Un huésped inesperado, desconocido y cruel,  se instaló en tierra eurásica. La gente se preguntaba ¿Cómo se llama? Nadie podía decir el nombre de la nunca convidada visita. No era selectiva, se detenía  por igual ante las casas de ricos, pobres, reyes… Ante tamaño desconocimiento y fijándose solo en el color de la piel de los cadáveres, comenzaron a llamarla “Peste Negra”

Hubo quienes creyeron que podía tener origen astrológico, otros geológicos, los más… que tamaña desgracia, solo era achacable a la cólera divina por los pecados de la humanidad.

La gente se recluyó en sus casas, palacios o mansiones… la muy pécora, no duda en asaltar cualquier impedimento y apropiarse de la vida de  niños, jóvenes, ancianos…

Una mañana primaveral “el Silencio” se había adueñado de todo el territorio. Era el nuevo rey de Eurasia. ¡Tal terror despertó! que los pajarillos  trinaban muy bajito, no fuera enfurecerse el malvado monarca.

El viento, antes juguetón,  se volvió frío como el filo de la cruel guadaña que había segado millones de vidas.  Las liebres mordisqueaban algún resto que había quedado sin sepultar en el silencio tenso de la tarde, que moría entre sombras. La hierba, deseaba gritar que era su estación, qué necesitaba el aplauso del alba… viendo que las diminutas hormigas caminaban sigilosas y taciturnas, prefirió mirar a la altura. Y ¡Oh sorpresa! Las palmeras, mantenían equilibrio,  no fueran sus puntiagudas hojas trufar las  dormidas cuerdas de la brisa.

Las palomas, aletean bajito, zurean con sus picos mudos de resabio amargo. Las antes, juguetonas nubecillas de algodón, asoman como un milagro puro y casto por el pico alto de la montaña, viendo el total vacío, deciden marchar rasgando el infinito,  ayudadas, sin ayudar por un viento que sopla sin soplar a donde los arboles no vivan en suspenso y restregarse contra un cielo cálido y descargar la ruidosa tormenta que pesaba en su vientre.

Los rayos de sol calentaban suavemente  las azoteas. Las macetas susurraban soñolientas con vestirse de coquetos colores, dando envidia a los cristales de las rocas y alegrar los balcones.

Las lagartijas, en su ensoñamiento, apoyaban sus blandos dedos sobre piedras musgosas, procurando que “el rasras de la cola” no se escuchara. Las arañas  se reunían en los huecos de los ventanales, entonando entre risas: En la tela de la araña se colum…-no terminaron el canto, la agria voz -Chisss, silencio.

Una joven  de cabellos color de anacarada luna, decide seguir durmiendo, no fuera que su despertar alterase el Silencio. A la hermosa Eurasia, llega un esbelto joven, trae en sus manos un pequeño envoltorio. Había oído hablar de la “Bella”, la contempló largo rato, se enamoró  profundamente. Se acercó en silencio y besó sus labios, antes había bebido del ungüento portado en la bolsa verde.

Despacito, despacito, “La bella” volvió a la vida, sonrió, le abrazó, se besaron  y el rey Silencio quedó destronado.  La bolsa color esperanza traía en su interior “la Vida” Pronto las casas se llenaron de salud y la gente comprendió que su confinamiento había valido la pena, vivieron con más ganas que lo habían hecho hasta entonces. Y todo fue felicidad, ya que la vida no es  fruto  caído, ni estera rota. Siempre nos queda el milagro y la ciencia.

Isaura Díaz Figueiredo