Si el aficionado supiera todo lo que se cuece entre bambalinas antes de la celebración de una corrida toros, incluso el propio gentío sumido en la ignorancia, no acudía ni Dios a una plaza de toros. Son muchas las corruptelas que no vemos pero que, a diario, se llevan a cabo con total impunidad, si de muestra vale un botón, entre otras muchas cosas, el toro de Miura que pudimos ver en la plaza de toros de Requena, desmochado totalmente en sus pitones; eso porque salió a la luz pero, insisto, si supiéramos todo aquello que nos ocultan, la fiesta habría desaparecido por completo sin la ayuda de criminales externos.
Lo triste de la cuestión es que los aficionados que nos consideramos cabales, todos defendemos y apoyamos a los toreros válidos para que lleguen a lo más alto, siempre partiendo de la base de que tienen condiciones más que sobradas para ejercer su bello ministerio taurino y, una vez en los altares, todos, sin distinción, son “víctimas” del sistema establecido y, donde dije digo, digo Diego.
O sea que, en definitiva, somos estúpidos cuando defendemos a hombres que, llegado el caso, no es que no nos den las gracias por su apoyo recibido en mucho tiempo, es que nos toman por idiotas, algo que me pasó a mí con Ortega Cano, con el que me pasé diez años defendiendo su clase, su torería, su arte en definitiva y, cuando llegó a la cima se olvidó para siempre de todos los que le ayudamos, de forma muy concreta con su Peña de Cartagena que, durante tanto tiempo invirtieron dinero e ilusiones para ayudar a Pepe, como todos le conocían. Pepe, una vez que triunfó su olvidó para siempre de los suyos y, claro, ahora está recibiendo el pago que la vida le debía.
Para que nos demos una idea de cómo funciona el entramado taurino podría decir que, por ejemplo, se me ocurrió defender a capa y espada a Juan Ortega tras verle una tarde agosteña en Madrid en la que le cortó una oreja de ley frente a un toro de verdad y, como dato curioso, resulta que todo el mundo ponderó al diestro en una corrida televisada desde Linares, agosto 2020, en que, frente a un animalito de Juan Pedro, muchos críticos descubrieron la pólvora con la actuación del muchacho que, dicho sea de paso, desde que plasmó aquella bella obra en la ciudad minera siempre ha procurado matar los burros amorfos de Juan Pedro y similares. ¡Y todavía no ha llegado a figura del toreo!
Recuerdo con pena infinita cuando en pleno fulgor de Jesulín de Ubrique, sin duda, el peor trapacero del mundo, el tipo que pasará la historia porque recogía bragas que las señoras le echaban mientras daba la vuelta al ruedo, en una feria de Colmenar Viejo en que estaba contratado, acudió al sorteo y al ver un determinado toro le dijo al empresario que, o retiraba dicho toro y se caía del cartel, amén de que sus toros ya estaban afeitados. Y la amenaza era muy seria porque, el tipo aludido llevaba un parte médico en el bolsillo en el que rezaba que, momentos antes había tenido una luxación en un brazo y no podía torear. El empresario que tenía todo el papel vendido tuvo que tragar y eliminar a dicho toro del sorteo. Para eso quiere todo el mundo ser figura. Y nosotros, para que lleguen a la cúspide, les seguimos defendiendo. Tampoco somos muy listos que digamos.
Si se me apura, dentro de la torería actual, el único diestro que siendo figura del toreo es capaz de reivindicarse consigo mismo y seguir matando corridas dignas, no es otro que Emilio de Justo puesto que, ya vimos en Madrid, la tarde que sufrió la terrible lesión, con qué toros se había anunciado y no le hacía ni la puñetera falta pero, es cuestión de dignidad, la que no tiene nadie porque, reitero, todos quieren llegar a lo más alto para saborear la comodidad y si hay que burlarse del aficionado por aquello de los burros que suelen lidiar, que se jodan, por imbéciles, pensarán ellos, claro está.
Por todo lo dicho y tres mil razones más, la única figura del toreo que llegó a la cúspide matando el toro de verdad con esas ganaderías que no quiere nadie, se compró una finca y vive como un rey, no es otro que Paco Ruíz Miguel. La suya, como sabemos, ha sido una carrera ejemplar porque, Ruíz Miguel, como tantos, una vez rico podía haberse alejado de las alimañas pero, su dignidad pudo más que todas las corruptelas del mundo. Bien es cierto que, gracias a estos toros, como el maestro confesó muchas veces, a un toro de Murteira, en Madrid, le enjaretó catorce pases y una estocada y le cortó las dos orejas, un hecho que pudimos ver calcado en la feria de otoño de Las Ventas en el año 2010 en que, Juan Mora, con idénticos muletazos, cortó las dos orejas a su enemigo.
Datos como los contados son los que nos vienen a demostrar la grandeza y autenticidad de un torero puesto que, aquello de pegarle noventa mantazos a un medio toro desvalido, sumiso, amaestrado y sin el menor atisbo de casta, eso es propio de la torería actual, nunca de los que han sido grandes toreros. Claro que, las figuras del toreo no viven de los aficionados, más bien de la ignorancia de las gentes que, al albur de nombres rimbombantes acuden a los recintos taurinos para lucir palmito. Puesto que hablamos de toros sumisos, ayer le salió uno a Pablo Aguado en Sevilla con una bondad franciscana; no es que Pablo toreara despacio, que lo hizo; la cuestión era que el animalito sin fuerzas para nada apenas tenía resuello para embestir, de ahí la suavidad de los muletazos de Aguado, lo que quedó todo en una parodia porque sin toro ya me contarás ustedes. Y ayer en Sevilla no hubo toros.
En la imagen vemos a Emilio de Justo en Madrid con el toro de Pallarés que le hirió tan gravemente. Sin duda, De Justo, es el único referente entre las figuras del toreo capaz de lidiar cualquier tipo de ganaderías, Victorino Martín, es el ejemplo de lo que digo, entre otras, claro está.