Cumplimos, mañana, 17 de junio, el tercer aniversario de la muerte de un héroe de este siglo al que conocimos como Iván Fandiño, es decir, Iván el rebelde, el que se enfrentó a los toros y al sistema establecido, el que luchó como nadie por conseguir su anhelo, el que dejó su sangre donde hiciera falta y, su vida, de forma generosa, en un pueblo de Francia, eso sí, como siempre, vendiendo su verdad frente a una auténtica corrida de toros de Baltasar Ibán, no olvidemos nunca este detalle que es importantísimo para conocer la razón y la verdad de aquel irrepetible diestro de Orduña.

¿Cómo se puede conquistar a los aficionados, caso de Iván Fandiño, puesto que ni siquiera tenía tipo de torero? Convengamos que, por encima de la estética está la verdad que, como es natural y lógico ésta tiene un peso inmenso, justamente, a la que se aferró Fandiño durante toda su carrera, la que mostró como su gran baluarte y con la que consiguió triunfos memorables. Iván lucía en su apellido la Ñ de España, la que le condujo hacia el éxito en todas las partes del mundo.

Los toreros, por regla natural, están sometidos a una lucha tremenda y, salvo los elegidos, para el resto, llegar a la meta es casi un milagro, el que consiguió Iván Fandiño teniendo todo en su contra; desde sus compañeros figuras que siempre le ningunearon, hasta los empresarios que querían rebajarle sus honorarios para regalárselos a las figuras que mataban y siguen matando el medio toro adormilado. Un cúmulo de situaciones con las que tuvo que bregar que, analizadas, tiembla hasta el misterio, porque cuesta mucho entender la de situaciones adversas que este honrado héroe tuvo que soportar.

Recordemos que, teniéndolo todo en contra, por dos años consecutivos encabezó el escalafón de los matadores de toros sin aparecer junto a los señoritos del torero que, a diario, desdeñaban actuar junto a él; por varias razones pero, la primera era vital, sabían que actuar junto a Iván Fandiño era sinónimo de enfrentarse al toro en todo su esplendor y, tanta gallardía no hacía felices a sus compañeros, de ahí la soledad a la que le sometieron. Pensemos que, Fandiño logró el muy honorable título  de ser un torero predilecto de Madrid, algo que demostró muchas veces y, era tanto el amor que le profesaba el diestro a dicha plaza que, un domingo de Ramos, abrió la temporada venteña, se enfrentó a seis auténticos toros, puso el no hay billetes, caso único en la historia del toreo en los últimos cincuenta años y en dicha fecha.

Es decir, se lo jugó todo a una carta y perdió. Los toros no le ayudaron para nada y su tremendo esfuerzo se diluyó como un terroncito de azúcar. Trajo seis toros de distintas ganaderías pero, cometió el error de no elegir ningún burro tonto que le hubiera aupado al éxito; Fandiño, en aquella tarde, dueño de su verdad y de su categoría como torero, quería mostrarse, ante Madrid, como el que era, único en su género. El hombre propone y el toro descompone y, en aquella fecha el toro se encargó de descomponerle, no sé si para siempre, pero se llevó la peor cornada de su vida, la de la indiferencia por parte de la prensa y, lo que resultó peor, la de los empresarios y, sin duda alguna, sus compañeros que, la gran mayoría le dieron la espalda.

Pese a todo y contra todos, Iván Fandiño siguió luchando sin denuedo porque sabía, era muy consciente que, lo logrado hasta aquel momento no era fruto de la casualidad, por tanto, podía repetir hazañas pretéritas, algo que siempre le acompañó como torero y como hombre. Y dentro de esa grandeza, afrontando retos casi insalvables, llevó la fatídica tarde en aquel pueblo de Francia, por cierto, un país en el que era auténticamente venerado y, en dicha plaza entregó su alma a Dios. Murió el hombre, el torero…murió un parte importantísima de la verdad de la fiesta pero, para que su éxito fuera eterno, Iván Fandiño ya había construido su leyenda, la que ahora nos incita para narrar estas líneas en honor de un torero memorable.