha quedado como auténtico referente de lo que es un empresario cabal. “Madre, yo no trabajo por dinero porque como tu dijiste, lo he ganado de sobra. En realidad, lo que me motiva es crear puestos de trabajo para que la gente pueda vivir con dignidad.

Y así sucedió. Al paso de los años aquel chaval de la camisería de La Coruña tenía trescientos mil empleados directos y ni se sabe el número de personas indirectas que trabajan para Inditex.

Bienvenido sea al fracaso cuando éste nos motiva para seguir hacia delante y, sin duda, para lograr lo que era nuestro sueño.