Si recordar es volver a vivir, uno siente la nostalgia del tiempo pasado, sencillamente, para evocar todo lo bueno que en su día pudimos gozar dentro del mundo de los toros.

Arranca mi afición a los toros, como otros miles de españoles, con la irrupción en los ruedos de Manuel Benítez El Cordobés, cosa muy lógica por otra parte puesto que, el diestro de Villalobillos puso el toreo al revés. La época de su aparición era efervescente, nadie lo discutirá, pero la aparición de dicho diestro multiplico por mil, si cabe, aquel arraigo hacia la fiesta de los toros por parte de los aficionados.

El Cordobés fue un diestro amado, consentido, repudiado, admirado, denostado; todos los calificativos le eran propicios, siempre y cuando los emitieron admiradores o contrarios a su toreo. Es decir, dentro de su personalidad cabía todo, de ahí la grandeza con la que empañó la propia fiesta. Pero nadie podrá discutir su poder de convocatoria. Al respecto, tengo una anécdota muy curiosa en Alicante. Unos amigos compramos las entradas con antelación para ver a Benítez. Pagamos los boletos a trescientas pesetas de la época y, dada la revolución que había en derredor de las taquillas de la plaza, revendimos las entradas al precio de mil doscientas pesetas cada una. La juerga que nos dimos fuera de la plaza todavía la recuerdo.

Dicen los más puristas que Manuel Benítez le hizo mucho daño a la fiesta por el tipo de toro que lidiaba, pero resulta que, veinte años antes, ya decían lo mismo de Manolete y, ochenta años después, los aficionados seguimos sosteniendo que las figuras van a lo suyo que, en realidad, no es otra cosa que la pura comodidad y, arriesgar lo menos posible. O sea que, no hay nada nuevo bajo el sol.

En aquellos años, como tantos aficionados, yo era partidario de Paco Camino, de Antonio Bienvenida, de Juan García Mondeño, de Andrés Vázquez, de Antoñete; de toreros a los que consideraba más puros en su toreo, pero nadie le podrá negar a Manuel Benítez su inmenso carisma que, para fortuna de todos sus compañeros, su grandeza de cara a los empresarios y aficionados tenía una sombra tan alargada que, albergó a todos. Aquello de que El Cordobés fuera el primer diestro que cobrara lo que él decía, “un kilo” de billetes de mil pesetas, cuando en aquellos años sesenta, cualquiera podía comprar una casa en Madrid por veinte mil duros; si se compraba en un pueblo, con menos de cincuenta mil pesetas era cualquiera propietario de un inmueble.

Sin duda alguna, atribuyámosle a El Cordobés el mérito que tuvo para que, con su carisma, contribuyera a la grandeza de la fiesta en el sentido crematístico ya que, de forma irremediable, sus compañeros se aferraron a su “doctrina” y sin pretenderlo, El Cordobés, subió el sueldo de todos sus compañeros. Nada que ver con la maldita realidad del momento en que, por ejemplo, El Juli puede percibir cien mil euros, por poner una cifra y, un compañero suyo –si es que le admite en el cartel- llevarse el sueldo base.

Fueron años gloriosos para la fiesta en la que, para suerte de sus protagonistas, todos vivían; hasta los segundones del toreo, todos, sin distinción, vivían como reyes, que se lo pregunten a Victoriano Valencia que todavía puede responder pero que, como él, los había por decenas. O como le sucediera a Dámaso Gómez, Luguillano, El Caracol, El Puri….A partir de aquellos años, la fiesta era tan grande, tan auténtica, tan sensata y cabal que, algunos novilleros que, más tarde no llegaron a nada, como tales, se compraron una casa que todavía conservan. Ahora, los novilleros tienen que vivir en casa de sus padres porque, la gran mayoría, en el toreo, nunca se comprarán nada, salvo las escasísimas excepciones que ahora tiene el toreo.

No queda otra opción que añorar aquellos años porque fueron de auténtica grandeza para la fiesta y para sus protagonistas; había ricos y pobres, sin duda, pero los “pobres” vivían con una dignidad y un decoro que ahora no hallarán jamás. Hasta muchos banderilleros se hicieron ricos porque, como era el caso de Martín Recio, lo ganado en los ruedos lo invertía en algunos negocios que, como “banderillero” le llevaron al opíparo mundo del  más bello bienestar.

Fijémonos cómo está el toreo que, al pensar en aquel “kilo” de billetes y, con la de años que han pasado, que en estos momentos muchos matadores de toros se tengan que jugar la vida por aquel mismo “kilo” de billetes, ahora traducido en euros pero, lo que es peor, sesenta años después de la aparición en los ruedos de Manuel Benítez del que, repito, hacía gala de su “kilo” de billetes de mil pesetas, en la actualidad, como digo, muchos chavales apenas llegan a esa cifra jugándose la vida frente a todos de verdad. ¿Tenemos motivos para añorar aquellos años? Yo diría que todos.