El mundo de los toros siempre ha estado rodeado de personajes singulares que, desde dentro se les conocía como buscavidas y, nunca una acepción tuvo mejor sentido que la expresada cuando se trataba de tipos originales, hombres que se ganaban la vida sin hacerle daño a nadie y, por sus habilidades sabían ganarse el pan para sus hijos. Es el caso de Pedro Peláez Silvera, un “reventa” de aquellos años setenta, ochenta y noventa que, como me contaba, vivía como un rey gracias a sus gestiones proporcionándole entradas a todo aquel que las demandaba cuando, como era notorio, las taquillas se habían cerrado por haberse agotado el papel.

Pedro hace años que está jubilado, reside en Madrid y en la actualidad vive rodeado de los suyos y gozando de ese merecido descanso por el que tanto trabajó en todas las ferias de España. Pese a su retiro lógico por aquello de la edad, Pedro me hablaba con cierta amargura al pensar en lo que ha quedado su “profesión” ya que, como sabemos, los tiempos han cambiado tanto que, como decía en el enunciado, el “reventa” hace años que murió y, como digo, Pedro, desde su nostalgia, así me lo contaba.

De igual modo me decía que, para sus adentros, empezó tarde en la profesión porque en la gran época dorada para que su trabajo fructificara en ganancias suculentas, era cuando los años de El Cordobés pero, en aquellas calendas Pedro era todavía apenas un muchacho que empezaba a vivir pero que, aquel torbellino de Villalobillos fue el motor que le empujó para dedicarse a una “profesión” tan rara como “ilegal” si se me permite el término. No en vano, todavía llegó a tiempo en plazo y forma para que El Cordobés le diera un buen “cacho” de pan gracias al tirón que tenía el diestro más taquillero de la historia, al menos en los últimos cincuenta años vividos.

Fijémonos como era el toreo en aquellos años que, además de Pedro, decenas de personas hábiles se ganaban un suculento sueldo, no sin esfuerzo e inversión, claro, vendiendo entradas cuando las taquillas habían echado el cierre. Pero amigo, fueron cambiando los tiempos, la gente dejó de ir a los toros de forma masiva y, aquellos hombres ilusionados que hacían préstamos incluso para adquirir las localidades de la ciudad en que se encontraban para luego revenderlas a los aficionados con un módico veinte por ciento, todo eso ya pasó a la historia y, lo que es peor, no volverá a repetirse jamás.

Pedro fue capaz de llenarme de nostalgia al escucharle, no porque yo no lo supiera, pero si para certificar la “defunción” de una “profesión” que, en aquellos años tenía su sentido y, además, eran hombres necesarios para la fiesta, que se lo digan a miles de aficionados que, amparándose en Pedro Peláez, tenían la certeza de que siempre encontrarían una entrada para ver la corrida que correspondiera. Por dicha razón, este hombre lleno de nostalgia por todo lo que ha vivido, solo tiene palabras de agradecimiento a las figuras de la época las que, sin saberlo, le dieron de comer a sus hijos.

Nada es gratuito porque para tal menester había que hacer, como digo, la correspondiente inversión o, en su defecto, tener mucha influencia con el jefe de taquillas para entregarle las entradas correspondientes a pagar cuando empezara el festejo. Por dicha razón, Pedro fue un afortunado que, a la sombra de los grandes toreros y con su buen hacer como gran “profesional” en la materia, crió a sus hijos de forma admirable, por todo ello, como decía, él siente ahora la pena de que un trabajo que tanto le reportó, ahora todo se ha perdido y, repito, es una “profesión” que nadie la volverá a retomar en el mundo de los toros.

En las imágenes, José Tomás, el único diestro actual que podría seguir dándole de comer a los “reventas” pero, como quiera que no torea, por dicha razón murió la “profesión” antes descrita.