Se han cumplido ahora quince años desde que tomara su alternativa en su feria hidrocálida de Aguascalientes, todo un hito en la vida de este personaje tan singular como carismático. A Macías podríamos criticarle lo que nos viniera en gana pero, cuidado, lo que nadie podrá criticarle es su condición de torero macho, honrado a carta cabal puesto que, su entrega, vestido de torero, no tiene límites.

Arturo Macías demostró desde el primer día que se vistió de luces que quería ser torero; vamos que, lo suyo no era un capricho de un día, todo lo contrario; era, como se ha demostrado, una pasión exacerbada a favor de una profesión a la que ama con locura puesto que, de lo contrario, haría años que hubiera abandonado.

Muchos serían los logros que podríamos enumerar de este admirable diestro, entre ellos, haber competido en México con el más grande de los toreros, José Tomás y, para colmo, haber estado a su altura y, en ocasiones, hasta superándole en trofeos. Convengamos que, nueve puertas grandes conseguidas en el Embudo de Insurgentes no es tarea baladí, más bien, todo un logro al alcance de muy pocos.

Sin duda alguna, Arturo Macías podía haber conseguido logros más épicos si cabe de todos los que ha logrado pero, no es menos cierto que, en estos quince años de gloria, la sangre ha brotado de su cuerpo a borbotones, sencillamente porque tener casi cuarenta cornadas en su cuerpo dice mucho a su favor; más bien yo diría que dice más si cabe a favor de los aficionados porque, las mismas, han sido producto y “fruto” de su entrega apasionada en los ruedos. No tengo la suma del tiempo que Macías ha pasado entre los hospitales y las salas de recuperación pero, sumado todo ello, seguro que nos da el resultado de muchos meses de alejamiento de los ruedos. Es decir, he aquí el hándicap que ha impedido al diestro hidrocálido lograr más y mejores cotas artísticas.

Recordemos que Macías empezó como torero entregándonos lo mejor que tenía, un valor sin límites, el que suplía sus carencias técnicas, cosa muy lógica en un chaval que empieza como pudo ser su caso. Más tarde, a medida que pasaban los años se cimentó su torería, su clase, su armonía en cada uno de sus muletazos logrando, en muchas ocasiones, la rotundidad del éxito más apasionado; para él y para los aficionados que le aclaman.

Hace una década, de la mano del inolvidable Antonio Corbacho, Macías hizo campaña en España pisando las plazas de mayor relevancia, bien es cierto que, para matar lo que los demás no querían, razón por la que salió corneado en repetidas ocasiones; si en México ya había derramado mucha sangre, entre nosotros no fue una excepción, más bien una regla maldita puesto que visitó muchas de nuestras enfermerías. Todo un gesto por su parte porque, como digo, Macías nunca esquivó compromiso alguno, hasta el punto de tener que derramar mucha sangre, tal y como le sucediera el pasado año en Madrid en que, una vez más, enfrentándose a una corrida durísima recibió una cornada gravísima que le ha tenido varios meses para su recuperación.

Pese a todo, Arturo Macías, como él mismo confesara, se siente un tipo afortunado porque ha hecho de su vida lo que quería, ante todo, saberse torero y demostrárselo al mundo, con la de vicisitudes que ello le ha reportado. Nada ha importado al respecto de tantos sacrificios de su parte porque al final de la contiendo, lo que cuenta, lo que prevalece es la ilusión por haber logrado la meta que se había propuesto.

Felicidades para Arturo Macías, un diestro ejemplar donde los haya, un mexicano que ha dejado el pabellón de su país en todo lo más alto. Para su suerte, con toda seguridad, le quedan todavía muchos años para seguir impartiendo sus lecciones de torería que, sin duda, le auparán todavía mucho más alto. Si tengo clara una cosa, si un torero merece todo el respeto del mundo, éste no es otro que Arturo Macías.