No voy a comentar la actualidad más reciente de la feria de Zaragoza porque apenas he tenido tiempo de pararme ante el televisor para ver algunos retazos de dos tardes. Como ya tengo edad de cuidarme, tampoco puedo soportar las estupideces que amontona el palabrero Fernández, que ahora comete la villanía de echarles la culpa de los fracasos de los toreros a todos los toros, cuando estamos viendo las buenas condiciones del animal y lo equivocado que anda el matador de turno.

Tampoco es cosa de quitarle el sonido como hacen muchos, porque te pierdes las reacciones del público que muchas veces es lo que cuenta. Y que no lo puede ‘tapar’ el mercenario de Valladolid. Ahora, el personal se ha escandalizado porque estos dos equivocadores de la opinión pública se han dicho cuatro ordinarieces a través de sus programas de radio. Lo bueno sería que se las escupieran ante la gran audiencia de las retransmisiones televisivas. Pero ahí ni se mueven para lo que no sea su negocio.

Se han insultado desde sus programas de radio, en la madrugada, cuando los dos saben que no los oyen más que cuatro gatos. Y así el escándalo es mínimo. Porque si estos caballeretes tuvieran cojones para decirse en público lo que saben uno del otro, iban a salir los dos de mierda hasta los ojos. Me cuentan que el palabrero ha llamado trincón a Molés y que el fenicio ha tildado de ignorante y tontucio vanidoso al Fernández. Eso lo sabemos todos hace muchos años.

El palabrero todavía llama ‘valla’ a la barrera. Cuando un peón salta perseguido por el toro dice que saltó ‘la valla’, como diría un perito textil de Tarragona que no ha visto jamás una corrida. Esa sensación es la que produce todas las tardes el palabrero cuando desata su hueca verborrea, parece que es la primera vez que asiste a una corrida. O que le ha pasado lo que al herrero, que de tanto machacar se le olvidó el oficio. Que el palabrero es incapaz de aprender de toros ni lo más elemental, es algo que salta a la vista cada tarde. Y que se nota mucho hacia donde se barre, también.

Pero lo que Molés debió decir (si él no estuviera tan pringado como aquél) es, por ejemplo, cómo se comercia en Hispanoamérica con los programas de toros de la televisión estatal. Y dónde va ese dinero. Lo que Molés debió de hacer, además de llamarlo hortera e ignorante, es contar de dónde salen los millones para que el cronista oficial tenga montada una inmobiliaria que le produce ganancias fabulosas, con la tapadera de una sociedad ficticia.

Me cuentan que el palabrero ha estado un poquito más atrevido y le ha descubierto el juego de ser, por un lado, apoderado de Antoñete y, por otro, explotarlo con el montaje de las corridas que le organiza para cobrárselas luego al Canal Plus. La infinita avaricia del fenicio, al verse privado del poder de la televisión porque las grandes ferias las retransmiten por la Digital, lo ha llevado a esta inmoralidad de echar por la borda toda la brillante carrera de Antoñete y para explotar el triste espectáculo de un anciano vestido de luces a merced de un toro.

Esto es mucho más delito que los proxenetas o los chulos de putas. Porque a las putas sólo les roban la honra y el dinero. Pero la avaricia del fenicio no ha medido que Antoñete con sus años y lo que fuma puede quedarse muerto de un infarto en la cara del toro. Cualquier tarde. Luis Segura, con treinta años menos se murió de un infarto en Valdemorillo ante el becerro de un festival. Pepote Bienvenida murió de otro infarto en la plaza de Lima, también ante un novillo sin peligro alguno.

No respeta nada Molés, cuando media el dinero, no respeta nada. Ni las amistades de toda la vida. Por culpa de sus chanchullos en la corrida de Guadalajara, Curro Vázquez ha roto su entrañable amistad con Antoñete. Tanto Curro como Antoñete son almas gemelas, y en el fondo dos infelices que se han dejado manejar por los demás sin sacarle el provecho que debían a sus privilegiadas cualidades como toreros. Ahora, por culpa de la avaricia de Molés han pasado a ser enemigos, después de haber sido como dos hermanos.

Pero el palabrero debió decirle algo más de lo que sabemos todos. El palabrero conoce muy bien los turbios manejos profesionales de su colega. Ya de puesto podría contarnos todo lo que sabe de ese mangoneo de millones (donde se lleva más que muchas figuras del toreo sin exponer ni el bigote) y toda esa historia del dinero negro que él conoce tan bien. Pero esta vez los dos bomberos saben muy bien hasta dónde pueden pisarse la manguera sin que salte la mierda. Y no se han atrevido más que a tirarse cuatro arañazos. Me recuerdan a una de esas chuflillas del folclore andaluz que dice: «Tu marido y el mío ‘san peleao’. / ‘San lamao’ cornudos/ ¡Y han ‘acertao’!»… Sólo que aquí el único cornudo es el público, al que putean los dos.

Alfonso Navalón, octubre de 1999