Es ya una tradición que, con la llegada de la temporada americana, las figuras españolas viajen al otro lado del océano para cerrar el año. O para empezar el siguiente, como sucede con Manizales, por ejemplo. Decía que es una tradición, más como una referencia a las polémicas que provocan los propios matadores allá en América, que por la propia temporada americana en sí misma. Sí, ya sé que todos lo saben. Que todos lo han comentado en las últimas horas en las redes. Ya sé que la indignación es enorme entre los aficionados españoles. Pero, ¿y los americanos? ¿Qué dicen los más “perjudicados” por lo visto ayer en la plaza de toros de Manizales? ¿Han alzado la voz o simplemente se han dedicado a dar palmas y a pedir indultos sin ningún tipo de sentido? Esa es mi máxima preocupación, y no la presentación de ciertas corridas, que evidentemente dejan mucho que desear.
Peor, imposible. No hay expresión que defina mejor la presentación del encierro de Ernesto Gutiérrez lidiado ayer en la encerrona de El Juli en tierras colombianas. No hay perdón de Dios que justifique tal atrocidad hacia el toro de lidia. Lo de ayer no es para que reflexione El Juli, que ya tiene sus años de alternativa, y difícil es que pueda entrar en razón para entender estas críticas. Lo de ayer es para que la plaza de Manizales, que goza de una salud admirable en cuanto a la asistencia de público, se hubiera puesto en pie reclamando un espectáculo digno y un mínimo de respeto hacia el toro. El toro no puede dar pena. O lástima, que también la daban algunos ayer. El toro debe dar miedo. Y como decía Joselito hoy en la Venta del Batán, “quien no esté dispuesto a pasar miedo y a jugarse la vida a cara de perro, que se marche por donde ha venido”. Y tranquilos, que ya vendrán otros dispuestos a dar la cara como se debe hacer.