Las declaraciones de Rafael de Paula hace unos días en los micrófonos de Mundo Toro Tv nos dejaron perplejos, yo diría que llenos de tristeza porque, es lamentable que el diestro haya perdido la fuerza en sus piernas pero que haya perdido el cerebro, eso sí nos dejó compungidos. Lo explicamos.

David Casas, el hombre, con toda la buena intención del mundo quiso darle un minuto de gloria al maestro y éste le “escupió” en toda cara, dicho como metáfora puesto que, el gitano afirmó sentencias absurdas, entre otras, diciendo que a lo largo de la historia con el capote nadie había toreado como él y que el cartel de capoteros que pasará la eternidad no es otro que Cagancho, Curro Puya y Rafael de Paula; y un poco Antonio Ordóñez, dijo este buen hombre.

Casas, sabedor de que Paula es amigo de Morante hizo hincapié en la grandeza capotera del de La Puebla y el artista de Jerez dijo: “Ni Morante ha toreado nunca como yo” Y se quedó más ancho que largo. Una desgracia que este hombre haya perdido el norte porque, como todos los aficionados del mundo sabemos, si de capote hablamos, Morante, sin ir más lejos, este año en toda la feria de Sevilla ha dado más lances con el capote en todas las suertes que Paula en toda su carrera. En ese mismo momento, Paula recriminó a Casas diciéndole que tienen que aprender para poder narrar. Hay que ser muy atrevido para decir semejante barbaridad estando en el micrófono, además de Casas, Domingo Delgado de la Cámara que es la mayor enciclopedia parlante que tenemos en el toreo y, a su vez, Fernando Cepeda, un señor letrado y matador de toros que, por cierto, toreaba con el capote como los ángeles y además tiene cultura y educación, todo de lo que carece Rafael Soto Moreno.

Todo lo que ocurre con Morante es pura realidad mientras que, De Paula, se sostuvo siempre por aquello de lo que los aficionados imaginábamos más, que de la realidad que nos alimentábamos. El gitano, todo hay que decirlo, tenía el don de la magia en su personalidad; conseguía, como digo, que la gente imaginara todo aquello que no estaba sucediendo y, los hechos le han delatado. Suyos fueron momentos maravillosos pero, en toda su carrera, apenas una faena rotunda, pero le bastó y sobró para forjar su leyenda. De igual modo, no hace mucho tiempo, en la cadena Movistar Toros le preguntaron por Morante, un diestro al que él había apoderado y cuando todos esperábamos que Paula dijera la gloria que atesora Morante dijo: “Morante lo que si hace bien es poner banderillas” Otra afrenta en toda regla hacia un diestro que, con la bendición de Dios, está predestinado para ser el mejor torero de la historia.

Como digo, la vida la obsequió a Paula con una leyenda hermosa y él, desde hace muchos años ha querido destruirla porque vive de forma amargada y, cuando un artista vive con odio y rencor dentro de su cuerpo, se destruye a sí mismo. ¿Razones? Él seguro que las sabe, pero nosotros no tenemos la culpa de su desdicha. Tengo anécdotas de un dramatismo sin parangón de este ser humano que, teniéndolo todo, ha querido que todo el mundo le odie, cosa que no hace nadie por el respeto que siempre se le ha profesado.

En su casa tenía un óleo de su figura torera de tamaño natural, mi pena es que no recuerdo el nombre de su autor pero sí me cupo la dicha de conocer la obra. Era algo bellísimo, hecho con un gusto exquisito y con una realidad aplastante; desde lejos se vislumbraba que el que aparecía en el cuadro era Rafael de Paula, algo que se percibía a mil “kilómetros” de distancia. ¿Qué hizo con el cuadro? Se despertó una noche iracundo, lleno de odio, cogió un cuchillo y lo rajó una y mil veces gritando: “Ese no soy yo” Esto me lo contó alguien que vivía en su propia casa.

Su propio hijo, Jesús Soto de Paula, cuando escribió su primer libro, por cierto, una obra bellísima dedicada a su señor padre, Paula dijo que el libro era una porquería e invitaba a todo el mundo para que nadie comprara el libro. De igual modo, el día que le entregaron las “llaves de la ciudad”  en Ronda, en aquel acto montó un cirio al que de forma lamentable todos recuerdan. Y, cuidado, creo que pocos toreros han gozado de tanto partidario acérrimo como le ha sucedido a Paula pero, todo lo ha destrozado por completo. Es un dolor inmenso el que sentimos los aficionados puesto que, este hombre, cuando se marche de este mundo, todos deberíamos recordarle como lo que fue, un gran torero pero, insisto, él se empeña en que todos los recordemos como un tipo amargado en la sociedad en que vivimos.

