Sin duda alguna que, la diferencia entre los toreros de antaño y los de la actualidad existe un abismo insalvable. La forma con la que cambiaron los tiempos o quizás las personas, es algo irreparable. Cuando uno piensa que, por ejemplo, Joselito El Gallo toreó ochenta y seis tardes en Madrid en el plazo de ocho años, sinceramente, cualquiera se echa a temblar. Vamos que, lo sabemos porque así nos lo ha contado la historia y, pese a ello, todavía nos albergan las dudas al respecto.

Tenemos un promedio de casi once tardes por año en Madrid las que toreó José Gómez Ortega en la capital del Reino. Es decir, los números nos demuestran que el menor de los Ortega toreaba en Madrid como si estuviera en el patio de su casa y, lo que es mejor, a sabiendas de la dureza del público capitalino que, en aquellos años, como la historia nos ha contado, era muchísimo más duro que en la actualidad. Estaba claro que, por aquellas calendas los toreros no tenían los prejuicios de la actualidad en la que, desde hace muchos años, las figuras rehúyen a Madrid como si la capital tuviera la peste, y no lo digo en el sentido literal de la actualidad en que todos estamos poseídos por la maldita pandemia.

Eran otros tiempos y, sin duda, mucho más gloriosos. Madrid, para aquellos diestros, era una plaza más en la que había que comparecer a cada momento para que no quedara duda alguna de la capacidad de sus lidiadores que, siendo figuras, tenían que dar la cara en cada momento en el que eran reclamados. Por supuesto que sabían el reto que todo ello suponía, pero era algo que tenían asumido por completo y, como decía, sin complejos y desposeídos de todo ego, acudían a la capital de España como si actuaran en Barbastro. ¿Qué suponían aquellas actitudes por parte de los toreros? Lo que en verdad sucedía, que todo el mundo contemplara una fiesta única, auténtica, cabal, indiscutible, razones que la abocaron a ser la fiesta más popular de España y, por ende, del mundo entero.

Desde hace muchos años las figuras del toreo acuden a Madrid en su feria y, a regañadientes; es decir, si pueden esquivar acudir a dicha plaza miel sobre hojuelas, ahí está el caso de Enrique Ponce que ha estado muchos años sin sir a Madrid quitándose el peso de ser examinado una vez más. Y, sus compañeros figuras, cuando han acudido, ha sido en plena feria isidril, nada comparado con lo que antaño sucedía que, como Joselito, cualquier figura comparecían en Madrid en la fecha que fuere y cuando las cosas se ponían complicadas, se anunciaban con una de Miura y aquí paz y allá gloria. Es decir, de repente saldaban todas sus deudas si es que quedaba alguna pendiente.

Repasa uno la historia y queda convencido de que la grandeza de la fiesta vivió en aquellas primeras décadas del siglo pasado en que, todo era esplendor, lujo, autenticidad y grandeza para una fiesta que, lógicamente por las acciones que tenían sus protagonistas muy pronto comprendemos que era algo único e irrepetible. La pena es que no tuvimos la fortuna de vivir en aquellos años gloriosos y, para nuestra desdicha si hemos vivido la decadencia de la fiesta para llegar a la horrible actualidad en que vivimos que, para colmo, si Dios no lo remedia, entre unas cosas y otras al mundo de los toros le queda apenas un telediario.