Vaya por delante que, el señor Juan Bautista Jalabert, en su feria de Arlés es completamente libre para montarla como le de la real gana que, para eso es el empresario. Nada que objetar respecto al montaje pero, como no podía ser de otro modo hay mucho que matizar sobre el resultado que, como todos presagian y saben, los medios oficialistas, los que mal comen de la crítica taurina y demás asalariados al respecto, todos han cantado las excelencias de dicha feria; es cierto que sin grandes botafumeiros, pero si con la dulzura propia de cuando actúan las figuras.

La llamada corrida concurso me pareció un fiasco en toda regla porque, los toros, pese a que algunos acudieron al caballo con presteza, ¿cómo se puede entender una corrida concurso sin toros? Me explico, los seis animalitos que salieron por chiqueros tenían pinta de toro bravo, pero de corazón generoso que, daba la sensación de que los diestros se los habían traído a la plaza en la furgoneta. Todos los toros lidiados, a excepción del de Santiago Domecq que sacó un punto de casta, del resto es mejor olvidarnos y, para colmo de los males, sus lidiadores, cuando eran entrevistados por el periodista de turno, alabaron las condiciones de sus enemigos. Siendo así, ¿qué pasó para que aquello no rompiera y hubiera ardido la plaza del Arlés en una borrachera de éxito?

La pregunta tiene una fácil respuesta, no había toros que emocionaran a nadie porque eran hermanitas de la caridad vestidas de negro, sin maldad, toda bondad, pocas fuerzas y con deseos de que aquello acabara pronto porque, como sabemos, los toros muchas veces desean la muerte antes de tiempo porque ya no tienen fuerzas para nada. Está clarísimo que, si el toro no tiene un mínimo de casta que se traduzca en trasmisión, más que una corrida de toros asistíamos a un entierro de tercera. Claro que, esos toros de Arlés, los sacan en Ceret, por ejemplo, y los matan a pedradas. Y como ejemplo de todo lo contrario, el pasado domingo se lidió en Consuegra una corrida de toros de Julio García con muchísimo más trapío, casta, pitones y bravura que lo que se lidió en Arlés por El Juli compañía.

Con ese tipo de toros, Victoriano del Río y Garcigrande, El Juli no necesita muleta porque con la gorra le basta y le sobra para estar delante de los animalitos a los que, les molió a derechazos sin alma, sin emoción y sin nada que trasmitir a los tendidos, lo que todavía me pregunto es por qué le dieron una oreja; sin duda, el presidente es un hombre muy dadivoso. Como decía, Arlés no ardió. Y mucho menos con ese hombre llamado Paco Ureña –que cortó otra oreja nadie sabe cómo- que es la tristeza elevada al cubo cuando debería estar pletórico, rotundo, feliz, contento de haber alcanzado la meta de ser figura del toreo porque, cuando un torero mata esos animalitos ya tiene el entorchado de figura. Por allí anduvo el hombre con esa cara de circunstancias con la que vive que, en realidad, no sé si pretende dar lástima o tomarnos el pelo a todos. Vamos, como queriéndonos decir: “miren ustedes, he hecho todo lo que he podido pero si los animalitos no colaboran, nada más puedo hacer”.

Ureña, como todos los toreros, sabe que ese tipo de toro no emocionará jamás, pero como el espectáculo de las figuras está montado de esa forma y además, como decía, lo cantan y ponderan la prensa de “nivel”, todos contentos. Con Paco Ureña, la gente que amamos al toro tenemos un grave problema puesto que, nos sentimos traicionados por este torero que, durante muchos años logró enloquecernos de felicidad por aquello de las gestas que protagonizaba enfrentándose al toro de verdad y con el que triunfó en repetidas ocasiones. Recordar aquellas sus hazañas heroicas y llenas de verdad y, verle ahora en el mundo de la parodia del toro, ciertamente, nos produce una tristeza inmensa. Lidió el de Jandilla y Alcurrucén y, todavía me pregunto con qué toro estuvo más triste. Y así son casi todos los toreros que desean llegar a la cumbre porque saben que, allí desaparece el toro de verdad y, en ocasiones, llega el dinero fuerte.

Fijémonos cómo sería todo que, un chaval de Nimes, Adrián Salenc, puso contra las cuerdas a las figuras y, si no recuerdo mal, Salenc lleva toreadas menos corrida que los dedos de una mano. Pero el chico estuvo muy decidido y firme con el toro de Santiago Domecq que, como decía, sacó ese punto de picante que sí emocionó a los tendidos y, mucho más, tratándose de un chaval imberbe en la profesión. No se amilanó en el último de Pages y, al final, cortó una oreja de cada toro. ¿Qué nos dice el triunfo de este muchacho? Está clarísimo. Si un chico que apenas ha toreado cuatro corridas de toros es capaz de estar a la altura de las grandes figuras del toreo, con eso está dicho todo.

Al día siguiente, es decir, domingo, un mano a mano que no lo entendía ni Dios pero, como digo, doctores tiene la iglesia, en este caso empresarios taurinos. Alberto Bailleres sabía que, cuando adquiría los toros de Zalduendo estaba comprando bombones de Estepa, pero poco más. Es cierto que, los bombones, como regusto de dulzura son exquisitos pero, nunca en la vida servirán para alimentar al ser humano puesto que, los mismos, nada tienen que ver con al alimento natural con el que sobrevivimos. Eso pasa con ese tipo de toros que, serán muy dulces, pero no conquistarán jamás el corazón de ningún buen aficionado.

Estudio a Antonio Ferrera que, durante tantos años matando auténticas corridas de toros, un día de la vida se le ocurrió cambiar el chip, él sabrá cómo se las ingenió y, de repente, empezó a florecer una torería inusitada a la que no conocíamos; de Ferrera, lógicamente, siempre admiramos sus hazañas, su valor, su forma de banderillear con la que cautivaba a los aficionados pero, al parecer, se levantó un día y pensó: “Eso que lo haga El Fandi, que para eso tiene buenas piernas”. Y fijémonos cómo era la cuestión que, Ferrera llegaba Arlés tras diez años de ausencia y, los aficionados le reclamaron las banderillas. Una plaza en la que una década antes se había enfrentado a los Miura, Victorino, Palha, etc. etc……Pero ahora eran de Zalduendo que lidió a su primero y tercero; con el primero sacó esa pinturería que luce ahora el diestro y, sin peligro alguno por parte del animal, Ferrera estuvo tan animoso como siempre. Mató el de La Quinta que, sin ser nada del otro mundo, ahí vimos al Ferrera esforzado y tomando las precauciones oportunas para llevar a cabo una faena entregada en la que, él, más que nadie, sabía que la sangre del toro era de Santa Coloma, de ahí el empuje del toro y el esfuerzo del torero; le dieron dos orejas que sobraba más que una y al toro le dieron la vuelta el ruedo. Mató el tercero de Zalduendo que salió casi muertecito de los corrales.

Diego Ventura estuvo sensacional en su menester, algo que nadie le pondrá en duda. Fantástico el maestro, así como sus caballos, tan admirables como el propio rejoneador. Tres orejas y triunfo de ley. Como fuere, hay que felicitar a Juan Bautista Jalabert como empresario que, ese logro, con lo que estamos padeciendo, no se lo arrebatará nadie, sencillamente porque una cosa es el gran trabajo de la organización y, más tarde, el resultado artístico del espectáculo que nada tiene que ver con el montaje.