El invento de la televisión, algo irrepetible, en honor a la verdad tiene sus cosas buenas, muy buenas diría yo pero, en la otra cara de la moneda, la misma deja grabados para el recuerdo momentos que, por nada del mundo quisiéramos ver, pero es el canon que debemos de pagar por aquello de tener inmortalizados los devenires de la sociedad con sus hechos trascendentales.

El axioma podemos aplicarlo a los toros como a cualquier espectáculo que se precie puesto que, las cámaras, en su día, vigilaron y, como digo, dejaron para el recuerdo todo aquello que ha sucedido en los ruedos desde que conocemos el invento de la televisión. Cierto es que, hasta la aparición de Movistar Tv, antes Canal Plus, las grabaciones quedaban archivadas en las respectivas cadenas y, rara vez podíamos ver, caso de los toros, algún espectáculo de tiempos atrás.

Ahora no. Como quiera que Movistar tiene, como sabemos, una cadena dedicada en exclusiva a los toros, por lógica tienen que repetir cientos de veces muchos espectáculos taurinos que, los que han sido triunfales nos satisfacen de nuevo mientras que, los no demasiado afortunados, además de entristecernos, podemos ver las caras de desolación de los diestros que, en su momento, sufrieron el desencanto del fracaso. Es cierto que, dicha cadena, a la hora de la redifusión, en el peor de los casos, deberían de elegir aquellos espectáculos más triunfales porque, como en el caso que me ocupa, retrasmitir de nuevo un fracaso de un torero no es nada agradable y menos si se trata de un chico humilde como Fortes.

Entre las grabaciones que en estos días ha emitido la citada cadena, me consternó la corrida celebrada el 22 de mayo de 2016 en Las Ventas que, en honor a la verdad, su recuerdo no ha sido agradable para nadie, si acaso, se salvó de aquella hoguera Paco Ureña que, con el público a favor cortó una oreja, más que por su labor que de artística no tuvo nada, pero sí tuvo mucho que ver con el premio las dos espeluznantes cogidas que sufriera el diestro; sí, son esos revolcones que, sin resultar herido, para su fortuna, pero que dejan un gran calado entre las gentes, hasta el punto de que le dieron una oreja muy celebrada.

Si digo la verdad, dicho festejo no vivía en mi mente, ni creo que en la de nadie, pese a haber visto el festejo en su día. Son esas corridas insulsas que, insisto, no dejan huella alguna pero que, al verla de nuevo, tristemente, se sacan muchas conclusiones. Cerraba el cartel de aquel festejo un chico llamado Fortes que, en un ataque de genialidad, en su día prescindió de su nombre y primer apellido; quiero pensar que el muchacho, para anunciarse en los carteles quería honrar a su señora madre, algo que dice mucho de un hijo hacia su madre.

La actuación de Fortes me dejó helado, de forma muy concreta en lo que fuera su segunda comparecencia, justamente, el último toro del festejo. A Fortes le cupo en suerte ese toro que sueñan todos los toreros para poner al revés la plaza de Madrid que, el chico estuvo bien; su faena resultó muy bien estructurada, pulcra, aseada; bajó un tanto por el pitón izquierdo pero, muy pronto rectificó el torero para pasar, de nuevo al pitón derecho. Digamos que, no hay objeción alguna sobre la labor del torero de Málaga que, en el toro que cito, lo mató de un soberbio estoconazo del que rodó sin puntilla el animal.

Digamos que, el festín estaba preparado para lo mejor; insisto que, era el toro ideal en la primera plaza del mundo, plaza llena, feria de San Isidro, todo el taurinismo dentro de dicho recinto. Y, como diría el otro, ¿qué pasó? Eso es lo peor, que no pasó nada.

Yo quedé sin sangre en las venas al ver la reacción del público que, como digo, ni se molestaron en dedicarle al chico unas palmas de consuelo. Claro que, Fortes, tras aquella debacle debería de haber meditado muy seriamente su futuro porque, una tarde como la citada, dudo que le vuelva a suceder en Madrid en que, para él, todo estaba a favor. Incluso la estocada fue de antología. Todo ello, para tener que irse con las manos vacías, sin el más mínimo reconocimiento, en el peor de los casos a su voluntad y enorme acierto con la espada. Es cierto que no hubo bronca alguna, pero, en su interior, Fortes sabía que su fracaso no podía ser mayor. Era el momento de meditar porque, de haberlo hecho, se hubiera ahorrado varias cornadas gravísimas. Bien es cierto que su perseverancia es admirable. En honor a la verdad, ante lo sucedido cabe la siguiente pregunta: ¿Estuvo cruel el público de Madrid ante Fortes en aquella tarde mencionada o será que el diestro no estuvo a la altura de las circunstancias?

Maldita televisión que nos ha recordado lo que no hubiéramos recordar jamás, Fortes, el primero.