La rivalidad en la tauromaquia existe desde tiempos remotos, aquellos de Costillares y Pedro Romero. Y esta rivalidad entre los toreros ha ido disminuyendo hasta prácticamente su extinción, sobre todo durante estos últimos 40 años, desde los 80 hasta nuestros días. Muchas han sido las parejas de matadores que no se podían ni ver en el ruedo, donde demostraban quien era el mejor aprovechando cada quite o saliendo a comerse la plaza en el siguiente toro si un compañero había triunfado. Lagartijo y Frascuelo, Joselito y Belmonte, Luis Miguel y Ordóñez… Pero a día de hoy no existe ninguna dupla en la que exista competitividad entre ellos. La última posible podría haber sido José Tomás y Enrique Ponce, pero entre los vetos de uno y otro, no han querido demostrar en el ruedo quien es mejor. Quizá por miedo a perder o ser “humillado”, pero los toreros han de jugársela para poder llegar a mandar. Al igual que queda un tanto cursi los besos y las sonrisas en los patios de cuadrillas, o las charlas durante la lidia de un toro del compañero.
Por eso, en este clima de bondad entre los toreros (y en los toros también), ha generado que la afición quiera crear una rivalidad entre los que vienen pisando fuerte. Roca Rey y Pablo Aguado son los dos toreros jóvenes que más expectación están generando a lo largo de esta temporada. Y desde la histórica tarde de Sevilla, en la que alternaron juntos en el cartel, parece ser que la rivalidad ha florecido. Pero creo que salvo en ciertas tardes, la rivalidad va a ser escasa. Y hay una razón principal, que no han vuelto a torear juntos desde Sevilla si la memoria no me falla. ¿Casualidad? ¿Les resulta familiar? Juzguen ustedes. Otra razón es el concepto del toreo de cada uno. Está claro que a Roca le valen muchos más toros que a Aguado, y por eso triunfa allá por donde pisa. El número de trofeos y Puertas Grandes del peruano en sus casi cuatro años de alternativa. Viene a mandar en esto, y es una realidad, a pesar de que su forma de torear me gusta más bien nada. Aguado ha venido a ilusionar a la afición con su toreo, qué es completamente diferente al de Andrés. Pero su maravilloso concepto no le va a permitir triunfar con cualquier toro, al igual que le pasa a Urdiales y en ciertas ocasiones a Emilio de Justo. Pero si por el casual, algún día están acartelados juntos y los toros embisten, la tarde podría ser de locos, tanto para los partidarios de unos, como para los del otro.
Donde se ve rivalidad de verdad es en las corridas en las que torean matadores que necesitan oportunidades y dar golpes en la mesa. Tardes en las que se realizan todos los quites posibles, se parean banderillas por parte de los diestros y con la muleta se juegan el vientre. Y aunque el exceso de dramatismo no me gusta, lo hacen para quedar por encima de el de al lado. Y eso, señores, es la bendita rivalidad.
Quique Giménez