De mi cosecha particular, tengo una anécdota llena de dramatismo que, cada vez que la recuerdo me entran nauseas. Eran los primeros años de Opinión y toros.com, una web admirable en la que su director, Antolín Castro, me invitó para que participara en aquel festín de la información en la Web, cosa que no dudé un instante. Yo allí era como un segundón porque mis conocimientos no daban para más pero, me ocupaba de la tediosa y farragosa tarea de las entrevistas. Lo confieso, es un trabajo brutal al que había que dedicar mucho tiempo y que nadie te agradecía. O lo que  es peor, todavía te encontrabas más enemigos entre los toreros, algunos que no eran nadie, hasta me recriminaban que una coma no estuviera en su sitio.

Total que, un día, Castro, que tenía muy buen olfato para elegir a los personajes me encomendó que entrevistara a Rafael de Paula, algo que hice encantado dada la magnitud del personaje. Tras muchas idas y venidas, una noche, por fin, localicé al maestro en su domicilio. Me presenté y me conoció porque muchos años antes le había entrevistado varias veces para la revista EL MUNDO DE LOS TOROS de Palma de Mallorca. Creo que, una vez más le caí bien, al menos así me lo pareció, pero lo que yo no sabía era que estaba firmando “mi sentencia de muerte”. Tres cuartos de hora de teléfono dan para mucho y, si soy sincero, más que una entrevista fue un monólogo del citado matador a quien humildemente escuchaba. Podía haberle preguntado, al estilo de José María García, pidiéndole que me explicara los motivos por los cuales dio con sus huesos en el penal del Puerto de Santa Maria pero, no era el caso y no venía a cuento. Tampoco yo pretendía que fuera un documento sensacionalista; yo quería que fuera un documento hermoso, como siempre me pareció la carrera de Rafael de Paula.

Quedé muy contento con todo lo que este hombre me había contado, maqueté el trabajo aquella noche para que al día siguiente la entrevista con Paula estuviera colgada en la red. Yo estaba dichoso por el trabajo que había hecho, Castro me felicitó por la labor y, los lectores devoraron aquella entrevista. Todo un éxito. Lo que yo no sospechaba era lo que vendría después. Unos días más tarde de estar en la red la citada entrevista recibí un correo electrónico de un abogado de Sanlúcar de Barrameda en el que me pedía daños y perjuicios por haber dañado la intimidad de su cliente, nada más y nada menos que Rafael de Paula. El letrado en cuestión, por el “delito” que cometí me pedía una indemnización de veinte mil euros por el daño moral contra su cliente. Me volví loco, es la verdad. Yo no podía comprender la esquizofrenia de aquellos hombres. Lógicamente, llamé a Rafael de Paula para que me explicara lo ocurrido y me dijo textualmente: “Yo no sé nada, aclárate con mi abogado”

Ante aquel ataque de locura de Paula y su abogado, me tuve que buscar yo un jurista para que me defendiera y el hombre así lo hizo. Teníamos la prueba del delito, menos mal. La denuncia contra mi persona no era otra cosa que haber violado la intimidad del diestro puesto que, según aquel “picapleitos” yo no había conversado nunca con el gitano aludido. Podía haberse quejado –como lo hacían tantos imbéciles- diciendo que lo que yo había escrito no se ajustaba a la realidad; no, ellos fueron más osados diciendo que yo no había hablado con Paula. Menos mal que en mi poder -según he contado- obraba la prueba del “delito”, es decir, la factura de Telefónica que, dicho sea de paso me costó un ojo de la cara pero que, gracias a la misma me salvé de una hecatombe económica de padre y muy señor mío. Como para seguir haciendo entrevistas ¿verdad?

Digámosle a Paula que, a esa edad es el momento de la reconciliación, la paz, incluso el perdón hacia los que han sido enemigos, la concordia en todos los órdenes porque, insisto, que llegue la hora de la muerte y nos encuentre llenos de odio y de rencor debe ser un final muy triste.