Valdemorillo, otro año más, ha tirado por la alcantarilla de los dislates el prestigio que gozó su Feria de San Blas y la Candelaria, la primera del año. La que dejó el recuerdo de tardes imborrables y la que siempre tuvo en los modestos el trampolín para buscar un triunfo que le abriera las puertas de Las Ventas. A Valdemorillo, no lo olvidemos, la grandeza le llegó con la idiosincrasia de la portátil, la particular fusión de toros con las tardes de frío, con gorro, bufanda y la manta de tiras para abrigar las piernas, en esa lucha del aficionado contra el gélido clima de primeros de febrero en la sierra de Madrid.
Aquella fue la primera identidad de ese pueblo; el otro las combinaciones de carteles con toreros modestos, junto a nombres de espadas que había perdido el tirón y buscaban su recuperación. De hecho miramos atrás y vemos gente de la categoría de Bernadó, El Inclusero, Miguel Márquez, Juan José, Marismeño, Currillo, Sánchez Bejarano, Sánchez Puerto…, con otros más jóvenes y, sin estar arriba, luchaban por encontrar un sitio. Y al lado de las corridas novilladas, algunas de tanto tirón, como un año que hicieron doblete Finito de Córdoba y Jesulín con la plaza abarrotada y mucha gente en el callejón. Porque entonces Valdemorillo era una feria de reventón. Y ahí bajó su historia.
Ese ejemplo de Valdemorillo y la pérdida de su esencia es aplicable a otras muchas plazas de España. Un ejemplo es el de Logroño. En la capital riojana, desde que cerró la vieja y torerísima plaza de La Manzanera para dar paso al actual tauródromo de La Ribera, se han perdido los enormes condicionantes que hicieron del San Mateo logroñés una feria de postín. La confusión del cambio trajo un nuevo modelo y, en el camino, quedó la exigencia del público riojano, junto a aquel toro serio y cuajado que identificó, hasta entonces, a esa plaza. Hoy Logroño es una clara feria desnortada, donde el coso de La Ribera en raras ocasiones supera la media entrada.
Y es que las plazas de toros deben tener su identidad, no globalizarlas. Ahora, para ir a Valdemorillo y ver a unos toreros que van a estar en todos los carteles de la temporada, lo mejor es quedarse en casa y no ir a ir a ese rincón serrano que han matado la esencia para ser uno más. Porque han acabado con el prestigio que gozó su Feria de San Blas y la Candelaria que ahora es una más.
Paco Cañamero