Todos los aficionados nos hemos alegrado de que el pundonoroso diestro Raúl Aranda haya podido celebrar sus bodas de oro como matador de toros enfrentándose a un toro de verdad para su lidia y muerte, un suceso que ha tenido lugar en Arlés y del que nos alegramos, especialmente los que somos sus coetáneos que, en su momento pudimos disfrutar de sus legítimos éxitos. Un gran éxito de Raúl Aranda, todo un mérito indiscutible por su parte ya que, casi con setenta años ha llevado a cabo una proeza nada usual entre los toreros.

Al recordar a Raúl Aranda nos invade una pena tremenda porque, un torero con su calidad, torería, gusto y bien hacer, quedó truncado por las terribles cogidas y cornadas graves que sufriera en su carrera; maldito lance del destino que propició que no llegara a la cumbre un torero que lo tenía todo para ser un auténtico ídolo, la prueba no es otra que sus triunfos en plazas de enorme relevancia, entre ellas, Las Ventas de Madrid en la que triunfó en repetidas ocasiones teniendo, como baluarte más representativo su salida en hombros de dicha plaza en aquella corrida de Beneficencia del año 1972, un festejo al que llegó precedido de otros éxitos.

Como quiera que aquella corrida tan especial como mágica, fue presidida por el Generalísimo Franco que, como sabemos no era aficionado a los toros pero que, tratándose de un jefe de estado sabía estar a la altura de su mandato, razón por la cual acudió a Las Ventas en repetidas ocasiones, un mérito el suyo porque era consciente de que el cargo obligaba a dichas circunstancias, nada que ver con los políticos de ahora que, cuando algo no les gusta, no es que no acudan, es que lo quieren prohibir. Eran tiempos de políticos cabales que estaban en política para defender los intereses de España, nada que ver con la actualidad que, la gran mayoría están política para enriquecerse y robar todo aquello que les sea posible.

Han pasado casi cincuenta años de aquel suceso y, de mi parte y de algunos aficionados más que lo hemos comentado en repetidas veces, a nadie se nos ha olvidado aquel brindis de Raúl Aranda a Franco, algo inusual entre los toreros que, parcos en palabras, llegado el momento de hacer un brindis a un jefe de estado no encuentran las frases adecuadas y con un “va por usted” lo arreglan todo. Resaltamos aquel brindis que, por emotivo, sincero y cabal, no podíamos olvidar, por ello lo traemos a colación en estos momentos en que, mentar a Franco es como nombrar a Satanás. Dijo Raúl Aranda en su brindis:

Excelencia: Tengo el honor de brindarle la muerte de este toro como le brindaría mi vida si por España fuera preciso.

Seguramente muchos retrógrados de la actualidad verán dicho brindis como un alegato hacia el fascismo que ellos nos tildan a todos los que seguimos amando a España por encima de todo; los que pasado el tiempo seguimos añorando aquella forma de vida donde apenas pagábamos impuestos, todos éramos libres y disfrutábamos en plenitud aquella España próspera en todos los órdenes. Posiblemente, al recordar aquel brindis tan emotivo como fantástico, en la actualidad, hasta es posible que Raúl Aranda se encuentre en su camino algún descerebrado que se lo recrimine tantos años después, nada importa porque el diestro de Almazora, el que se afincó en Zaragoza para ser un maño más, en aquellos momentos hizo lo que debía, sentirse un español auténtico algo que, en la actualidad, sería considerado como poco menos que un crimen.

Brindis al margen, lo que pretendemos en alentar a Raúl Aranda en este momento de su vida en que, por sus acciones ha demostrado vivir en plenitud porque matar un toro a su edad no es ninguna broma. Tenemos la sensación de que el diestro aragonés ha encontrado paz en su alma, algo que celebramos muchísimo porque su vida, cornadas al margen de las muchas que sufrió, ha estado lacerada por mil lances amargos del destino que el diestro tuvo que soportar de forma estoica. No ha sido fácil su historia, pero como se ha demostrado, ha podido más su corazón que ha sido capaz de lidiar el toro más difícil de su existencia, el de los imponderables que siempre laceraron su existencia.