El miedo es uno de los valores que nos ha enseñado el toreo y nos muestra que este no es la falta de valor sino el punto desde el que nace, siendo algo natural que un torero, como cualquier otra persona, podamos sentir miedo ante mil vicisitudes.

Conversando un día con Antonio Rondeño sobre todo esto y refiriéndonos a quienes se ponen por vez primera delante de un toro, me explicaba que el miedo a dar ese paso adelante que te lleva a estar frente a los pitones sólo puede vencerse con la confianza que cada cual tenga en su preparación, y el maestro Pepe Luis Vargas relataba hace poco una preciosa parábola en un reportaje de Toros TV, que él iba metiendo el miedo dentro de un saco, miedo y más miedo, hasta que llegaba a un punto con el saco lleno, donde ya no cabiendo más miedo se empezaba a transformar en valor para pasarse al toro por las femorales.

Todos tenemos miedo al virus mortal que nos han traído desde China y nadie quiere morir, especialmente nadie quiere morir por culpa del bicho este con el que nos machacan mediáticamente, por un lado, multiplicando directa y proporcionalmente sus efectos nocivos, y provocando otra multitud de daños también mortales por vías secundarias, trasversales y posiblemente criminales, aunque esto último tendrá que ser un juez quien lo decrete.

A nivel hospitalario, todo lo que no venga relacionado con el maldito virus chino, parece no recibir la importancia merecida e incluso al nivel de la atención primaria en los Centros de Salud, la falta de cuidados es patente y estamos sufriendo las dificultades que llevan aparejadas la petición de citas para visitas presenciales o incluso se están llevando a cabo reconocimientos médicos a través de una llamada telefónica o de mensajes por Whatsapp, con las correspondientes consecuencias sobre los diagnósticos. Es preciso que perdamos de una vez el miedo y pasemos al valor de exigir la mejor asistencia sanitaria aunque no estemos sufriendo el chinavirus, previa exigencia de la mejor protección para los facultativos y sanitarios, algo que no está existiendo hasta el momento.

En los centros educativos se han adoptado un sinfín de protocolos, y cuanto mayor es el nivel de intervencionismo más se aprecian las incongruencias y las contradicciones, más se nota aquello de un tonto anda suelto -y no va referido a los docentes-, cuantas más ocurrencias a tontas y a locas más clara es la evidencia de la falta de sentido común entre en quienes imponen estos patrones, rematando la retahíla la estúpida política de ventanas permanentemente abiertas a los catarros, gripes y pulmonías.

La RENFE y la ADIF, tanto monta, dicen que para proteger la vida de sus usuarios, primero prohíben que en las salas de espera de las estaciones la gente pueda sentarse ocupando todos los asientos, pero después todos vamos juntos dentro de los trenes, cachete con cachete y pechito con pechito. Para evitar las muertes por culpa del virus no te ofrecen a bordo ni la posibilidad de adquirir agua, pero después podemos comernos el bocata -quien se lo haya traído de casa- los unos junto a los otros, y tampoco entregan esos estuchitos con los auriculares, porque quieren evitar nuestra muerte. ¿No deberíamos estar agradecidos? ¿Qué riesgo de contagio puede haber en la compra una botella en un tren? ¿Será más o menos el mismo que en una tienda de la calle? ¿Nos toman por tontos con toda la razón? Próximamente más alarma, toque de queda, discriminaciones y prohibiciones.

Cuanto antes superemos el miedo al virus chino, antes reclamaremos medidas eficaces. Hemos de cargarnos de razones para asentar nuestra confianza en lo que verdaderamente importa, terminemos de llenar el saco del miedo para que aparezca el valor que tanto necesitamos en este momento, porque nadie quiere morirse eso no es razón para permitir que nos maten.

José Luis Barrachina Susarte