Alejandro Marcos vive el día a día esperando una llamada para volver a ver su nombre en los carteles. El torero ha sabido leer los tropezones que lo condujeron a su actual situación, con el traje de luces colgado en el armario y deseando volver a embutirlo para disfrutar con la esencia y empaque de su interpretación; con sus formas elegantes que lo auparon a gozar del culto y el fervor de los aficionados.

Alejandro, que vive por y para el toreo, es consciente que el ansiado día que vuelva a sonar el teléfono para comunicarle que tiene un contrato, lo más importante es estar preparado para no verse sorprendido, para estar al cien por cien y aprovechar la oportunidad de regresar al circuito, donde está su sitio natural. Fiel a los conceptos recibidos por su maestro, Juan José -y de beber de las fuentes del grandioso Julio Robles-, se curte en la dureza del banquillo esperando recuperar la actividad y que su luz artística vuelva a brillar. Mientras tanto tiene una cosa clara por encima: la dignidad y el respeto al toreo.

Una dignidad que jamás se ha dejado pisar cuando alguien le ha ofrecido ofertas tuneleras que tanto han prostituido la grandeza del toro y él siempre se mantuvo con firmeza para no aceptar; al igual que ese respeto del que tanto escuchó hablar a Juan José desde que daba los primeros pasos: Es mejor quedarse en casa y seguir preparándose antes que ir a torear de cualquier forma.

Precisamente, hace pocas semanas, sonó su teléfono con la intención de ser anunciado en un lugar muy significado para él, Arévalo, en su coqueta plaza, la conocida por Las Ventas de La Moraña, donde en 2021, acartelado con Morante y Juan Ortega, causó sensación y le abrió de par en par las puertas de la confianza y el reconocimiento tras dos grandiosas faenas rubricadas a un lote de Garcigrande. Aquel día, al finalizar el festejo, cuando las sombras de la noche se hacían presentes, el nombre de Alejandro Marcos corría de boca en boca entre profesionales y aficionados. Era el inicio de una etapa donde dejó la esencia de su calidad en numerosas plazas.

Con buen criterio y fiel al dogma de que quien torea debe volver, el alcalde de Arévalo propuso el nombre de Alejandro Marcos para esta nueva edición ferial, coincidiendo que llegaba una nueva empresa después de tantos años con el empresario local Martín Perrino al frente, quien hizo de esa feria un auténtico acontecimiento taurino de primeros de julio. Se le ofrece una corrida de Núñez del Cuvillo, compartiendo terna con El Fandi y Cayetano, marchando todo con buen pié y prácticamente apalabrado después de que el diestro en su negociación pidiese los honorarios que marca el actual convenio taurino, algo que rápidamente se concreta. Alejandro, feliz, al  tener apalabrada su primera corrida, la que debía ser para dar otro toque de atención, sin embargo en la noche de ese mismo día, sobre las 22.30 horas, se encuentra con la desagradable sorpresa de recibir la llamada de un banderillero que le exige torear con él la corrida. Según el diestro no se lo pide como hacen tantos subalternos que se ofrecen a un matador para ir en su cuadrilla, sino que lo hace de malos modos, con voces altisonantes y exigencia hasta afirmar que si quería torear esa corrida él tenía que ir en la cuadrilla. Alejandro no da crédito y, siempre fiel al respeto taurino que ha recibido, defiende su honor y honra. El banderillero en cuestión es Alberto Hernández, de la villa abulense de Sanchidrián y cercano tanto a la empresa que se ha hecho cargo de Arévalo como del alcalde de esta localidad. A partir de ahí todo se tuerce y Alejandro, desde el respeto al toreo, llama al empresario, que le corrobora la realidad del chantaje y envía un escrito al Ayuntamiento de Arévalo para informar de la situación que estaba siendo víctima, sin que nadie sea capaz de atar los cabos y siendo el diestro el gran perdedor. Pero a la vez orgulloso de haber defendido su dignidad, respeto y la integridad que debe tener quien se viste de luces, como le enseñó su maestro Juan José que nunca debía perder.

Penoso ver cómo juegan con las ilusión de jóvenes toreros, de tratar de hundir ilusiones desde la falta de escrúpulos, como este triste capítulo vivido en Arévalo, la histórica localidad de La Moraña, cuna de gentes nobles y hospitalarias, un lugar al que siempre gusta volver y que, con hechos así, entra en un futuro incierto tras tantos años de magnífica gestión y seriedad a cargo del empresario local Martín Perrino. Ahora, Alejandro Marcos, seguirá entrenando para cuando llegue su oportunidad volver a deleitar con su inmensa clase y seguramente, cuando en Arévalo vuelva a reinar la normalidad taurina, regresará a su coqueta plaza para seguir rubricando nuevas lecciones bajo el aroma de su torería y sin aceptar jamás imposición, chantaje o amenaza alguna.

Paco Cañamero