Cuando hago alusión al año 1968 no es precisamente para elogiar a los gandules estudiantiles que, en aquellos años buscaban como refugio aquello de enfrentarse al régimen que les “oprimía” cuando, como se sabe era una gran mentira y su única arma era revolucionarse contra la nada porque, por ejemplo, en aquellos años, Madrid, era la ciudad más libre y tranquila del mundo, no lo digo yo que no viví jamás en la Villa y Corte, pero sí lo decía uno de sus vecinos que se paseaba a diario por la ciudad del Oso y el Madroño que, no era otro que Fernando Sánchez Dragó, una institución viva en las letras de España y, por supuesto de todo el mundo.

En aquellos años, tanto tiempo después de la contienda y haber logrado la paz, a la gente lo único que le preocupaba era tener trabajo y mediante el sacrificio del mismo, optar por la distracción y, una de ellas, sin duda alguna eran los toros. Reconozcamos que, el pasado siglo fue ideal para los toros y para tantísimas cosas que, en la actualidad hemos olvidado. Por dicha razón, en el siglo pasado todavía quedaban románticos en el toreo que, a su vez, como personas, eran capaces de ser héroes, como lo ha sido en este siglo que vivimos el inolvidable Iván Fandiño que, dicho sea de paso, el diestro de Orduña hubiera sido héroe en cualquier parte del universo y en el siglo que fuere.

Un siglo que, en los toros nos dejó estigmas que jamás se borrarán de nuestra mente porque, además de toreros, algunos de ellos eran tan puros, cabales, y sinceros que, una vez que se quitaban el traje de luces luchaban por la dignidad del espectáculo el que, como ellos demostraron, algunos compañeros mancillaban la profesión y le arrancaban de cuajo la dignidad de la que era portadora de forma intrínseca, sin necesidad de guiones ni normas porque, los toros, como tales, se interpretaban como algo glorioso que, algunos desalmados, como explico, le quitaban la pureza, por tanto, la verdad en la que se asentaban. Uno de aquellos héroes, personaje inolvidable entre la torería que, más tarde, hasta sus detractores compañeros terminaron por darle la razón porque, como se sabe, la verdad solo tiene un camino, aunque algunos se obstinaran en hacer recovecos alternativos que, no eran otra cosa que el camino hacia la putrefacción de la fiesta.

El héroe al que me refiero en aquellos años cincuenta no era otro que Antonio Bienvenida que, en un arranque de honradez, una vez desposeído el traje de luces, dentro su ser, brillaba su estrella grandiosa, la que le conducía hacia su arrebatadora personalidad, la que le indujo hacia la denuncia contra sus compañeros para luchar contra el afeitado, una batalla que pagó muy cara pero que, ya vemos, más tarde las aguas volvieron a su cauce y, tantos años después le seguimos recordando como torero y como hombre cabal, lo que no hacemos contra los denunciados que, en realidad eran unos malditos mediocres que aspiraban a la gloria mediante el fraude.

Decía un sabio inglés aquello de “al éxito y al fracaso trátalos con la misma indiferencia”, todo un aserto maravilloso que, dándole la interpretación que le corresponde, es lo máximo a lo que puede aspirar un hombre de éxito, nada que ver con los toreros actuales –y los de siempre- a los que el triunfo se les subía a la cabeza, el que aprovechaban para uso y disfrute de sus comodidades, al precio que fuere, pero quitándole riesgo al espectáculo en el que se hicieron famosos. Era el caso de Manuel Benítez El Cordobés que, borracho de triunfos, aduladores por montones y millones a espuertas, mandó en el toreo hasta el punto de matar novillos en vez de toros, algo que logró hasta en el ruedo de Madrid.

Por dicha causa, llegó mayo del 68 y, en una de las tardes en que actuaba el diestro de Villalobillos, para destapar lo que era su parodia, un héroe de aquellos años, Miguel Mateo Miguelín, con dos cojones, vestido de paisano porque estaba de espectador en los tendidos, se tiró de espontáneo para apoyarse con su brazo en los pitones del “toro” que lidiaba Benítez, algo que desató la locura colectiva, entre otras cosas porque había aplaudidores y detractores, el caso es que Miguelín formó la mundial aquella tarde del 68 la que no hemos olvidado jamás. Eso sí, días más tarde, Miguelín, en Madrid y frente a una auténtica corrida de toros se entretuvo cortando seis orejas, algo que muy pocos diestros han conseguido en una sola tarde.

Por estas y muchas más razones recordamos el año 1968, no por lo que en Francia llamaron la revolución de los claveles que, su olor, por supuesto, llegó a España para que los gandules de aquella época aprovecharon la ocasión para demostrar la mala calidad de vida que teníamos los españoles, según aquellos estudiantes que, gracias al trabajo de sus padres hasta se permitían el lujo de luchar contra el franquismo, ese mismo franquismo que les permitió, a todos los que en verdad valían, ser hombres de provecho y tener una carrera universitaria, con el agravante de haber tenido unos hijos indignos, la mayoría de ellos que, tantísimos años después de la horrible contienda de España, algunos gandules de ahora, adentrados en el mundo de la política, no se conformaron con vivir como reyes gracias al trabajo de sus padres puesto que, desde sus poltronas, siguen reverdeciendo con sus acciones la maldita guerra civil que nos asoló.

Dentro de medio siglo pasará lo que estoy diciendo ahora de aquellos años puesto que, generaciones venideras no podrán decir lo mismo porque, en la actualidad, gracias al socialismo que aquellos imbéciles reclamaban estamos sumidos en la miseria. Decirlo ahora suena como sacrilegio pero, repito, ya vendrán otras generaciones que nos darán la razón, aunque nosotros no lo veamos.

Las imágenes que mostramos lo dicen todo; sobran las palabras.