La carta personal que le envió Juan José Padilla a la Corona de España me parece un acto de gratitud por su parte pero, con todo lo que está cayendo, Padilla parece que no viva en España. No, no era el momento de dicha carta que, de haberla escrito, debería de haberlo hecho en silencio, a título privado, sencillamente porque los vientos que corren al respecto de la Corona no son nada agradables. En La Zarzuela, precisamente, las aguas no bajan mansas.

Y, cuidado, lo que dice Padilla en su misiva hacia el Rey es totalmente cierto, nadie se lo podrá negar pero, amigo, no era el momento ni el lugar idóneo para trasmitir su tremenda sinceridad hacia la figura del Rey, tanto al actual como al Emérito que, como sabemos, las circunstancias le han “obligado” a marcharse de España, sencillamente porque se ha comportado como un auténtico Borbón y, eso tiene un precio. De vivir ahora, Carmen Ruíz Moragas –la que se casó con Rodolfo Gaona para evitar “habladurías”- nos hablaría de la dinastía borbónica, o su hijo bastardo, don Leandro de “Borbón”.

¿Ha hecho Padilla el ridículo más espantoso de su vida? Seguramente sí. Le pudo el corazón antes que la razón. He, insisto, no le falta razón al valeroso torero de Jerez cuando pondera las virtudes de Juan Carlos I puesto que, sin su figura, nadie sabe qué habría sido de España tras la transición. Pero, al respecto, como decía, las aguas no bajan mansas precisamente por el canal monárquico.

Posiblemente, así lo quiero pensar, Juan José Padilla ha sentido como un aguijonazo en su alma al ver que, la figura que él tanto admira ha tenido que marcharse de su país ya que, Juan Carlos I, pese a haber nacido en Roma, siempre se le consideró como el primer español, cosa muy lógica por otra parte.

La transición política de España, sin el Rey, con toda seguridad, quizás no hubiera sido posible, todo un mérito que hay que atribuirle a su Majestad. Claro que, en el devenir de los años, la figura del Rey se vio enturbiada por asuntos nada agradables que, sus enemigos naturales, la maldita izquierda que todo lo destruye, aprovecharon para cargar su artillería pesada contra el Monarca hasta que consiguieron lo que deseaban, que se marchara de España. Y, cuidado que, su señor hijo, su Majestad Felipe VI, puede sufrir las mismas consecuencias que su padre, sencillamente por ser su vástago, no por otra cosa.

Repito lo dicho, significarse ahora a favor de Juan Carlos I como Rey de España que ha sido, con toda seguridad, no le hace favor alguno al que lo hiciere, en este caso al matador Juan José Padilla que, desbordado por la emoción escribió una carta admirable que, sin duda alguna, el tiempo certificará su error.

Los hombres, cualquier criatura mortal, por mucho poder que tenga, no somos nada salvo el presente. ¿Qué quiero decir? Que los logros pasados nadie los recuerda y, el presente maldito que ha sufrido el Rey Emérito –digo como presente los últimos años de su vida- ha sido el castigo que le han impuesto por aquello de la indiferencia y el olvido. Aferrarse ahora, como lo ha hecho Padilla, para defender a un hombre que en la actualidad solo tiene enemigos, sencillamente, no creo que sea muy prudente.

Eso sí, cada cual es cada quien y debemos respetar las decisiones de los demás aunque no las compartamos. Pero es triste que, con lo que tenemos encima, con todo lo que el Rey Emérito tiene sobre sus espaldas, -y no me refiero a sus múltiples intervenciones quirúrgicas- defender lo indefendible suena como pretencioso, por no decir como un ridículo de espanto.

Políticamente dicho, en España hemos llegado un momento en que, como se adivina, es mejor que todos estemos callados y no nos pronunciemos ante nada y, un personaje mediático como el valeroso matador Juan José Padilla, todavía tiene que ejercer mucho más la prudencia. Significarse como lo ha hecho el Ciclón de Jerez, en un momento determinado puede acarrearle muchos enemigos de los que, en realidad, llegado el momento pueden ejercer como tales. Y no es bueno que, un hombre como Padilla, cosido a cornadas, con la honradez como bandera en su profesión, con la pérdida de un globo ocular y con todos los valores que le adornan, no es bueno que ahora coseche enemigos.