Cuando la situación actual que padecemos debido a la pandemia que nos azota, no nos quedó otra alternativa que apearnos del mundo para, a partir de dicho momento, tratar de reencontrarnos, analizar nuestro interior y, por ende cambiar los hábitos que teníamos de vida para recluirnos en nuestro interior.

Se trata de un ejercicio durísimo que jamás habíamos sospechado que teníamos que llevar a cabo pero que, como se ha demostrado, ha sido la gran lección que nos ha dado la vida, si acaso para que comprendiésemos el desenfreno con el que vivíamos para que, tras lo sufrido, comenzáramos de nuevo pero con otros argumentos. Hoy, amigos, toma más fuerza que nunca la frase de Facundo Cabral cuando nos decía: QUE NADA VALGA TANTO COMO LA VIDA Y LA VERDAD SERÁ LO QUE TOMAREMOS JUNTOS DE LA MANO.

Nuestro confinamiento nos ha demostrado eso, que nada vale tanto como la vida y, sin duda, la que vivíamos no era la más adecuada, por ello ha venido ahora esta macabra situación para que todos, desde el primero hasta el último, tomemos el aprendizaje oportuno puesto que, si no aprendemos tras todo lo que estamos viviendo será un signo de torpeza que nos definirá por completo.

No todo tenía que ser malo que, en gran manera lo es; pero si algo debemos de tomar nota es que, por vez primera en la historia, la humanidad ha sabido comprender la grandeza del tiempo; ese tiempo que antes le negábamos a todo el mundo con excusas baratas, es ahora lo que nos sobra por completo. Lo triste será si todo ese tiempo que nos sobra no lo sabemos utilizar; se trata de un valor en alza que, como digo, todo aquel que lo haya utilizado para la reflexión interior será un afortunado.

En el peor de los casos, la hecatombe que estamos viviendo nos debería de servir para inspeccionar nuestro interior, para aparcar para siempre nuestro maldito ego que siempre nos traicionaba en todos los órdenes; muchas son las lecciones que deberíamos de aprender para en un futuro intentar ser mejores y más solidarios para con nuestros semejantes.

Ahora, cuando hemos comprendido que no sabíamos nada, la vida nos ha dado esta oportunidad para que aprendamos un poquito en todos los sentidos. Ahí están los libros que, para cualquiera, son un sedante ante la vida. Al respecto, me han llegado confesiones inmensas de personas que no habían leído un libro jamás y, en la actualidad, están totalmente instruidos porque, nunca lo olvidemos, todo está en los libros para que aprendamos un poquito más, en el peor de los casos, para tomar ese hábito del que tanto carecíamos.

Pese a todo, la vida sigue siendo generosa para con nosotros. ¿Quién nos tenía que decir que tendríamos tiempo hasta para el amor?  No hace falta que me regales el tiempo que te sobre porque lo tienes todo, regálame un poquito de tu amor, de tu cariño sin límites que tanto bien hace a mi alma.

Nacimos para encontrarnos y, en realidad, dos mil años después es cuando nos hemos encontrado por completo. Antes del maldito coronavirus, todo eran prisas, no teníamos tiempo para nada, vivíamos prisioneros de un estrés trepidante que, en realidad nos hacía acudir al psicólogo más veces de las debidas. Ahora, el psicólogo lo llevamos todos dentro de nuestros corazones y, de forma total, nos auto comprendemos sin necesidad de que nadie nos lo recuerde. Es decir, queda demostrado que lo que necesitábamos era una cura de humildad que, como antes decía, si salimos de esta habremos ganado una batalla inmensa que nos proporcionará una felicidad indescriptible.

El momento es duro, de unas connotaciones gravísimas puesto que estamos inmersos en el mar de la incertidumbre; no sabemos si los datos que nos aportan son los ciertos o aproximados; todos son dudas a nuestro alrededor, razón por la que tenemos que consolarnos a nosotros mismos; no podemos fiarnos de los datos que a diario nos ofrecen porque, en realidad, mientras sigamos vivos, con ello ya podremos hablar de un gran éxito en el futuro. Miles de personas no pueden decir lo mismo de forma desdichada; no dicen nada porque han muerto por culpa de esta desdicha sin límites.

Los que quedemos vivos, es que quedamos alguno, debemos de quedarnos como testigos de suma relevancia para contar, mediante la palabra y la letra escrita, a generaciones venideras, a nuestros niños pequeñitos, todo lo que un día de la vida pudimos sufrir. Sin duda alguna, nuestros hijos y nietos ya tienen tarea para el devenir de los tiempos para contar una tragedia que no había sucedido jamás, al menos desde 1915 en que aquella gripe macabra se llevó la vida de cincuenta millones de personas por todo el mundo, contabilizándose trescientos mil en la España de aquellos años.