La casta del toro suele tener muchos problemas y, a su vez, muchos enemigos, especialmente si de toreros hablamos. La prueba fehaciente es que, los que deciden, lo de la casta lo aparcan para que sean los «desdichados» los que se hagan cargo del «paquete» Hoy se han lidiado en Madrid toros de El Torero que, casta la han tenido toda, pero estaban carentes de esa bravura que, unida a la casta es la que enloquece a los aficionados. No ha podido ser pero, de todos modos, la corrida, de cara al aficionado ha sido ejemplar; con una presentación hermosa con guadañas terribles y, falta de valores artísticos hemos podido saborear la grandeza del toro en su plenitud, eso sí, con la carencia de la consabida bravura que es la que decide todo.
Este tipo de toros son los que te pueden elevar a la gloria o bajarte a los infiernos, las dos cosas pueden suceder. Hoy, el más desafortunado ha sido Gonzalo Caballero que ha tenido un primer enemigos que prometía más de lo que ha mostrado; era un toro para jugarte la vida sin mácula alguna pero, Gonzalo se acordó de la última cornada en Madrid y se vino abajo con estrépito. Lo intentó corajudamente y poco más se le puede objetar, el problema es que el tren pasó y se marchó sin el pasajero que debería de haber subido en un vagón de primera. En ambos toros demostró sus ganas pero, todo quedó ahí con una buena declaración de intenciones pero, a su vez, Caballero debe de saber que en muchas ocasiones, ni los triunfos valen. Siendo así, menuda papeleta tiene el muchacho.
Daniel Luque ha estado como es él, valiente, tesonero, intentándolo por todos los medios pero, el material que tuvo enfrente daba para poco. En Madrid no hay una puerta del Príncipe con la que se sale con poco bagaje. Recordemos que, el día anterior, El Juli hizo la faena de su vida en su primer enemigo y le dieron una oreja. O sea que, la diferencia entre Sevilla y Madrid es muy notable. Que nadie se engañe, este hombre es un torero de relleno porque no cautiva a nadie; toreará por su actitud y por su apoderado que, en el absurdo intercambio de cromos le dará vueltas por España y Francia. No es Paco Camino en los años sesenta y setenta.
Menos mal que, la casta de los toros sirvió para que Antonio Ferrera no montara el número de la cabra como suele hacer en tantísimas ocasiones, ni emular a Llapisera porque los toros eran de verdad, una corrida muy seria, astifina, con pitones para dar y tomar y, como digo, con esa casta espeluznante. Ferrera estuvo digno, no hizo el ridículo ni se parodió a sí mismo. Mató sus toros con dignidad y, ya habrá tiempo para el numerito a lo largo de la temporada, como para mostrar sus virtudes circenses en las que es todo un ídolo consumado.
Nadie se aburrió, nadie pitó a los toreros, nadie increpó a diestro alguno en sus dignas faenas de muleta que, todas, sin distinción, estuvieron rociadas por el respeto de los aficionados. A eso se le llama señorío, como a su vez se aplaudió a rabiar a Fernando Sánchez que sigue siendo el mejor rehiletero y a su compañero José Chacón. Eso sí, me molesta la actitud cicatera de los diestros que no tienen cojones para sacar a sus banderilleros cuando son aclamados, fuera de las rayas de picar para que reciban la gran ovación que el público les entrega. De eso nada. Todo sucede junto a las tablas en que, los pobres banderilleros miran de reojo al amo para ver si tienen su beneplácito para recibir la ocasión que se han ganado con su arte y valor. Y pensar que al maestro Andrés Vázquez contrató en su cuadrilla al mejor banderillero lusitano de la época, Mario Cohello, y compartían juntos los tercios de banderillas. Cómo han cambiado los tiempos. Antes había toreros gallardos que, como Andrés Vázquez, se ilusionaban compartiendo banderillas con su subalterno. Ahora, los toreros, desde el primero hasta el último, todos quieren tener niñeras en vez de banderilleros de altura, caso de Fernando Sánchez que, insisto sigue siendo el mejor.