No sueña con ser Morante, ni que su capote respire al son de Juan Ortega; todo eso le es indiferente, el aspira a ser el torero que su personalidad y genes le han marcado. Cuando le conocí, sentí que estaba ante un joven aspirante a torero que no sólo no vendía irrealidades, es que era portador de una sobriedad absoluta, que sabía pisar la tierra como si hubiera surgido de las profundidades de ésta. Me maravilló su realismo, el ver las cosas con un pragmatismo fuera de lo común.

Todo ello, José Ángel Noguera lo plasma con capote y muleta: una encomiable raza, un tesón fuera de todo límite por ser torero. Quiere batirse el cobre con el toro, engañarle en la cruenta pelea y en definitiva poder ganarle. Y esa es la ancestral sustancia de la tauromaquia, una lucha sin cuartel entre el hombre y la fiera; los conceptos de belleza y estética vinieron después, pero que nadie olvide: lo principal es lidiar, torear de verdad, algo así como hace Emilio de Justo.

El primer certamen de novilladas «José María Manzanares» se presentaba como una oportunidad de oro para Angelín y para el resto de sus compañeros de escuela. Quien abandonó la escuela murciana ante la falta de oportunidades y llegó hasta Alicante para adentrarse en un mejor futuro de la mano del director y torero Francisco José Palazón, quiso aprovechar con ahínco su participación en este mini serial.

Pero los erales de «El Parralejo» fueron nobles, se dejaron torear, salvo el que le tocó en suerte a él. Todo un manso de libro, de esos que cualquier torero apenas le quita las moscas y entra a matar. El novillero de Beniel sacó todas sus ansias de triunfo y transformó los peores augurios, dejando constancia del dicho «querer es poder»; armar una faena de torero con gran pundonor y arrojo, yéndose hasta las propias querencias del burel para conformar un trasteo que le hizo salir por la puerta grande con las orejas del eral.

Giovanni Tortosa

Fotografías de «El Muletazo»