Cuando uno rememora algunos de los aforismos que escribiera el genial William Shakespeare, el más famoso escritor británico de todos los tiempos, el que vivió a caballo entre los siglos XVI y XVII, cualquiera tiene derecho a emocionarse y, lo que es mejor, a tomar lección de aquel sabio que, con en pocas palabras cuales fueron sus aforismos, decenas de novelas al margen, dejaba una huella imborrable para la sociedad en que vivía y, muchos siglos después, todavía le rememoramos y admiramos porque, como diría Bernard Shaw, Shakespeare ha sido el más grande genio de todos los tiempos si de literatura hablamos.

Nos ha venido a la mente uno de sus más bellos aforismos que, pasados los siglos, tiene la misma vigencia, el mismo fulgor e idéntica verdad que cuando Shakespeare lo narró. Anotemos:

Lloré cuando no tenía zapatos, pero dejé de llorar cuando vi a un hombre sin piernas. La vida está llena de bendiciones, y a veces ni nos damos cuenta.

Si el mensaje citado, en su día, resulto subliminal para la sociedad en la que vivió el británico, varios siglos después, como decía, su sentencia sigue siendo tan válida como antaño. Es más, si analizamos con detalle sus palabras, la magia que desprenden, la verdad con la que florecen, es entonces cuando comprendemos que, varios siglos después, Shakespeare sigue vivo entre nosotros.

Digamos que, todavía hay gente que llora porque no tiene “zapatos”, es decir, un chalet en la sierra, un yate para surcar los mares, una cuenta millonaria, un avión privado, un harén de mujeres bellas y tres mil criados a sus pies. Lo descrito, patrimonio exclusivo de un reducido grupo de mortales por el mundo es lo que la sociedad, en su conjunto, añora de forma ignominiosa. Lo dicho es lo que la sociedad entendería aquello de no tener zapatos cuando, para nuestra fortuna, en nuestro país, además de tener “zapatos”, tenemos muchos otros lujos y no queremos darnos cuenta.

Añoramos lo inalcanzable y somos incapaces de darnos cuenta que, si miramos hacia Cuba o Venezuela, es entonces cuando nos encontramos, siguiendo la metáfora de Shakespeare, con ese hombre que no tiene “piernas”, lo que nos hace sospechar que, todavía los hay peor que nosotros. Por cierto, hablando de los países citados, en estos días hemos podido ver la cruda realidad de la miseria que les asola, hasta el punto de que no tienen ni lo más elemental, la comida puesto que, como hemos sabido, los cubanos, sin ir más lejos, tienen que vivir con cinco euros al mes. Y nosotros quejándonos de que no tenemos “zapatos”.

Así, sin “piernas” viven muchos de nuestros hermanos en Hispanoamérica mientras que, nosotros, en su gran mayoría vivimos todos como príncipes gracias a nuestro trabajo, un bien maravilloso que, a diario, se nos pasa de lado sin saberlo valorar ni apreciar. Si somos capaces de trabajar e incapaces para pensar, ¿qué futuro nos espera? La valoración de todo aquello que hemos logrado, poco o mucho, será siempre nuestro estigma salvador antes las veleidades del mundo.

Es verdad que, en el momento en que vivimos, nuestros políticos se encargan de silenciar las realidades más monstruosas que los noticieros nos muestran, caso de Cuba, Venezuela, Nicaragua…todo ello por la maldita cobardía de no querer reconocer que, en aquellos países, no es que la gente no tenga “zapatos” lo triste es que no tienen “piernas”.

Y nosotros lamentándonos de que no tenemos “zapatos” o en su defecto están raídos por el tiempo. Cuidado que el karma no perdona y, el que no es capaz de reconocer sus valores en la vida está condenado para que, los mismos, en un momento determinado se le revuelvan como efecto boomerang, un mal que ya no tiene remedio.

Entiendo que todos queramos luchar por un mundo mejor que, no necesariamente tiene que pasar por las cuestiones materiales; un mundo mejor sería aquel que fuera más solidario, más justo en todos los órdenes y que supiéramos compartir aquello que la vida nos ha regalado en función de nuestro trabajo. Lamentarnos por no tener todo aquello que es inútil, que no sirve para nada, que solo son pretextos para la grandilocuencia del individuo, me parece una tarea tan baladí que, muchos, ignorantemente lo entienden como no tener zapatos.

Yo me curtí en la vida mirando hacia atrás, al igual que han hecho millones de compatriotas; nunca me preocupó ni me quitó el sueño lo que los demás pudieran tener porque, para mi suerte, bastante tarea he tenido cuidando de mi vida. Pero sí, para mi fortuna, supe valorar siempre esos “zapatos” que gané con mi trabajo, a sabiendas, por supuesto, que millones de personas no tienen “piernas”, es el caso de los países antes citados.

Pla Ventura