“Llegar a ser figura del toreo es casi un milagro”, así es el lema que todo alumno que pasa por la escuela de la Venta del Batán ve mientras torea. Y dicen que escuchando a los demás, especialmente a los que más saben, es como mejor se aprende. Pero oye, algunos ni con esas. De esto me he podido dar cuenta a lo largo del fin de semana, después de presenciar los dos tentaderos que se han celebrado en El Batán. Más de veinticinco chavales toreando, un total de 12 vacas entre ambos días y, sin embargo, apenas ha habido un par de nombres que han despuntado levemente sobre los demás. Esto evidentemente no es casualidad, ni tampoco una excepción dentro de la Tauromaquia. Al menos en la actualidad. La monotonía, no sólo se ha instaurado en el apartado ganadero, la monotonía también se ha extendido a los conceptos del toreo de los novilleros y matadores. Ya no hay ni la mínima intención de diferenciarse de sus rivales. Como si no importase la variedad de lances, de adornos, de suertes… O incluso de planteamientos. Torear no sólo es dar pases. Para torear hay que ser torero, antes, durante y después de estar delante del animal. Se puede andar en torero por la plaza. Y créanme que como aficionado, desde el tendido, se agradece cuando un torero anda en torero desde que trenza el paseíllo. ¿Por qué cuesta tanto entender esto hoy en día? ¿Por qué todo es tan lineal? ¿Por qué entre el blanco y el negro, ya no hay opción de elegir el gris? Parece que se busca más el aburrimiento que la emoción. Eso, o que se piensa poco en el aficionado, claro.

Después de ir dos días ilusionado a la Venta del Batán, pensando que podíamos descubrir nuevos talentos con futuro en esto del toreo. Ahora mismo debo reconocer que tengo un sabor agridulce. Solo hace falta meterse en las redes para entender el porqué. Todos hablan del mismo nombre: Juan Ortega. El único que estuvo allí con la alternativa ya a sus espaldas desde hace años. El que menos tenía que haber destacado, lo hizo por méritos propios y, sobre todo, por la falta de actitud y raza de muchos de los novilleros allí presentes. Así no vamos a ningún lado. Espabilen, porque Martín Arranz, a pesar de su brusquedad en muchos momentos, lleva razón con sus advertencias. Os faltan ganas, raza y entrega, y más toreros “espejo” en los que fijarse. Hasta eso se ha perdido, fíjate.