En un espectáculo escénico, especialmente si es musical, al comienzo de la obra precede un preludio que suele ser un compendio de los temas musicales que se van a desarrollar. En una corrida de toros el Preludio es el Paseíllo y concluido este, empieza el Primer Acto.

Previamente, en las tablas de la barrera se hace girar un gran tablón donde está escrito el nombre del toro a lidiar, su número y el peso del animal. No suele indicarse el año de nacimiento y esto sí sería importante. A los toreros no les preocupa mucho que esté sobrado de kilos porque, como ellos dicen, no se lo van a echar a la espalda, pero sí los años que tenga el burel, negro, jabonero, berrendo en negro, cárdeno o como quiera que sea el color de su piel, ya que un toro de cinco años acostumbra a ser más difícil y peligroso que uno de cuatro. Los toreros seguramente saben la edad, pero sería conveniente que también la supiera el público. Lo del cartelón se conserva como tradición castiza pero hay plazas en las que se anuncian las características del toro por megafonía y eso, miren ustedes, pues no.

El presidente saca el pañuelo y en el aire suenan timbales y clarines para dar paso al protagonista de la obra. Se abren los toriles. Flameando al viento las cintas de los colores de la divisa ganadera clavadas en el morrillo, sale al ruedo el toro. ¡Qué belleza la del toro levantado, desafiante, corriendo por la arena! En ocasiones el matador sale a recibirlo a portagayola. Por contra, hay quienes se tapan la cara con el capote para no verlo salir. Esto era muy habitual en aquel torero maño, Fermín Murillo, a quien pregunté una vez: Maestro ¿por qué en el burladero se tapa la cara con la esclavina del engaño ante la salida de sus toros?Si pudiera la tendría tapada toda la tarde para no verlos”, me contestó.

 El matador, desde su parapeto hace un examen rápido al toro. Ve cómo toma el capote de los subalternos, cómo derrota en tablas, si tiene tranco, si es abanto o si amenaza con ser manso… y por fin sale a tratar de embarcarlo en el engaño. Confieso que me gusta mucho la suerte de capa. Me gustan los pases fundamentales pero también los que pueden ser no tan comprometidos pero sí vistosos y estéticos cuando están bien realizados. Los toreros del otro lado del Atlántico suelen sorprender con sus innovaciones en el arte de capotear y también reeditando antiguas suertes que, sin saber por qué, estaban en desuso. Suertes con una mano como la larga cordobesa, las largas cambiadas o los galleos para poner al toro en suerte. Me gustan, sí, los lances con el capote y ha quedado grabada en mi recuerdo una serie de verónicas que tuve la oportunidad de ver a Antonio Ordoñez, con las manos bajas y primorosamente bien rematadas. Se me saltaron las lágrimas. Es cierto que en estos tiempos la labor de los toreros en el primer tercio suma poco a la hora de los trofeos y no debiera ser así. También ocurre a veces que, mientras el espada está ejecutando una bonita serie de lances, el sonido del clarín corta el aire como nota discordante, quebrando todo el encanto y desluciendo lo que en el ruedo acontece, pero… eso ya es entrar en el terreno de las sensibilidades particulares.

A la señal del Presidente salen los picadores. Los subalternos o bien el matador ponen al toro en suerte en el tercio de varas. Con mucha frecuencia se deja al toro casi al pie del caballo, cuando lo suyo sería darle distancia para que se arrancara de lejos. Así podrían apreciarse mejor las condiciones de bravura del astado.

A continuación se produce irremediablemente una de las primeras interacciones del público. Y es para mal. No falla: apenas acaba de arrancarse el toro en un primer envite hacia el caballo y el “respetable” comienza a protestar silbando a los varilargueros. Creo que se hace las más de las veces por ignorancia, por creer que debe hacerse, o simplemente por deporte. ¡Ay, Señor! Los picadores deben hacer su cometido que es el de infligir un castigo al toro que debe ser proporcionado, sí, pero también necesario e irrenunciable a fin de hacerlo más manejable para la lidia. Castigo que en estos tiempos casi siempre se reduce a una vara, aunque en algunas plazas de primera se obliga a un segundo puyazo. Pero hay que chillar. Hay que protestar desde la sinrazón. Y es cierto que a veces se extralimita el mencionado castigo, pero lo mismo da. En cualquier circunstancia el abucheo está garantizado. El picador, cuya misión es fundamental para la lidia, es siempre el más abroncado. Eso es injusto y han de saberlo los jóvenes que aspiran a ser buenos aficionados… Es esencial tener presente que el tercio de varas condiciona los dos tercios siguientes. Tal como en una obra de teatro, en el primer acto se asientan las bases de la trama argumental.

Entre puyazo y puyazo, están los quites, lances más o menos vistosos y probablemente el momento más artístico del primer tercio. Después, al mandato del Presidente y muchas veces a requerimiento del espada, se cambia el tercio, es decir, acaba el primer acto.

Antes de pasar al segundo acto, voy a alabar el buen gusto de aquellos diestros que emplean con arte el capote, siempre prestos a lucirse aun a sabiendas de que con ello no se cortan orejas. Me viene a la mente el diestro Pepe Luis Vázquez, torero artista donde los haya aunque no excesivamente pródigo en triunfos. No pocas veces enfadaba al público al mostrarse pasivo y sin entrega. Una desafortunada tarde en Barcelona, después de haber sido abroncado en sus dos toros, quiso desquitarse en el sexto, que ya no le correspondía, y lo hizo en el momento del quite. Pepe Luis se fue al toro con el capote y le trenzó cuatro lances y una media verónica de antología. El público quedó deslumbrado ante tanta belleza. Un destacado crítico dio en bautizar aquel quite como “El quite del perdón”. No fue la última vez que lo interpretó el genial torero sevillano. En varias ocasiones fue su forma de pedir perdón al público en las tardes menos afortunadas.

Al hilo de esto, pienso  que la labor de un diestro debe medirse por el arte que pone en el coso desde que pisa la arena. Si así ocurriera, se cortarían quizá menos orejas, pero serían mas justamente otorgadas. Los actuales criterios son otros. Lástima.

Francisca García 

(Continuará)