De toda la vida de Dios ha habido astros fulgurantes en la tauromaquia de los que, cada cual ha elegido al que creía que era el mejor, el que más le cautivaba o el que mejor se publicitaba de cara a los aficionados. Cierto es que, decantarse por las estrellas de la torería es una tarea muy sencilla; como lo dicen todos, seguro que es verdad, piensa el gentío cuando se alaba a una figura del toreo. Y no siempre es verdad o, en su defecto, con la verdad que otros perseguimos.

Cualquier figura del toreo tiene seguidores por legión porque, en realidad, es lo más sencillo del mundo. Yo me apunto al carro de El Juli y de tal forma no marro, piensan los que menos razonan y, al final, así les va. Aferrarse al estereotipo de todo el mundo no deja de ser una tarea facilona y simple pero que, rara vez puede alimentarte el alma.

Convengamos que, en todas las épocas de Dios ha habido grandes toreros que el mismo taurinismo opacaba para que no brillaran con la intensidad de lo que ellos llaman astros de la torería. Lo dicho, de novedad no tiene nada, pero es ahí donde quiero enfatizar. Toreros que, en realidad han toreado muy poco porque el sistema así lo ha decidido los conocemos todos, entre ellos, Carlos Escolar Frascuelo el que, para mi suerte, alguna vez que otra he hecho más de mil kilómetros para verle torear y, si digo la verdad, jamás me decepcionó. Hasta Ceret me cupo la fortuna de ir a verle hace unos años y, salí embriagado de dicha plaza por mor de su toreo personalísimo, repleto de arte, lleno de misterio que, al final desembocaba en la catarsis más bella del arte.

Toreros segundones al que el empresariado nunca reconoció pero que sus valores viven dentro de su cuerpo, caso de Frascuelo al que, si se me apura, solo Madrid supo reconocerle como en verdad merecía. Como quiera que el torero de La Villa y Corte ha siempre un artista consumado, es muy sencillo recordar sus tardes más hermosas, entre ellas, el día que salió a hombros de Madrid, su tarde, no sé si más redonda, pero sí su más emblemática por aquello de traspasar el umbral de la primera plaza del mundo, algo que tantísimos diestros no han logrado. Es el caso de un tal Jesulín que toreó dos mil corridas de toros y jamás dio una vuelta al ruedo en Madrid, cosa lógica porque en dicha plaza admiran a los toreros y se mofan de los chuflas.

La fortuna quiso que yo disfrutara aquella tarde agosteña en que, Frascuelo, junto a Mariano Jiménez y Juan de Félix, que confirmaba su alternativa. Era un 22 de agosto de 1999 en que, sin duda, Frascuelo jamás olvidará aquella tarde al igual que las diez mil personas que aquel día allí nos congregamos. Recordemos que, los toros que se lidiaron eran de Juan Pedro, perdón, me equivoqué, eran del Cura de Valverde. Está uno tan puesto a escuchar el nombre de Juan Pedro que, sin pretenderlo nos sale por las orejas dicho nombre. Bromas al margen, la citada corrida tuvo mucho que lidiar pero, para fortuna de Frascuelo, en sus manos cayeron los dos toros menos malos del encierro a los que Carlos Escolar entendió con una pasión desmedida.

La corrida, como cualquiera puede imaginar, era una tía con más arboladura que los cedros del Retiro; con cuajo enorme, con trapío para dar y tomar y, pese a todo, el lote de Frascuelo, sabedor del torero que tenían enfrente se dejaron; es decir, aquel lote tuvo la suerte de tener como lidiador a Frascuelo puesto que sus compañeros no alcanzaron dicho nivel y, en honor a la verdad, algunos toros más se dejaron torear pero, amigo, a ese tipo de toros que ya desde el hotel se les tiene respeto, una vez te enfrentas a ellos ves peligros que no existen, aunque los haya por doquier. Peligro lo tenían desde el punto de mira que se les quisiera ver, que se lo pregunten a Víctor Manuel Herrero de la cuadrilla de Mariano Jiménez que se llevó dos cornadas.

Frascuelo, para su dicha, calcó dos faenas bellísimas en que el natural afloró con su esencia más hermosa mientras que, con la diestra, el torero de Madrid nos cautivó por completo. Faenas rotundas, bellísimas, sin excesos ni avisos, pero con la intensidad precisa para no aburrir a nadie; todo lo contrario, de la plaza salimos cautivados y, lo que es mejor, ver al artista en hombros por parte sus correligionarios, aquel gozo vivirá siempre dentro de nuestro ser.

Tras muchos paseíllos en Las Ventas, muchas orejas cortadas en solitario, por vez primera, Frascuelo salía en hombros de dicha plaza en olor de multitud. Hasta la espada, la que tantos triunfos le ha privado, en aquella memorable tarde estuvo a la altura de las circunstancias porque, emborronar aquellas obras de arte hubiera sido delito. Ya, fuera de la plaza, lo que sí es muy cierto es que todos íbamos dibujando naturales por la calle Alcalá.

Ya, en el hotel, quisimos compartir nuestra alegría con el maestro y allí fuimos testigos de la llamada que recibió, sin duda la más bella del mundo que tanto embelesó al diestro. Era su madre la que, emocionada le llamó para decirle que, tras aquel triunfo, ya podía morirse tranquila porque había sido testigo de que el sueño de su hijo se había tornado realidad. Las lágrimas de emoción de Frascuelo nos contagiaron a todos que, sabedores de que los artistas también tienen parte humana, nos marchamos pletóricos y felices del hotel Foxá en que, como era costumbre, siempre allí se vestía Frascuelo. Carlos Escolar se quedó llorando de emoción por las palabras de su señora madre mientras que, nosotros, nos fuimos llorando, pero de la emoción que nos habían producido sus faenas que, tantos años después las seguimos viviendo como si fuera cosa de ayer. Es decir, una vez más, Frascuelo nos ha venido a recordar que el arte es eterno, la prueba nos la dio él con sus lecciones de torería que, más de treinta años después seguimos evocando.