Ya en el aeropuerto, faltaban pocos minutos para subir a bordo y ‘El Mago’ sorprendió a Luis Arango cuando le dijo:

–¡Matador! ¡Yo me voy contigo! Tu apoderado me ha sacado el billete a instancias mías y quiero acompañarte en tu dolor; lo que tú hiciste por mí al visitarme en la clínica no podré pagártelo jamás. Gracias a tu iniciativa y a los médicos que me han tratado ya no tengo deseos de beber. Físicamente estoy bien, mi salud está perfecta. Mi problema era el alcohol y tú con tu actitud me has despabilado de tal forma que ya no lo necesito como muletilla de mi existencia. ¡Fíjate entonces si no voy a estar contigo ahora, en estos momentos amargos que a ti te toca vivir! Mi vida te pertenece matador. Esto es lo menos que puedo hacer por ti.

–¡Gracias, maestro! –replicó Luis con voz entrecortada–. Es usted muy amable, yo tampoco jamás podría pagarle todo lo que está usted haciendo por mí ahora. Dentro de la desgracia que estamos sufriendo me siento muy reconfortado con su presencia. Su gesto, Rodolfo, le honra por completo y creo que entre nosotros ya no cabe hablar de deudas. La amistad que hemos generado, salda todo, porque entre amigos no existen las deudas.

Luz, como los miembros de la cuadrilla, al ver la actitud de ‘El Mago’ quedó gratamente complacida. Todo un detalle por su parte. Más que un detalle, un gesto que le honraba en calidad de ser humano. No era nada nuevo porque, como todo el toreo de México sabía, Rodolfo Martín ‘El Mago’ había sido siempre un tipo admirable. Donaba a los pobres lo que tenía y lo que no tenía, apoyaba a los débiles, impartía justicia allí por donde anidara cualquier injusticia, sentía un respeto desmesurado por todos aquellos chamaquitos desfavorecidos por una sociedad injusta que los dejaba relegados de todo derecho y en una situación penosa, y todavía le sobraba tiempo para consolarles y ayudarles.

Este era ‘El Mago’ que amaban sus aficionados y que, además, era su consumado artista. Ya estaba toda la comitiva dentro del avión y, de repente, los pasajeros comenzaron a agasajar a Luis Arango y, al comprobar que junto a él iba ‘El Mago’, la dicha de toda esta gente no podía ser más grande. Muchos de los viajeros eran aficionados a los toros, y un par de ellos hasta habían sido testigos de la epopeya que la tarde anterior dichos diestros habían protagonizada en La México.

Y lógicamente, a toda la comitiva lo que menos le apetecía era recibir tales manifestaciones de afecto porque estaba deshecha por el dolor. Pero, ¿cómo podrían explicárselo al pasaje para que no los molestaran? Era complicado.

La situación por momentos se tornaba difícil y muy tensa, sobre todo para Luis. De pronto ‘El Mago’, sin mediar palabra, se adentró en la cabina del capitán de la nave y, tres segundos más tarde, ocupó de nuevo su sillón. En un instante se escuchó una voz por los altavoces diciendo:

–¡Atención señores pasajeros, atención! –se escuchó una voz masculina muy profunda, y el pasaje, incluido Arango, hicieron silencio y atentamente se dispusieron a escuchar lo que aquella voz tuviera que decirles–.

–Señores pasajeros: Buenos días. Les habla el capitán de la nave para comunicarles a todos ustedes que el matador Luis Arango, a bordo junto con nosotros está pasando por un mal momento. Ayer por la tarde un desdichado accidente acabó con la vida de su hermano Roberto por lo que les pido su más atenta consideración hacia la persona del Sr. Arango, rogándoles encarecidamente que se abstengan de manifestarle a él y a toda su comitiva las simpatías que indudablemente les despierta. Rezar una oración –continuó diciendo el capitán– por el alma de ese joven muchacho que ha dejado este mundo y silencio, es lo más sentido que podemos hacer por la persona del Sr. Arango, aquí presente. ¡Gracias señores pasajeros! Continuamos entonces nuestro vuelo con destino a la ciudad de Cali, Colombia. Tengan ustedes un buen viaje.

Pla Ventura