Un pesimista no es otra cosa que un optimista bien informado que, sabedor de la realidad de la vida intenta poner orden en el caos que reina en cada una de nuestras vidas, tarea difícil, complicada puesto que, es tarea que tenemos que afrontar de forma individual y no todos estamos preparados para ello. A veces, la información que para tantas cosas es vital, en el momento que vivimos no es otra cosa que una carga pesada, una cruz de hierro que lamentablemente no podemos arrastrar.

No quisiera ser el optimista informado que me considero; en este momento quisiera ser un ácrata extenuado por el destino para de tal modo no pensar ni sentir, pero uno no es de hierro, razón de todo lo que uno es capaz de razonar, en todos los temas, por supuesto, pero centrándonos en el mundo de los toros nadie puede hacer oídos sordos ante todo lo que se nos avecina. Al respecto, eso me decía un amigo, el pesimismo que según él me invade; no, no se trata de pesimismo alguno, más bien de afrontar la realidad de todo aquello que nos sucede.

Si no teníamos bastante con esa tribu llamado anti taurinos, gentes descerebradas que no tienen la menor idea de la vida en ninguna de sus órdenes, para que la desdicha fuera todavía mayor, como si no tuviésemos bastante con políticos criminales y los antis citados, ha llegado la pandemia para que el caos sea total.

Me explico. ¿Podríamos vivir sin toros? ¡Por supuesto! Ahora estamos viviendo sin toros, sin bares, restaurantes, tiendas de todo tipo, sin viajar a lado alguno y, por estas cuestiones no muere nadie. Pero la cuestión es más profunda porque la vida se compone de tres mil asuntos que, unidos, le dan sentido a la existencia del hombre, al margen claro está, de todo el bienestar que todo movimiento de masas genera; léase, toros, fútbol, cines, teatros, hoteles, restaurantes y mil etcéteras más que, todo junto, ello es el producto de que la vida pueda seguir y los mortales, cada uno de nosotros, tener una diversión y, para cientos de miles, por lo citado, un puesto de trabajo.

Por supuesto que, si uno tuviera que elegir sería preferible que se acabaran los toros antes que las panaderías; pero no es ese el caso porque lo toros, guste o deje de gustar, son la fuente de ingresos de cientos de miles de personas que, por nada del mundo deben de quedarse en la calle.

Es gravísimo todo lo que ocurre y, como ayer me decía muy bien un empresario, si dejas de montar espectáculos no tienes ingresos pero, en el caso de los ganaderos, además de no tener ingresos porque no se lidian los toros, a éstos hay que seguir dándoles de comer todos los días del año y, la tragedia está servida.

Escuché decir que muchos ganaderos están pensando muy seriamente en reducir sus camadas pero, ¿cómo se hace eso? ¿Enviando los toros al matadero para cobrarlos a precio de carne, esa es la solución? Sinceramente, las ganaderías están en el primer lugar para ser atendidas pero, nadie les escuchará, nadie les tenderá una mano porque, claro, eso querían los apestosos que nos dirigen, que existiera una razón para que la fiesta se exterminara sin tener que hacer ellos nada; les ha llegado la hora a los mal nacidos que así pensaban.

Todos queremos aportar soluciones y, muchos de los que lo hacen, sin duda, es de buena fe, no me cabe duda alguna pero, la realidad es la que vivimos. ¿Cuánto vivirá, pregunta un pariente al médico sobre el estado de un hijo en fase terminal por el cáncer? Es ahí cuando el médico se queda sin alientos, sin palabras para responder lacónicamente sabedor de que la muerte está cerca. “Hasta que Dios quiera” Responde el doctor y, ese es nuestro caso, ¿cuándo habrá toros de nuevo? Cuando Dios quiera.

Cuando superemos la tragedia en la que estamos sumidos, la gran fuerza de la que son portadores todos los hombres del mundo de los toros retomarán su actividad con más ahínco que nunca, con una fuerza desmesurada que nadie les negará pero, no nos engañemos, no habrá clientes porque se habrán quedado en la más vil de las miserias. O sea que, si Dios no lo remedia, aunque al año que viene haya toros, éstos quedarán reducidos para una élite muy distinguida que, en honor a la verdad, no se podrán mantener los espectáculos. Los toros son parte del pueblo, son el pueblo mismo y si este no puede ir a los toros, dudo que nadie en el mundo monte corridas a puerta cerrada porque no quedan mecenas dispuestos para dicha causa.