En la finca de Zahariche en Lora del Río, pasta la ganadería más famosa de la historia de la Tauromaquia: los toros de Miura, los de la divisa verde y roja, o verde y negra si se lidian en Madrid. Toros más que de leyenda, de certezas, por sus características, su juego y las 9 o 10 víctimas mortales que sellan su historia de tragedia. Una historia que se escribe hace 182 años cuando D. Juan Miura y su hijo Antonio fundaron la ganadería, allá al ladito de Sevilla, en Dos Hermanas.

¿Por qué son tan temibles los toros de Miura? Es claro que por su maldición delictiva y por sus características tan distintas al resto de las reses bravas que se lidian y cuya morfología se ha mantenido en el tiempo. Los toros de Miura, hoy gestionados por Eduardo y Antonio Miura Martínez, son largos, altos de agujas, en una variedad de capa que va desde el negro, de piel fina  al cárdeno, colorado y castaño. Son ágiles, aprenden rápido y tienen una mirada viva y desafiante. Tampoco están mal de cornamenta, aunque no sea astifina. No pocos, tienen una salida al ruedo tan espectacular y tremenda como el que le tocó lidiar en primer término a Antonio Ferreras en la corrida Magallánica del pasado año, en Sanlúcar de Barrameda. Toros que nos encogen el ombligo tan solo con su presencia.

Ni que decir tiene que los toros de Miura tienen muy poco predicamento entre las figuras porque es muy difícil sacar faena a estos toros que exigen valor, destreza, y una pelea de poder a poder que pocos están dispuestos a afrontar. Ahora bien, la emoción que suscitan cuando se les planta cara y se les termina dominando y sacando cosas buenas, es sin parangón. Son animales que a veces, como el aludido traen mucho peso y en más de una ocasión han sobrepasado los 700 kilo por lo que su presencia es espectacular y si no que se lo digan a Rafaelillo, que precisamente en Sanlúcar en 2021 tuvo que matar tres toros de esa báscula  y arrancó una oreja al de mayor envergadura. Y es el mismo Rafaelillo al que le tocó lidiar unos años antes, en Zaragoza a un tío de mayor peso todavía, imposible de hacerse con él.

Es por esto que la famosa y temida ganadería saca cada año pocas corridas. No pasarán de la media docena las que se maten en plazas de primera y quizá un par de ellas en plazas de segunda. En Sevilla este año tiene contratada la Maestranza una corrida el 21 de abril, que lidiarán el Fandi, Manuel Escribano y Esaú Fernandez y en Madrid, en la Feria de San Isidro están anunciados para el 19 de mayo, Juan de Castilla y Colombo, precedidos por el maestro ¿cómo no? Rafaelillo, que se las volverá a ver con otros ejemplares de D. Eduardo y D. Antonio Miura Martínez. Ganaderos que supongo, como todos los años, cerrarán los Sanfermines si el tiempo no lo impide y a la máxima autoridad municipal no se le cruzan los cables.

Sí quisiera destacar, ahora que estamos indultando toros un día si y otro no, que a la ganadería de Miura solo se le han indultado dos toros en su ejecutoria de 182 años. Uno, en Utrera, de nombre “Tahonero”, el año 2019 por Manuel Escribano y otro, tres años después, en 2023 llamado “Quineo” que lidió Esaú Fernández, en la mencionada corrida Magallánica. Fíjense en la repetición de nombres. Seguramente a los mencionados en este comentario les gustaría poder lidiar en plazas de primera, otras divisas pero…

Y para terminar, la luctuosa trayectoria de la ganadería en la que cada caso es una página dolorosa, llena de matices, acontecimientos y circunstancias dignas de contar, pero son episodios en los que no me quiero detener, sólo destacar que el círculo empieza con un Rodríguez, José, y se cierra hasta la fecha y Dios quiera que definitivamente, con otro Rodríguez, un torero de su misma sangre: Manuel.

Como Pepete se conocía al cordobés José Rodríguez que en 1862 el Miura de nombre “Jocinero” se lo llevó por delante, en Madrid el Domingo de Resurrección. Su apelativo, Pepete, fue como una maldición, pues por asta de toro murieron un Pepete II  treinta y un año después, en  Fitero, corneado por un toro de Zalduendo, y un Pepete III en 1900 por un toro de Parladé.

El banderillero valenciano Llusío murió en Madrid por una cogida del toro de Miura llamado “Chocero” en 1875 y casi veinte años después en la misma plaza el toro “Perdigón” acabó con la vida de aquel torero, ídolo de la afición sevillana que se conoció como Manuel García “Espartero”, el de la frase “Más cornás da el hambre”. Su nombre saltó a los romances de la época:

Los toritos de Miura

ya no tienen miedo a nada

que se ha muerto el Espartero

el que mejor los mataba.

Y así abrochaba Fernando Villalón los 24 versos de su conocido poema:

Ocho caballos llevaban

El coche del Espartero.

Transcurridos seis años la finca Zahariche tuvo que asumir la fiereza de sus toros porque volvió a vestirse de luto por la muerte en Barcelona de Domingo del Campo “Dominguín”, alcanzado por el toro “Desertor”. Nada que ver este apellido con la familia Dominguín, de Quismondo, dinastía que ocuparía la mayor parte del siglo XX en el planeta de los toros.

A la lista trágica hay que añadir el novillero Faustino Posada, en Sanlúcar, en 1907; el banderillero Moreno de Valencia en San Sebastián y el novillero Pedro Carreño cogido en Écija. Y ya solo nos queda nombrar al califa del toreo. Aquel “Isleño” encumbró la ganadería dotándola del marchamo o etiqueta de terrorífica. Había matado al mejor torero, al más conocido, al más internacional. El ejemplar que segó la vida de Manolete no era, sin embargo, un toro de tremenda estampa, sino un toro terciado que pesó 495 kilos, pero era un Miura. Digo que Manuel Rodríguez cerró el círculo trágico en 1947. Círculo que había abierto su tío- abuelo Pepete en 1862 y que en el transcurso de 85 años se había llevado las vidas de 4 matadores, 3 novilleros y  2 banderilleros. Los Miuras seguirán siendo fieros, temidos, solo para los muy valientes. Quiera Dios que el círculo esté plenamente cerrado y nunca vuelva a teñirse de tragedia el hierro de los Miura.

Rafael Duyos giró la llave glosando

Su apodo MANOLETE. Islero, el de la fiera.

La casta, de los Miura. La Plaza, de Linares.

Manuel Rodríguez Sánchez resurrección espera…

¡Un aire de leyenda le lleva a mil cantares!

Francisca García