Sin duda ha sido el acontecimiento del mes en este país. La esperada reapertura de la Plaza México.

Ya he platicado el sentir de la mayoría de los que amamos la fiesta y que estuvimos en un ayuno de más de 600 días, obligados por un amparo que prohibía los festejos taurinos en la Alcaldía Benito Juárez, y que afectaba directamente al coso máximo.

De entrada el festejo inició casi 40 minutos retrasado. Algo que se ha visto en muy contadas ocasiones en este recinto. Pero lamentablemente un grupo de radicales antitaurinos agredió tanto física como verbalmente a los aficionados que intentaban entrar a la plaza.

Hubo afectaciones serias ya que rayaron muchas de las paredes y quisieron llegar hasta los monumentos, con picos lastimaron algunas estructuras. Los toreros no podían llegar por el caos que se formó. Y de hecho, estuvo la situación tan tensa, que una movilización de elementos de seguridad pública tuvo que intervenir.

Y cuando por fin sonaron parches y metales, el estruendo fue el estallido más grande. Era como si todos Los Ángeles del firmamento entonaran afinadamente las notas más puras nacidas de la emoción y la sensibilidad, ¡olé!!!

Ver esa plaza llena en su totalidad ha sido mágico verdaderamente. Me regresó a mi niñez, en la que una tarde y otra, así fueran novilladas el lleno era rotundo. Quedaron apenas algunos sitios disponibles, que presumiblemente quedaron en manos de los ambiciosos  revendedores que parecían caza fantasmas las semanas anteriores.

Y hasta aquí todo era alegría y entusiasmo.

Pero llegó la hora de que se abriera la puerta de toriles.

Ahí torcimos el camino.

Se lidió una corrida de “Tequisquiapan” de Fernando de la Mora; que no es otra cosa más que los mismos toros mansos que por muchos años han salido con el hierro de Fernando de la Mora.

De entrada, Tequisquiapan, pertenecía hasta hace unas semanas al rejoneador Ramón Serrano Segovia, y su hija Mónica.

El hierro y todo el ganado fue vendido a ellos, hace más de 30 años, por la viuda de “Don Fernando de la Mora”, y de pronto el hijo decide como ave de rapiña apoderarse del nombre, que si bien, en algún tiempo perteneció a su familia, hoy solo fue usado para tapar, como decimos en México, el ojo al macho, y distraer la atención de lo que realmente nos ofrecía el encierro.

Se pasó de bondad. Que triste que un ganadero de tanta experiencia haya permitido que su ganado perdiera la bravura tan considerablemente y hoy mande a una de las fechas más importantes de la historia de nuestra plaza, esa yunta de mansos.

De nueva cuenta un refilón en lugar del mal valorado tercio de varas. ¿Cuándo será el día en que volvamos a ver esos toros que acometían al caballo con tal resolución ? Y eso si, gordos, con kilos y en su mayoría quedándose parados. Y sin embargo el que para mi gusto podría haber caminado, que por cierto, estaba mucho mejor hecho, fue descaradamente menospreciado.

¡Ay Plaza mía! Me cuesta trabajo creer que los que supuestamente aman a su majestad, le falten el respeto a él, que es el protagonista, en definitiva al público y por ende a ti!

Tengo que tocar un tema por el que quizá seré condenada.

No quito, ni niego la capacidad de Andrés Roca Rey, puesto que lo vemos tarde a tarde por tierras ibéricas imponiéndose, jugándose la vida y cosechando triunfos a diestra y siniestra, pero en México jamás ha sido así.

La fama evidentemente le precede pero hasta el día de hoy, el peruano no ha demostrado su jerarquía en nuestro país , y hoy, quiso venir a hacer el favor de pisar nuestra preciada arena con desdén, faltando al respeto a su profesión misma.

“Muy señor mío! Soy la primera en reconocer la mansedumbre de los toros, pero ese no es pretexto para no realizar su labor dignamente, considerándose que además es quien más dinero se llevó esta tarde, y evidentemente pudo usted y su administración elegir el ganado”.

Ser figura del Toreo requiere de compromiso. Estaba usted ante la más grande oportunidad de su carrera en México. La plaza prácticamente abarrotada, y se dirá fácil, pero hacía décadas que nuestro coso no se llenaba de esta manera; y ¿usted deja ir una tarde que era para encumbrarse? Y eso va por los tres. ¿No son matadores de toros? ¿En dónde queda el título?

