Dios me bendijo el día que conocí a Facundo Cabral porque, tras aquel encuentro y todas las vicisitudes que compartí con el maestro, tras tantos años después me sigo preguntando: ¿Qué hubiera sido de mí sin Facundo Cabral? ¡No encuentro respuesta! No existe. Pero sí debo de confesar que la filosofía del maestro, la que aprendí como lección de vida me sirvió para ser un hombre nuevo. ¿Qué es un hombre sin un sueño? Decía Cabral. Y eso aprendí, a soñar despierto, a seguir creyendo que lo que hoy me parecía imposible, mañana se tornaba una realidad. Y todo eso lo descubrí cuando aprendí que, el enemigo vive dentro de cada cual, no los busquemos fuera puesto que, de hacerlo, estamos opositando al peor de los fracasos.

Queda uno muy liviano de peso cuando comprende que se viaja mejor y se transita por la vida con poco equipaje; digamos que, con el necesario puede uno ser feliz. Lo decía el maestro: si amas al dinero a lo sumo llegarás a un banco, pero si amas a la vida llegarás a Dios y, es hí donde se encuentra la paz. Y eso me sucedió a mí puesto que, tras una vida de vagabundeo absurdo, gracias a este gran ser humano pude encontrar la luz que alumbró el sendero de mi vida.

Siempre, mientras me quede un soplito de vida seguiré recordando a Facundo Cabral; su amistad, su cariño, sus lecciones, sus vivencias y tanta cosa bella que este hombre desprendía que, no tomar lección a su lado hubiera sido un pecado mortal. Fueron muchos años aprendiendo del que todo lo sabía, razón de la felicidad que ahora me embarga, una dicha que la llevo en mi alma desde el primer día que le conocí, de ahí la fortuna de la que hablo al respecto de mi humilde ser por haber puesto en mi camino una persona tan relevante, lo que viene a demostrar que, lo mejor de uno mismo son los demás, Facundo Cabral es la prueba de todo lo que digo.

Cabral practicaba una filosofía única en el mundo, nada que ver con lo que los humanos llevamos a cabo; por no tener no tenía ni una casa para vivir, es decir, como él confesaba, su casa era el mundo, su única morada. Yo me estremezco todavía cuando recuerdo sus aforismos llenos de verdad y de misterio, todo a la vez. Aquello de, cada mañana es una buena noticia, cada niño que nace es una buena noticia, cada hombre justo es una buena noticia, cada cantor es una buena noticia porque cada cantor es un político menos. ¿Cabe mayor clarividencia en la mente de un ser humano? Es imposible.  Y a su doctrina me entregué para, tantos años después confesar lo bien que me ha ido practicando, en la medida de lo posible, su filosofía simpar.

Gracias a Facundo Cabral supe comprender que los grandes placeres de la vida son totalmente gratis y, el ser humano se empeña en todo lo contrario. ¿De qué vale el dinero si perdiste la salud? ¿Para qué quieres una fortuna si no tienes amigos? Qué desdicha tan grande para todos aquellos que les agasajan por lo que tienen. Al final, como nos recordaba Cabral, si no estás dispuesto para perderlo todo, ¿cómo te atreves a intentar ganar nada? La vida es un cambio permanente y tienes que adaptarte a todo lo que la misma te entregue. ¿Cómo te atreves a quejarte de algo si tienes salud y eres capaz de ver los noticieros con lo que nos cuentan cada día al respecto de tantas partes del mundo y los seres humanos que allí sufren? Somos desagradecidos con todo lo que Dios nos ha dado que es el todo y, apenas nos damos cuenta.

Por todo lo dicho, aquel nueve de julio de 2011 me atreví a confesar que me quedé huérfano de verdad, sencillamente asesinaron al cantor que, para mí era un amigo del alma; digamos que, el mundo quedó huérfano de un ser humano irrepetible, de un genio que cantaba pero que, su gran valor no era otra cosa que sus oraciones, sus aforismos, sus chanzas incluso; pero todo ello rociado de una inteligencia sobrenatural con la que cautivó al mundo. No necesito automóvil -decía Cabral- porque lo tienen mis amigos, no tengo casa para vivir porque donde voy me acogen como si fuera un hermano, por eso se vanagloriaba de ser un vagabundo First Class. Era una forma de vida que todos anhelábamos pero que, con toda seguridad solo él lo logró, los demás moriremos en el empeño. Como fuere, y me pongo como ejemplo, los demás viviremos con su recuerdo y, como me sucedió a mí, con las lecciones que pude tomar que, al final, hasta me salvaron de la hecatombe en la que se encuentra sumido el mundo.