Uno de los grandes de la escena de España, Marcial Álvarez, auspiciado por su buen amigo Julián Maestro, ha querido regalarnos un texto entrañable, el que agradecemos de todo corazón. Que un actor de su talla repare en nuestra humilde “casa” es todo un éxito.

Marcial Álvarez se considera un actor de tablas, es decir, de teatro, pero ha sido la televisión la que siempre le lanzó al estrellato, la prueba no es otra que la cantidad de series en las que ha participado, destacando, si es que se puede destacar de las otras filmaciones, El Comisario en que, junto a Juanjo Artero hicieron las delicias de los telespectadores durante una década.

Álvarez participó como actor en Hospital Central, Los Ladrones van a la oficina, Al salir de Clase y muchas más estando en la actualidad en Acacias 38. Como digo, un actor de primerísimo nivel con una carrera jalonada de éxitos, que ha tenido la gentileza de regalarnos sus líneas a modo de experiencia respecto a lo que a los toros concierne. ¡Gracias, Marcial Álvarez, te admiramos!

Historias de afuera

¡Al toro! ¡Hoy estreno y tengo que lidiar ese toro! ¡Hoy lo he toreado bien! Son algunas de las exclamaciones que pronunciamos los actores y las actrices en el mundo del teatro, y también en la vida cotidiana, claro, somos Ibéricos y las alusiones taurinas las llevamos en el ADN de nuestra cultura; más antes que ahora.

El teatro y el toreo son dos mundos con muchas similitudes, la ceremonia, la fiesta orgiástica, ese romanticismo, las giras, hoy aquí mañana allí, los aplausos o la frialdad del público, las mayores alegrías y los más amargos miedos. Enfrentarse a un animal y luego contárselo a la tribu es el más ancestral de los rituales que hombres y mujeres en sus orígenes celebran en comunidad.

Mi infancia tuvo un telón de fondo taurino, como el fútbol, los juegos de cartas, las cañitas, los boquerones en vinagre y las cabezas de gambas por el suelo. Fui niño de bar de barrio. A mis 8 ó 10 añitos, tú tendrías 14 ó 15, Julián, otro niño, colgaba de la pared tu fotografía  de torero, resplandeciente. Tú vivías un poco más abajo en nuestra calle del Lucero del Barrio del Lucero, bonito lugar para criarse, ¡un lucero! Si es que teníamos que salir artistas por derecho, querido Maestro, destinado sin remedio al traje de luceros y a los luceros de las candilejas.

Para mí eras como una especie de superhéroe, vestido de superhéroe, y cuando mis padres y tus padres me llevaron a verte torear vi al Príncipe del Lucero en acción. Me impresionó tanto verte ante esa bestia, entre tanta gente, colorido y música, que yo también quería ser torero. Pero el destino me llevó por otros ruedos. Todos admiramos la valentía de un torero, ¡¡¡los huevos que hay que tener!!!, y la belleza que lo rodea, pero con el tiempo me desinteresé, e incluso rechacé la Fiesta Nacional, por ir en contra de mis principios animalistas, que le vamos a hacer, amigo, todo no se puede tener.

Transcurriendo el tiempo, seguía un poco sabiendo de tí por las gentes del barrio, y sobre todo por tu madre, La Rosa, la mejor amiga de la mía, La Mari, se querían muchísimo, ¡qué buena es La Rosa ! ¡¡Y cuánto le hace sufrir su hijo!! Normal.  ¡Con qué pena lloró La Mari cuando murió su amiga del alma!

Mi siguiente y único encuentro en una plaza fue porque un amigo de la infancia, también del Lucero, no faltaron los recuerdos de tí, me llevó a ver al Juli a Zafra. Admiramos esa tarde su arrojo y su arte, vi mucha sangre y mucho dolor, aunque también me divertí mucho, universo pintoresco al que parecía, cual extranjero, que asistía por primera vez, habiendo sido yo un casi niño torero. Aluciné. Pero mi empatía con el animal y el griterío un tanto vulgar de los que me rodeaban, quizá tuve mala suerte, me hicieron no volver; añado a estas razones la falta de costumbre, tampoco voy al tenis y me encanta, y de oportunidades, porque ahora me acuerdo de que  si asistí a otra corrida, invitado por Telecinco. Dicho sea de paso, y volviendo a nuestro acervo ibérico, en aquella aventura taurina yo tenía mal de amores y hacía un símil doloroso  y consolador a la vez mientras contemplaba la corrida, «¡Tengo el pecho atravesado por un cuerno!»

También como curiosidad, quiero contarte que en una ocasión interpreté en la obra El Caballero de Olmedo de Lope de Vega a un torero, pero de los de a caballo y lanza en el siglo XV. Y en otra función, La Gallarda de Alberti, que abrió la Expo de Sevilla, y que te recomiendo que leas si no la conoces, por su preciosa poesía taurina, interpreté a un zagal con sueños de ser torero.

Como verás no estuvimos tan distanciados.

Porque, bueno, pasó media vida y hace tres o cuatro años nos volvimos a  encontrar en el camino, ¡qué alegría! ¡Qué sorpresa! ¡Qué mayores! ¡Tu hija también actriz!, fue estupendo, amigo Julián. ¡Y venir a verme al teatro con tu mujer! ¡Muchas gracias!

Y ahora que me envías todas las semanas tus relatos, la mezcla de nostalgia y admiración por tí y compartir tu pasión me encantan.

Gracias, mi querido Príncipe

Marcial Álvarez, actor

En la imagen, el gran actor Marcial Álvarez.