Joselito Adame, tuvo momentos, por así decirlo. Es un torero que se ha consolidado a lo largo de los últimos años. ¡Una promesa! Pero ya cayó en ese conformismo tan peculiar de quienes arañan el triunfo. Momentos, solo momentos en ambos toros. En el que abrió plaza, no hay gran cosa que contar. Buscando largueza ante las cortas embestidas hubo momentos en que el absurdo se hacía presente. Había una distancia entre su muleta y el astado, que me dejaba ver una dimensión desconocida Como ya dijimos, la espada le pesó y el silencio la respuesta de los parroquianos.

La mansedumbre no se hizo esperar. El cuarto de la tarde sin acometividad, ni fuerza, se durmió bajo el peto del caballo asumiendo que ese era su destino, sin siquiera intentar pelear por su raza. José trató de sacar ventaja, pero aventajando, y dio al traste. Algunos por ahí, le jaleaban más bien en un anhelo profundo de triunfo. Porque estar en un acontecimiento así, y que no haya méritos es decepcionante. Y claro que todos queríamos que los diestros salieran en hombros, pero…

Otra vez pesado con el acero y a retirarse entre suspiros de quienes anhelaban la gloria para el mexicano.

Diego Silveti fue muy criticado por los aficionados que no entendían su inclusión en esta tarde. Sin embargo hubo destellos en su proceder. Lo que me parece un poco absurdo es que la justificación para que las cosas queden en el aire, sea que los toros se quedaron parados. Y lo comento porque justo ayer recordábamos las grandes tardes de su padre. David Silveti, que por condiciones diferentes tenía que lidiar con toros sin movilidad y sin embargo ese Silveti llegaba a extremos donde conmovía a los asistentes. Donde la gente estaba al borde del asiento por los terrenos que el ya nombrado pisaba. Aún recuerdo como si fuera ayer aquella increíble tarde del 27 de enero de 1991. Cuando las lágrimas brotaban de los ojos del torero y aficionados.

Cuando tras una faena de pundonor y emociones estremecedoras, tras fallar con la espada la plaza se volvía loca y después de dos desaciertos le fue concedida una oreja, una de las más solicitadas. La plaza se tiñó de blanco de la pasión que desbordó David ante un toro completamente parado, que buscaba las tablas. Y hoy, vemos con tristeza que si el toro no camina, es mejor abreviar y retirarse entre tibias palmas o bien en silencio.

El primer toro de Roca Rey estaba completamente inválido. La gente enfadada protestó con toda la intención de devolverlo, pero reglamentariamente no había posibilidades, por lo cual el diestro abrevió silenciando su labor.

El último fue verdaderamente la hecatombe. Un toro de mejores hechuras que tuvo una boyante salida. Fue al caballo embistiendo con la cara abajo y levantando al picador. Por chicuelinas lo quitó haciéndose ovacionar. Hasta aquí todo correcto. Pero habría de coger la muleta y tras brindar, pegarle una serie de péndulos que empezaron a calentar el ambiente. Pero no le duró el gusto. Al toro había que darle su tiempo pero si el peruano no conoce al toro mexicano no hay manera. Decidió abreviar y con ello un sinfín de intentos fallidos y de descabellos mal colocados, que lo llevaron a escuchar los tres avisos y recibir el deshonor de ver como se le iba vivo el que pudo haberlo encumbrado.

Hablaba líneas arriba de David Silveti, y justo recordar esa tarde es recordar a Jorge Gutiérrez que cortó el rabo 101 en esa justa fecha. Y recordarlo es entender al toro. Porque él se daba su tiempo para acariciarlo con cada pase y lograr encontrar ese punto clave que tienen los toros mexicanos que de nobleza se han pasado. Esas faenas eternas que acababan rompiendo, donde la inspiración y la voluntad hacían las suyas para poder salir en volandas, eso era épico. Con un desenfadado gesto pedía al público paciencia porque vendría lo mejor. Y la gente enloquecía porque de pronto el toro parecía haber dado un giro categórico y encelado comenzaba a embestir como una carretilla. Los sombreros caían en la arena a decenas y los asientos vibraban con la emoción de ver como ese hombre se jugaba la vida. Ayer lo que volaron fueron cojines, en forma de reproche porque la gente se siento timada, engañada, robada e insultada, por un torero que, como se escuchaba en los túneles, “vino solo a cobrar”.

Señor Roca Rey. Esta plaza merece su respeto, el toro mismo, merece su respeto y si usted, no es capaz, no venga a hacernos un favor. Si el toro bobo mexicano no le es digno, absténgase porque algo si es seguro. ¡Que no va a volver a ver una Plaza México volcada cuando usted se vuelva a atrever a anunciarse en un cartel!

Tarde de decepción

El próximo fin de semana se conmemora el 78 aniversario de la Inauguración de la Plaza más grande del mundo. En estos días haremos una semblanza de la importancia que ha dado el coso máximo a esta ciudad y a nuestro país.

Alexa Castillo