Que a estas alturas en que vivimos, en pleno siglo XXI, cuando ya creíamos que aquello que nos contaban al respecto de una dictadura que hubo en España en la que decían que no había libertad, cuando todo aquello creíamos que lo teníamos superado, tantos años después, seguimos pidiendo, implorando libertad desde todos los confines del planeta.

Es más, en torno al tema que nos ocupa en esta casa, los toros, jamás creíamos que tuviéramos que mendigar ser libres para poder asistir a una corrida de toros; vamos que, pese a que nos avalan más de trescientos años de historia, en la actualidad, se nos tilda de asesinos, entre otros epítetos mal sonantes porque queremos defender lo nuestro, el sagrado derecho que nos corresponde en asistir al espectáculo que fuere porque, siendo éste legal, nunca creímos que pudiera haber prohibición alguna.

Yo mismo me sorprendo al narrar lo que escribo porque, mientras escribo cada letra, me aterro al pensar lo que la situación me “invita” a escribir por aquello de que reflexionemos todos juntos. Si hablamos de toros, la palabra libertad se exige en cualquier medio que se llame honrado pero, ¿hacia dónde hemos llegado? Es la pregunta para la que nadie tiene respuesta. Tenemos que mendigar libertad cuando, repito, desde toda la vida siempre creíamos que ser libres era un derecho que, para colmo, si se me apura, era un deber; algo que venía desde el respeto mutuo de los unos para con los otros.

Alguien diría que han cambiado los tiempos, cosa que me resisto a compartir porque los tiempos, salvo el meteorológico no cambian jamás. Hemos sido los seres humanos los que con nuestras malas acciones hemos destruido el mundo y, los toros no podía escapar de dicho maleficio; yo diría que se ha llevado la peor parte. Han cambiado las tecnologías, eso sí es muy cierto y, al final, lo pagaremos caro; digamos que ya lo estamos pagando porque por culpa de esas putas redes sociales, de ahí viene la demagogia, el populismo, el analfabetismo de miles de imbéciles que, como se sabe, le dan más credibilidad a un Twitter que a la palabra de Dios, por citar un ejemplo gráfico y que se entienda.

Desde que aparecieron las redes sociales, las que utiliza todo el mundo, además de gentes cultas, nobles, civilizadas y honradas, dichas redes han sido el caldo de cultivo para todos aquellos necios, botarates, sinvergüenzas, canallas, gente de mal vivir y peor hacer, en dicho medio han visto reflejada su imagen, la que quieren mostrar al mundo para enseñarle la maldad. Toda la calaña citada se ha sentido feliz al saber que todos, sin distinción, tenían una “tribuna” para lanzar su mensaje y, como quiera que en este mundo lleno de mediocres, el mal termina triunfando sobre el bien, es por ello que el mundo de los toros está gravemente amenazado por estos “oradores” de la maldad.

Los resultados son tremendos; por esas redes se le deseó la muerte Adrián Hinojosa, un niño que quería ser torero y, de repente, muere el niño y se incendian dichas redes llenas de hijos de puta que se alegraban de la muerte del angelito porque decía ser aficionado a los toros y, lo que es más grave, se encuentra el culpable de dicho horror y, la justicia le absuelve. Casos análogos los podría contar por miles, pero me basta y me sobra con aludir a las redes sociales que, en realidad son las culpables de todo lo que está sucediendo en el mundo. Si, porque tras los mensajes que por ahí se escriben, cortos y directos, nadie se para a pensar si la noticia es falsa o verdadera; como lo han dicho las redes sociales, todo lo damos por bueno; es el sentir de miles de personas que, sin darse cuenta, nos llevan a todos hacia el abismo.

Y si en los toros esto tiene un efecto negativo, a las pruebas me remito, imaginemos por ejemplo en el mundo de la política cuando un tal Pablo Iglesias, por ser quien es y la cantidad de seguidores que tiene, lo que él diga va a misa; para sus correligionarios e incluso para miles de imbéciles que, sin mayor lectura lo dan por bueno y, de esta forma han logrado entrar en el gobierno, por culpa de las redes sociales y de tantos miles de ignorantes que, como se diría en el argot de los toros, entran al trapo con una facilidad pasmosa; mejor que un animalito de la casta Domecq.

Insisto, no han cambiado los tiempos; hemos cambiado nosotros que, por culpa de la tecnología, en el camino hemos dejado la libertad, aquella que ahora pedimos con gritos desgarrados. Quién nos lo tenía que decir que, siglos después de que se iniciaran las corridas de toros como lo más natural del mundo, en el siglo que vivimos, para que dichos festejos sigan en pie, arrodillados tenemos que pedir perdón y, lo que es más grave, LIBERTAD.