Esta es la pregunta, -¿para quién escribimos?- que todos nos hacemos y, en muchas ocasiones no hallamos respuesta. Eso digo yo, ¿para quién escribimos los comentaristas? La teoría está clarísima, sin duda, para satisfacer a nuestros lectores que, a priori les sabemos aficionados a los toros, razón por la que intentamos contar nuestras experiencias, en ocasiones, vivencias propias, todo ello para buscar el entretenimiento de los lectores con la enorme ilusión de que, si al final de la contienda logramos que nuestro mensaje tenga un cierto calado, el éxito lo tenemos servido. Y cuando abogamos por el mensaje, nos referimos a la verdad del espectáculo en su más pura acepción.

El problema del periodismo taurino actual, yo diría que es un mal endémico que venimos arrastrando durante muchos años que, al final, ha derivado en lo que voy a explicar. La mayoría de los informadores lo hacen para congratularse con los taurinos, léase toreros antes que nadie y, a partir de ahí empresarios, ganaderos e incluso para los timbaleros, todo para que estén contentos los que forman parte del espectáculo pero, la cuestión es mucho más profunda porque, escribir para los profesionales no es otra cosa que sabernos criados de nuestros amos y, a estas alturas de la vida, eso de tener un amo nos viene muy cuesta arriba.

Cuando uno escribe, ese es mi leal saber y entender, el mensaje a lanzar tiene que ir directamente al corazón de los aficionados puesto que, todo lo demás es pura traición hacia aquellos que de alguna manera puedan seguirnos, sean dos o veinticinco, pero siempre para ellos. Por regla general, desde nuestra tribuna, el primer quehacer de todo aquel que informa debe ser contar la más estricta verdad. ¿Qué es la verdad? Está clarísimo. Por ejemplo, cuando vemos que se lidian burros indefensos, por citar el clásico ejemplo de lo que vemos en una plaza de toros, defender esa falta de rigor por parte de los ganaderos y toreros, no es otra cosa que faltar a la verdad. Nadie podrá criticar ni cuestionar a un ganadero cuando le sale un toro malo que, eso sucede muchas veces; pero siempre y cuando ese toro sea como debe ser, con trapío, con casta, con pitones, con todos los argumentos que debe tener un toro bravo. Si sale manso e ilidiable, de eso no tiene la culpa nadie.

Lo que se critica no es otra cosa que las necedades a las que nos someten a diario que, para mayor desdicha, a muchos les hacen gracia y, como ciertos comentaristas en televisión, hasta defienden lo indefendible. Eso es hipocresía al más alto nivel por aquello de quedar bien con todo el mundo, tarea baladí que no conduce a nada, todo ello por un triste “plato de lentejas”. Ahora, a los que seguimos empecinados en demostrar la verdad se nos llama derrotistas. Entonces, según el sistema establecido, los que somos libres no podemos tener criterio propio, toda una banalidad sin límites. Yo, como otros tantos compañeros, no vivimos del mundo de los toros, razón de peso para mostrar nuestra veracidad ante unos hechos determinados. Pobre de aquel que tenga que mentir ante la evidencia, signo evidente de la sospecha más aguda puesto que, el que algo calla, algo esconde, y  no es trigo limpio.

Es cierto que, en ocasiones, para dicha de todos, nuestras opiniones coinciden hasta con los mismos protagonistas, algo que nos llena de orgullo y convicción, pero no es la norma en nuestro quehacer. Primero que todo el aficionado, el que paga, el que intentamos abrirle los ojos para que no le den gato por liebre, lo que sucede en más ocasiones de las que no desearíamos. Desde siempre, los taurinos, pícaros como ellos solos, de dejarles a su albedrío sin crítica alguna, a estas alturas de la vida en vez de toros ya se habría puesto de moda la lidia de los gatos silvestres, haciéndolos pasar por toros de lidia.

Tras todo lo dicho, entendemos que la crítica sigue siendo necesaria para el buen devenir de la fiesta. ¿Cómo se pueden elogiar esas corridas llamadas de la gira de la reconstrucción? ¿Qué se ha reconstruido, por Dios? ¿En qué cabeza cabe intentar defender esas parodias para asemejarlas a lo que entendemos como una corrida de toros? Como diría un buen católico, que Dios nos perdone, pero todo eso es indefendible y, de forma inexorable debe estar sujeto a la más férrea crítica. Y, lo más sangrante de todo es que he visto decenas de defensas de estos espectáculos que, un niño chico los criticaría como lo hacemos nosotros.