Es cierto que en el mundo de los toros, debido a las consecuencias de la pandemia que nos azotó todo ha quedado diluido como si de un terrón de azúcar se tratare. Menos mal que, pese a todo, nos queda memoria que, para nuestra dicha, nos viene a recordar tantas cosas bellas como hemos conocido en el toreo.

Como sabemos, la feria de San Isidro ha sido, desde siempre, el punto exponencial a nivel mundial para el toreo pero, al margen de ello, Madrid era plaza de temporada y, tras la feria, eran muchos los festejos que tenían lugar en la Villa y Corte para deleite de los aficionados que festejaban aquello eventos con auténticos clamores. Amén de la feria citada y en ese intervalo hermoso que mediaba entre la feria de mayo y la de otoño, había muchos domingos y festivos en los que muchos toreros lograban encarrilar sus carreras debido a un gran triunfo en Madrid. Por cierto, Juan Pedro Domecq no solía lidiar en los festejos veraniegos de Madrid pero, a su vez, al igual que ocurría con los toreros, muchos ganaderos tenían su tabla de salvación en dichos festejos que, para mayor dicha, aquellos toros daba gloria verlos.

Fueron cambiando los tiempos y, lo que antes eran corridas de toros para dar oportunidades a diestros muy válidos, lo convirtieron en novilladas para desesperados que no concitan el interés de nadie y son un auténtico sopor para dicha afición. No hace falta nada más que mirar los nombres de los diestros actuantes y, salvo en raras ocasiones, todo son hombres que acuden a Madrid a la desesperada; al ahora o nunca y, claro, todo queda en nunca.

No sabemos qué pasará en los tiempos venideros si es que de alguna vez logramos salir de este atolladero. Lo que sí es cierto que desde hace muchos años se instaló en Madrid la moda de las novilladas sin sentido y, hasta la fecha, los aficionados así las sufren y, lo que es peor, con el recuerdo de tantos toreros que, precisamente en la época estival encontraban ese hueco que necesitaban para reivindicarse en la primera plaza del mundo, algo que lograban muchos diestros, sin ir más lejos, Paco Ojeda que salió catapultado de Madrid un quince de agosto festividad de la Virgen de la Paloma. La lista podría ser muy larga, que de hecho lo es, pero dejemos que sea el torero sanluqueño el punto de referencia de lo antes citado, sin olvidar, por supuesto a Manuel Jesús El Cid que, como le ocurriera a César Rincón, igualmente salieron lanzados en dichos festejos.

Los aficionados veteranos recordamos con ilusión a toreros de enrome categoría artística que, por razones diversas eran excluidos de la feria de San Isidro pero, a lo largo del año, todo aquel que tuviera algo que decir tenía su oportunidad. Es el caso de Frascuelo, El Inclusero, Manolo Cortés, Sánchez Puerto y un largo elenco de matadores que, como Madrid sabe, tantas tardes de gloria le dieron a dicho ruedo estos toreros que parecían postergados y, a la hora de la verdad, dictaban bellísimas lecciones de torería eterna.

Cambiaron los tiempos y como si de un maleficio se tratare, en vez de montar las citadas corridas de toros, el mismo pliego de condiciones se encargó de enterrar aquellos sueños de los que eran portadores tantos toreros que, de tener oportunidades como antaño sucediera, mucho tendrían que decir. Como digo, en Madrid se organizan muchísimas novilladas que no sirven para nada; si acaso, como digo, para cumplir un pliego absurdo de condiciones que, en realidad, es una falacia. No estoy en contra de las novilladas, pero si contra ese tipo de festejos que se organizan con el tinte de una oportunidad y es todo mentira. Que se contrate a chicos inexpertos para ir a Madrid por si suena la flauta, me parece una falta de respeto a los aficionados.

Y lo más sangrante de todo es que aquellos tiempos no volverán jamás. Posiblemente, un día recuperemos la normalidad en todos los sentidos pero, insisto, lo que he dicho eso no volverá jamás porque, entre otras cosas, para la empresa, es mucho más sencillo cumplir el mero trámite de dar una novillada en la que con cuatro “duros” se organiza, que tener que dar corridas de toros que, en el peor de los casos, aunque sea poco, a los diestros hay que pagarles. El hecho citado es uno más de la desmoralización de la fiesta en todos los sentidos. Una pena, pero es una triste realidad que debemos de asumir porque dudo que haya nadie que sea capaz de cambiar ese modismo absurdo para dejar en el camino a toreros de enorme valía que, como siempre sucedió, desde Madrid podían aspirar al cielo.

En la imagen, don Antonio Chenel Albadalejo, más conocido como Antoñete, todo un icono referencial en Madrid, razón por la que actuaba en su plaza en la fecha que fuere requerido.