Psicópatas, maltratadores, asesinos, torturadores, seres sin corazón… Y muchos más son los insultos y las vejaciones que tenemos que soportar los taurinos y los cazadores.

Determinadas asociaciones animalistas nos tachan de todo lo que les sale del alma, que no es otra cosa sino odio hacia nosotros. Día tras día, en redes sociales e incluso en alguna reunión en la que manifestamos nuestros pensamientos nos tratan de todo. Celebran además la muerte y las desgracias de cuántos son afines al toro y a la caza.

Increíble fue la reacción que tuvieron a la muerte de Iván Fandiño o de Víctor Barrio, con comentarios tan escalofriantes cómo «antes le tenía que haber pasado», «ojalá hubiera tenido más agonía» o «un asesino menos sobre la Tierra», y cientos de ellos más que ponen el vello de punta. También fue demasiado duro el comportamiento que tuvieron cuando falleció el pequeño Adrián Hinojosa, que falleció con 8 años a causa del cáncer que padecía, se pasaron mucho de los límites que la conciencia de cualquier persona pueda tener.

Es cierto, que como dijo José Bergamín «ni el torero mata al toro, ni el toro mata al torero, los dos se juegan su vida en un mismo azaroso juego», pero jamás se debe nadie alegrar o burlar de la muerte de un hombre.

El toro y el torero forman en el coso una composición perfecta, que aunque a muchos les pese, viene a representar al arte en toda su esencia, o al menos así lo veía Federico García Lorca cuando defendió a la tauromaquia como «la fiesta más culta del mundo».

Tuve una maravillosa profesora que me enseñó muy bien que no se puede hablar de lo que uno no conoce; lo que está claro es que hablan sin saber, y lo demuestran comentario tras comentario. Y ya no es sólo que no conocen el toreo, sino que tampoco conocen por tanto la Historia de España pues, según el filósofo y escritor José Ortega y Gasset, «la historia del torero está ligada a la de España tanto que sin conocer la primera será difícil comprender la segunda».

Ellos luchan por los animales, pero no les importa en absoluto la extinción de una especie de la grandeza del toro de lidia, que es además la única raza de animal que tiene la oportunidad de salvar su vida mediante el indulto, este dato, tampoco lo conocen la mayoría de los animalistas.

En el tema de la caza el asunto es completamente similar, no entienden que la caza es gestión, es vida, es conservación, pues como dijo el escritor Miguel Delibes «son cosas compatibles cazar y amar a los animales. Lo que nos impone nuestra moral es no emplear ardices ni trampas».

Para ellos todos los que practicamos alguna de las dos aficiones, o ambas, somos de todo, pero su palabra estrella para definirnos es «locos», somos locos por ser cultos. Somos por tener gusto. Somos locos por admirar el arte. Somos locos por ser taurinos.

Han llegado a límites aberrantes como fue el caso del activista que saltó al ruedo en la localidad francesa de Carcassonne, en 2017, a modo de protesta siendo corneado por el burel hasta que componentes de las cuadrillas de los matadores lograron invertir las embestidas hacia los capotes y salvarle así la vida. El toro de lidia no es un animal de casa y doméstico, y este antitaurino pudo comprobarlo en sus mismas carnes, nunca mejor dicho.

La libertad de expresión es muy importante, quizá lo más importante de todo lo que tenemos los humanos, pero no es moral ni ético hacer uso de ella para faltar al respeto ni desear la muerte a nadie. Taurino o no taurino, cazador o no cazador, porque ante todo somos seres humanos y sintientes.

Para despedir este artículo voy a hacerlo con unos versos de uno de los últimos temas de Inma Vilchez, el que da nombre a este artículo, «Bienaventurados los locos»

«Qué nada ni nadie cortará mi vuelo, 

bienaventurados los locos,

porque nuestro será el Reino de los Cielos».

 José Ángel Gavira Haba. 

En la imagen, el aludido en este ensayo, Iván Fandiño entrando a matar sin muleta en la plaza de toros de Madrid.