Tras las consecuencias de la guerra civil, algo que dejó desolada nuestra nación pero que, pese a todo, muchísimas familias seguíamos pasando las desdichas que todavía no habíamos podido superar tras aquella devastación. Era el caso, entre otros muchos, de la familia de Pedro Gutiérrez Moya, el que más tarde se llamaría El Niño de la Capea, todo un modelo y referente si de un tipo admirable hablamos puesto que, aquel chaval de entonces, sabedor y sufridor de todo lo que sucedía en su casa, una de las más humildes de Salamanca, no halló otro camino más adecuado para salir de la pobreza que ser torero, algo que desdeñaban sus padres pero que, al chaval le ilusionaba y, lo que es mejor, entendía que ese era el camino para salir de la miseria más absoluta.

Convencido como estaba, sin apenas estudios de ningún tipo pero con un corazón que le latía de forma apasionada empezó su singladura y, quizás por un poco de suerte y un mucho de entrega absoluta, en poco más de dos años había hecho su carrera como novillero, algo totalmente deslumbrante para, en el año 1972 doctorarse como matador de toros en la plaza de toros de Bilbao con Paco Camino y Paquirri.

Como quiera que sea coetáneo del maestro El Niño de la Capea, dada mi afición, me permitió seguir sus pasos de forma apasionada. En realidad, ¿cómo era El Niño de la Capea? La entrega más absoluta, un muletero excepcional y un estoqueador muy certero pero, entiendo que su mejor valor anidaba fuera de los ruedos; es decir, su calidad como persona, su talante intrínseco, el que no pudo aprender en escuela alguna pero que, desde el vientre de su señora madre ya lo trajo cuando vino al mundo, de otro modo no podría entenderse la grandeza de este hombre. Recordemos que fue figura máxima en el mundo durante muchos años y, si en España era ídolo admirado, hasta logró ser el torero consentido de los mexicanos durante todas las temporadas en las que anidó en el país azteca.

Me ha venido a la mente su recuerdo en estos momentos al saber que, Salamanca, su ciudad, le ha entregado la Medalla de Oro como reconocimiento a su labor durante toda su existencia, un galardón más que merecido porque, si Salamanca ha sido cuna de grandes toreros, competir con todos ellos e, incluso, hasta llegar mucho más lejos que los demás, es todo un mérito que nadie le puede arrebatar.

Y, como donde hubo siempre queda, el pasado año quiso celebrar sus cincuenta años de alternativa con una corrida de toros junto a su hijo, El Capea y su yerno, Miguel Ángel Perera, eso sí, para darles un repaso a los dos. Tantísimos años después, El Niño de la Capea puso de acuerdo a todo el mundo porque en dicho festejo firmó una tarde inolvidable para el recuerdo, todo ello porque, como el diestro confesara, tenía mucha más ilusión en esta su última tarde que en el mismísimo día de su alternativa.

No tengo la cifra exacta de sus actuaciones pero, barrunto que el número de las mismas oscilará entre dos mil quinientas o quizás mucho más, números escalofriantes que dan la medida del que fuera, sin lugar a dudas, con el permiso de don Santiago Martín, el torero más insigne que ha dado Salamanca. Es cierto que, hasta la fecha, Dios le dotó de la salud adecuada para poder llevar a cabo las proezas que he citado puesto que, cornadas al margen, lo demás lo ha puesto todo él.

Luego, en el devenir de los años, si su carrera como torero resultó excepcional, en calidad de ganadero y empresario le ha dado una lección a tantísimas personas que, la suya deberíamos de tomarla como ejemplo si queremos aspirar a algo en la vida, lo digo de cara a los jóvenes de ahora que, muchos, al parecer no encuentran el rumbo en sus vidas. Yo les aconsejaría a todos que tomaran como ejemplo a este hombre que, de chaval no tenía agua corriente en su casa, y el mismo año de su alternativa solucionó todos los problemas que tenía su admirada madre a la que tan feliz hizo puesto que, gracias al toreo le liberó de todos los traumas que le azotaban, a ella y a todos los miembros de la familia.

Han pasado los años y, El Niño de la Capea, don Pedro Gutiérrez Moya, es toda una institución en Salamanca, en el toreo y, por encima de todo en el mundo empresarial en todos los órdenes. Convengamos que este hombre triunfó por lo grande pero, su mayor mérito, siendo importantísimo, no radicó en el mismo éxito, su mayor logro no fue otro que, mantener la fortuna, acrecentarla, montar muchos negocios al margen, dar mucho trabajo y, por encima de todo ser la persona sencilla que un día conocimos.

Lo dicho, en el toreo, el hambre hace milagros, que se lo digan a Pedro Gutiérrez Moya El Niño de la Capea y, muchos años antes, recordemos aquel quincallero de Sevilla llamado Juan Belmonte que, con más penurias que El Capea, llegó a lo más alto. No necesariamente el hambre aflora grandes figuras del toreo pero, todos ellos, casi en su totalidad, llegaron a la cumbre atenazados por el hambre y las desdichas que padecían.