Los toreros nos suelen emocionar por sensaciones del alma que, como es natural y lógico, pueden llegar por los senderos del arte y, por encima de todo, cuando hay un toro en el ruedo que produce emoción y, para colmo, el torero, además de entenderlo se palpa de lejos que un hombre se está jugando la vida. De vez en cuando salimos de la plaza habiendo disfrutado de la belleza y singularidad del animal en estado puro y un aficionado dice: “Fulano de tal hoy ha salido ileso de la plaza porque estaba Dios con él

Sin duda no es una frase habitual en las corridas de toros porque, pese a que todo el mundo se juega la vida, la profesionalidad de los hombres que se visten de luces, siempre damos por entendido que es el atributo que tienen para vencer en la batalla sin más sobresaltos que los habituales que, en corridas normales, suelen ser más bien pocos. Se triunfa o se deja de triunfar y ahí acaba la historia.

Irremediablemente, cuando los aficionados sentimos que el torero se está jugando la vida gallardamente, es cuando nace la frase antes descrita porque, pese a todo, no hay nada más bello que ver a la gente emocionada porque sienten que, ese hombre que está en la arena puede morir en cualquier envite del toro. Nadie quiere la muerte, todos la aborrecemos pero en la fiesta de los toros es un factor –el temor antes dicho–  fundamental para que el aficionado vibre con el corazón encogido hasta que se mata el último toro.

Hay un elenco de toreros que militan en esta “segunda” división del toreo que, pese a ello, son tan grandes como las más consagradas figuras que, dicho sea a vuela pluma, con esos toros quisiera yo ver a los mandones del toreo. Para colmo, este tipo de toreros, grandes en su corazón y muchos incluso en su arte, en ocasiones son menospreciados porque no tienen el relumbrón de Morante, por citar a un señorito del toreo. Mis respetos para todos y, con la venia de ese conjunto de toreros admiradísimos por la afición, hoy me quedo con Octavio Chacón, como antes lo hice con otros muchos, sencillamente porque ellos son el paradigma de la verdad de la fiesta.

Octavio Chacón es un gran torero, respetado y admirado en Madrid y, por si alguien dudaba de su capacidad artística, ahí quedó su actuación días pasados en Sanlúcar de Barrameda en la corrida Magallánica en que, con toros de Miura, Chacón dio la auténtica medida de su grandeza. Enemigos dificilísimos, -como tiene que ser un enemigo-, en los que Chacón se entretuvo en torear de capote con aires primorosos para, más tarde, muleta en mano intentar –y muchas veces lo consiguió– crear arte frente a un toro que solo miraba su cuerpo puesto que, los engaños del diestro le tenían sin cuidado y, en ese toma y daca es cuando Chacón salió victorioso del trance en los dos toros que lidió. Su triunfo resultó tan épico como cabal, algo que tardaremos en olvidar.

Los aficionados, en los tendidos y frente al televisor, todos sentíamos pánico mientras que, Octavio Chacón, con esa torería de la que es dueño y señor, quería torear a placer para que todos olvidásemos el miedo, algo que consiguió en muchos pasajes de la lidia de sus toros. Definir la gloria de Chacón en la tarde referida es tan difícil como la obra que él llevó a cabo, con la diferencia de que la reflexión, pluma en mano, suele ser muy sencilla porque, salvo nuestra credibilidad, no exponemos nada; lo difícil, arduo y épico era jugarse la vida con aquella naturalidad propia de seres de otro planeta. No puede entenderse de otro modo. En esta ocasión eran toros de Miura pero, de los de verdad, los que le han dado leyenda a la ganadería que, pese a ser lidiados en un pueblo, dicha corrida hubiera valido para Madrid y, lo que es mejor, las ovaciones de recibo  en la salida de los toros hubiera sido atronadoras.

Tardes tan conmovedoras como la citada, Chacón ha tenido muchas en su carrera pero, en esta ocasión para su fortuna, las cámaras de la televisión le mostraron al mundo un torerazo cabal, puro, auténtico que, para nuestra suerte, como aficionados, todos percibíamos que Chacón podría volver al hotel o irse directamente al hule e incluso con fatales consecuencias. Es ahora cuando, sin duda alguna, la dimensión de Octavio Chacón se hará presente en muchas ferias, con el toro auténtico, pero con él de protagonista.

Actuó el diestro gaditano con una naturalidad propia del que se enfrenta a una corrida de Juan Pedro; es decir, este gran torero cuidaba el detalle con una armonía desmesurada,  con la finalidad de nadie pasara miedo puesto que, desde lejos, se sabía que todos estábamos aterrados; todos menos él, claro está que, para colmo, se entretuvo en darnos una tarde llena de torería inagotable. Si la verdad de la fiesta tuviéramos que resumirla en dos palabras, la cosa sería muy sencilla, Miura y Octavio Chacón, el binomio no pudo ser más emotivo.

Yo soy muy ambicioso en calidad de aficionado y, lo confieso, no quiero que Octavio Chacón sea figura del toreo –menudo cabrón, dirá el torero cuando lea estas líneas– porque ya sabemos eso lo que conlleva; quiero que sea el amo del circuito en el que se mueve que, a no dudar, debe de darle para comprarse una finca. Esos toros auténticos que se lidian por esas plazas de Dios, ante todo merecen un torero como Chacón frente a ellos que, además de jugarse la vida sabe torear con una naturalidad pasmosa, algo que emociona hasta los leones del Congreso de los Diputados.