Hay que felicitar una vez más a Alfonso Santiago por la edición de su extraordinario libro MEMORIA DE LOS OCHENTA en que, el periodista analiza con sumo detalle aquellos maravillosos años en que, toreros de distinta índole y categoría elevaron la tauromaquia a un rango increíble, algo que, visto desde la perspectiva de la actualidad, aquello nos sabe a milagro. Es cierto que, Santiago, narra lo más significativo de aquellos años, cosa muy lógica por otra parte pero que, como decía, nos da una idea total de lo que suponía la fiesta de los toros en aquellos años inolvidables.

Pero aquellos años ochenta dieron de sí mucho más de lo que nos narra Santiago que, por otra parte, el periodista no pudo recrearse en todos los acontecimientos de aquellas fechas, tarea imposible por otra parte, pero nada desdeñable por parte de otros diestros que, en aquella década encandilaron a la afición de Madrid.

Me explico. Yo era partidario por aquellos años de toreros de muy hondo calado en Las Ventas que, gloria lograda al margen, me quedo con la figura y obra de aquellos hombres admirables que, si no lograron lo que se proponían, si consiguieron el respeto y la admiración de Madrid, algo que podría ser baladí para muchos, pero que en el fondo es de un rango inconmensurable. Me refiero, cuando hablo de diestros como Frascuelo, El Inclusero, Sánchez Puerto, Pepe Luís Vázquez, Curro Vázquez……una serie de toreros que, con más o menos gloria, cautivaron a la afición venteña.

Recuerdo muchas tardes puntuales en Las Ventas en que, animado por el arte de El Inclusero, allí me presentaba en Madrid, siempre ilusionado porque la llama del arte podría prender en cualquier momento y, así sucedió en muchas ocasiones. Entre otras tardes, recuerdo una del 31 de agosto del 80 en que, El Inclusero, junto a Alfonso Romero y encabezando el cartel Antonio Ignacio Vargas como rejoneador que, en honor a la verdad, el centauro cortó tres orejas en una tarde memorable para él pero, casualidades del destino, salvo los presentes, nadie sabía lo que allí sucedió cuando, al día siguiente, en la prensa, sin haber cortado una sola oreja, se llevó todos los titulares Gregorio Tébar El Inclusero.

¿Qué pasó? Yo lo explico. Todos sabemos que Gregorio Tébar ha tenido tardes sublimes en Madrid, casi ninguna rematada con la espada y, la referida, para desdicha del diestro y de los que éramos sus admiradores, no pudo ser una excepción.  No es menos cierto que, aquella tarde, todos salimos de la plaza dibujando lances y muletazos por calle de Alcalá.

El Inclusero no cortó orejas pero dio varias vueltas al ruedo en que se aclamó su labor tanto con el capote como con la muleta que, en ambos trebejos nos enloqueció por completo. La pureza en todos los órdenes afloró en las manos y sentidos del diestro alicantino que, borracho de placer con lo que estaba haciendo, dada su embriaguez artística, es por ello que no halló la fórmula perfecta para rematar a sus toros con sendas estocadas, algo que, de haber sucedido, le hubiera abierto las puertas del toreo para siempre. En la referida tarde, si no recuerdo mal, el maestro Joaquín Vidal titulaba así su crónica: “Vengan pañuelos blancos para El Inclusero”

He aquí un extracto de la crónica del maestro Vidal en aquella señalada fecha:

Vengan pañuelos. A la afición se le caía la baba cuando toreaba El Inclusero, que pide un puesto de los de arriba, donde hay sitio para él y para cuantos sepan torear. Reposado, medido, inteligente, construía las faenas en perfecto ensamblaje con las condiciones de sus toros. Y además, aquello de adelantar la muleta, la franela bien recta y planchá, templar en el giro suave y hondo de la suerte, acompañar con la cintura, rematar donde la cadera, ligar… lo hacía también. ¡Vengan pañuelos! Para las ferias son obligados los terueles- manzanares-paquirris-capeas, según manda la rutina, y en el transcurso de ellas te puede dar un síncope. Es por el síndrome del derechazo. La fiesta de toros actual, merced a las imposiciones de los exclusivistas y al reinado de los funcionarios dichos, ha producido el síndrome del derechazo. Torear apenas ves.

Lo triste de la cuestión es que, El Inclusero, como el mundo sabe, dejó escapar, como en aquella ocasión, muchos triunfos por culpa de la espada que, pese a todo y a “todos” de haber acertado en su momento, a estas alturas estaríamos hablando de un auténtico maestro de aquellos años, los anteriores y sin duda los posteriores. La vida es cómo es, no como a nosotros nos gustaría que fuera, por dicha razón la historia no ha inmortalizado a El Inclusero como se debiera pero, tanto Madrid, como los que fuimos sus seguidores, todos sabemos que se trataba de un torero excepcional, con un gusto exquisito, con unas maneras nada comunes por lo que ahora muchos entienden como tauromaquia que, comparada con la del maestro, lo de la actualidad nos sabe a pura broma.