Tras más de quince años como matador de toros, todos los aficionados sabemos perfectamente la clase de torero que atesora Jesús Martínez, más conocido como Morenito de Aranda, el hombre al que siempre ponderó el viejo profesor del apoderamiento que no es otro que don Carlos Zúñiga.

El arte derramado por el diestro arandino en pasado sábado en Estepona no era una casualidad, todo lo contrario. Todo el mundo ha claudicado ante la grandeza de Morenito que, artista como pocos, ha firmado una de las faenas de la temporada en que, junto a Finito de Córdoba en su momento, ha dejado una huella imborrable en el coso esteponés. Tras lo expuesto por el diestro en la plaza malagueña, Morenito nos vino a demostrar que, torear más o menos, no deja de ser otra cosa que pura estadística, numerología a fin de cuentas.

El arte, como sabemos, no se mide por actuaciones, pero sí por sensaciones de las que llegan al alma, lo que nos sucedió con este admirable diestro al que, postergado por el taurinismo, una vez más ha demostrado su valía que, para su fortuna –y la nuestra como aficionados- ante toros encastados de La Quinta, puro Santa Coloma, Morenito nos embrujó hasta el alma.

De toda la gira de la reconstrucción, ha sido en Estepona, como segundo escenario donde afloró la casta de los toros lidiados lo que, como se comprobó, le dio grandeza a una fiesta maltrecha y adulterada pero que, en casos como el citado, los toros toman ese esplendor que siempre les definió como una fiesta maravillosa y única en el mundo. Ante toros encastados, como explico, Morenito hizo el toreo más puro, de  sus manos y sentidos afloró ese arte inigualable que, solo en las manos de los consentidos por Dios puede llevar a cabo.

No quiero describir lo que hizo Morenito pero, para todo el que no pudiera verlo, digámosle al mundo que estuvo genial con el capote en sus dos enemigos, una tela manejada con esa gracia tan particular de este diestro burgalés que, como se ha demostrado pudo haber nacido donde el destino le deparó, pero que su arte sigue siendo tan sublime como si su señora madre le hubiera parido junto a La Giralda. Con la muleta su labor fue pura orfebrería, un canto al arte en su más viva acepción, una sinfonía en la que, además de sentir la llamada del arte, los aficionados palpábamos que aquello era de verdad, sencillamente por la casta y la raza del toro que tenía enfrente.

Siendo así, tras todo lo expuesto, a cualquiera le entran náuseas al comprobar que, para el taurinismo, Morenito de Aranda es considerado como un segundón del toreo cuando, como se sabe y las pruebas lo atestiguan, el diestro arandino es un artista en toda la extensión de la palabra. Cierto es que, el “sistema” está establecido de este modo horrible en que, toreros como Morenito, mejor dicho, un hombre de su categoría artística está considerado como un segundón mientras que, por ejemplo, un vulgar pegases como El Juli es una primera figura. ¿Lo entiende alguien?

Lo peor del mundillo artístico, y los toros son el sinónimo de lo que digo, no es que el artista valga –que tiene que valer- lo lamentable de la situación son los hilos que se mueven entre bambalinas y que determinan el sí o el no al respecto de un torero determinado. No hay hombre sin hombre y, repito, para esos mundillos donde el que menos manda es el torero puesto que hablamos de toros, sigue siendo lamentable que se pierdan en el camino auténticos artistas que, como sucediera el pasado sábado en Estepona, un torero de la talla de Morenito de Aranda nos erizara hasta el alma con su arte y, mientras todo eso ocurrió, el taurinismo sigue estando de espaldas ante tan magno diestro.

Hay que felicitar dicho diestro para que no abandone jamás, sencillamente porque pese a tantos imponderables, de seguir viva la fiesta de los toros debe de llegarle su hora. Y, ante todo, loas de alabanza para don Carlos Zúñiga, ese viejo profesor que siempre creyó en él al que, Morenito, una vez más le ha dado la razón.