Me contaba hace unos días un compañero de los que, como yo, damos información y crítica mediante nuestros ensayos taurinos sin pertenecer el gremio de los del hambre que, el pasado año, estaba almorzando en un restaurante de lujo en el que, precisamente, allí estaban haciendo lo propio los toreros que, unas horas más tarde se jugarían la vida y, de repente, allá a lo lejos, divisó a un compañero de los que escriben en Internet, le conocía y, le saludó de forma educada y, lo que es mejor, hasta le invitó a que se sentase en su mesa para comer todos juntos.

Del hombre citado no daré su nombre porque en los corrillos taurinos es muy conocido, lo que no sabe el personal es el hambre que pasan estas criaturas puesto que, hasta le confesó a mi amigo que él no podía darse el lujo de comer en el restaurante y tenía que saciar su hambre con un bocadillo que había pedido en la barra del restaurante. De igual modo, en su confesión, aquel aventurero de la crítica dijo que, su portal le daba cincuenta euros por crónica y, en todo lo demás, él tenía que buscarse la vida. En la actualidad, eso se llama hambre, algo que saben muy bien los toreros pero que, como digo, a lo máximo que aspiran es a que les den botafumeiro, pero sin que les cueste apenas un bocadillo y, medios de comunicación formales y serios para ganarse uno la vida hay muy poquitos.

Yo veo todas esas cosas y me muero de la pena, de la vergüenza ajena que puedo sentir al ver como algunas personas son capaces de ser esclavos de la nada; es decir, yo entendería que un crítico adulara a todos los toreros del mundo pero que, al final, esa adulación le recompensara para vivir opíparamente; se le calificaría de farsante y sin crédito alguno, pero viviría de forma digna. Pero no, es tanta la ilusión que ponen porque su nombre aparezca firmando una crónica de Enrique Ponce, por citar al primero que se me viene a la mente que, hasta son capaces de soportar con estoicismo toda el hambre que les caiga encima.

“Críticos” habemos muchos y, como se comprenderá me incluyo el primero en ese entrecomillado que apunto. Periodistas con carrera los hay a montones, decenas, cientos, yo diría que hasta miles de ellos. ¿Cuántos medios de comunicación existen que puedan pagarle un jornal digno a un crítico, cinco, seis……? Y no hay más. ¿Qué hacemos los otros tropecientos mil que quedamos? Porque, cuidado, en esto de Internet, periodistas que firman los hay por montones pero, para ello ¿es preciso pagar ese elevadísimo precio de la miseria por firmar una crónica aduladora?

Seamos conscientes de que triunfar en el periodismo taurino es más difícil que se figura del toreo, siendo así, ¿de qué nos asustamos? Es decir, aceptemos esa dura realidad, ejerzamos de aficionados, critiquemos lo que nuestro corazón nos indique, compremos nuestra entrada para ver los toros, tengamos un trabajo al margen que nos permita vivir con dignidad y, a partir de ese momento, todo es posible; hasta vender nuestra verdad porque no dependemos de nadie.

Reconozcamos que, ante los toreros tenemos la ventaja de que, mientras que si ellos no torean no comen, nosotros, los narradores, podemos seguir escribiendo porque no aspiramos a que medio alguno nos sustente porque, tenemos capacidad para sustentarnos por nuestros propios medios y, lo que es mejor, en la actualidad, gracias a Internet, todos los aficionados del mundo podemos ejercer la crítica o mostrar nuestra opinión que, será más o menos reconocida, pero siempre muy válida porque no estamos condicionados por nada ni por nadie.

Lo sangrante, como digo, es pasar hambre porque quieres estar en el callejón, que te vean los taurinos, que te regalen el pase para entrar en los toros; en definitiva, todo son humillaciones las que muchos tienen que soportar porque quieren ser esclavos de los demás cuando podían ser reyes de su propia existencia.

Lo confieso, no puedo negarlo, a mí también me hubiera gustado ejercer la crítica en El País, como tantos años hiciera don Joaquín Vidal, pero se daba la circunstancia de que dicho diario solo necesitaba un crítico, eligió a Joaquín Vidal, sin duda porque era el mejor. ¿Qué hacer, suicidarme, dejarlo, envidiar a Vidal, o seguir mi honrado camino? -Y, a su vez, me alegro muchísimo de que el trono que dejara vacante Vidal lo ocupe ahora Antonio Lorca, un crítico digno, cabal, culto y sabio.- Elegí lo último y, soy feliz, el más feliz del mundo porque tengo lo que tantos anhelan, la libertad total y completa para decir lo que mi corazón me indica. No me debo a nadie porque como diría Luís Francisco Esplá, soy el patrón de mi vida y el dueño de mi barco.