Antes de nada quiero pedir disculpas y perdón si ofendo con algunos de estos comentarios que se me vienen a la cabeza a alguien, no es mi intención y los escribo desde el respeto tremendo que tengo a mi profesión y el aprecio que siento hacia la gran mayoría de mis compañeros.
El viernes pasado caminando por las calles de mi barrio y ayer sábado haciendo ejercicio por la casa de campo madrileña lugar variopinto donde suelo ir a entrenar de vez en cuando me puse a recordar acontecimientos y anécdotas de mi vida. Para mí los otoños y los inviernos suelen ser melancólicos y al tener más tiempo libre que en el verano debido a la temporada taurina y al nivel de exigencia que tenía en los entrenamientos, de vez en cuando me da por leer libros de personajes tan variados como el Lute, Luis Miguel Dominguín, El Pipo….. O por acordarme de vivencias, anécdotas ocurridas en este mundo tan apasionante, duro, romántico y también bohemio como es el mundo del toro.
Me acordaba por ejemplo de que el invierno de 1981 lo pasé entre Algeciras (Cádiz) y Montellano (Sevilla) ya que por entonces medio me apoderaban y ayudaban taurinos de aquella zona como lo eran Emilio Mera (D.E.P.) que había sido mozo de espadas del maestro «Miguelín» y después apoderado de varios toreros entre ellos la matadora de toros albaceteña Maribel Atienzar. Emilio en aquellos momentos colaboraba en la representación de la ganadería de Sayalero y Bandrés, este último de nombre Juan Luis, también me ayudó a la par que Emilio Mera, me pusieron en la feria de Jerez de la Frontera de ese año 81, también en Algeciras en un festival en el que alterné con figuras del toreo como el maestro «Antoñete» (D.E.P.) (al que por cierto brindé ese día mi novillo), Rafael de Paula, Ortega Cano, Galloso, Pedro Castillo y yo, los dos últimos éramos novilleros que completamos ese bonito cartel, recuerdo que yo ese día no estaba anunciado y sustituí en el cartel al maestro Ángel Teruel que causó baja no recuerdo el motivo.
En un descanso entre toro y toro en el callejón, me acuerdo que el maestro Ortega Cano, sin maldad creo yo, le preguntó al maestro Paula, ¿tu sudas mucho no?, a lo que el maestro Rafael le contestó con mucho arte, «Yo es que lo que hago, lo hago con el corazón». (Es increíble, de chaval uno se queda con todas las frases y detalles y después cuando eres mayor te cuesta más memorizar cosas más recientes).
Aquél invierno de 1981 como he comentado líneas atrás me ayudaban a mí como novillero y a varios toreros importantes de aquél momento Emilio Mera y Juan Luis Bandrés (Ganadero) de aquellos tiempos y que procedía de otros negocios de barcos.
Años después un empleado suyo le asesinó, desconozco los motivos, pero puedo asegurar que a mí aquel hombre, Juan Luis, siempre me pareció un hombre educado y culto y su trato con los toreros a los que apoderaba y ayudaba en esos momentos siempre fue de respeto y correcto. Apoderaba además de otros toreros a los Maestros «Antoñete» y «Ortega Cano». Como vivían al igual que yo en Madrid y aquel invierno tuvimos que ir a vivir a Algeciras para estar haciendo tentaderos por la zona, convivimos y entrenamos mucho durante aquellos meses, aquél año fue el de la reaparición del maestro «Antoñete», lo hizo en Marbella con Rafael de Paula y «Currillo» con toros de Bohórquez, tuve el privilegio de ver la corrida de su reaparición desde el tendido con los maestros Ortega Cano y Curro Vázquez por aquellos años muy amigo de Ortega. Con Ortega y «Antoñete» entrené aquél invierno, lo hacíamos en la plaza de toros de Algeciras y en Montellano (Sevilla), pueblo donde tenían la ganadería por aquellos años Juan Luis Bandrés y Sayalero, en esa finca también pasamos algún mes de aquél invierno. Allí vi tentar a Rafael de Paula, «Antoñete», Ortega Cano, «Currillo», yo también tuve el privilegio de tentar, puesto que como he comentado también me ayudaba el ganadero. Recuerdo cosas que no pasaron inadvertidas para mí un chaval de17 años.
Un día vi tentar con traje de luces y botos camperos a Rafael de Paula yo no entendía porque lo de los botos, lo del traje sí porque es bueno para hacerse al peso y a las apreturas del vestido de torear antes de tener el compromiso de torear las primeras corridas de cada temporada, recordemos que el traje los primeros días de corrida de cada temporada parece que pesa más y uno está como más apretado dentro de las estrecheces de él, lo de los botos después no sé quién me comentó que era bueno para tener que hacer más esfuerzo al levantar los pies, ya que con el boto pesan más las piernas.
Del maestro «Antoñete», recuerdo otra anécdota que tampoco pasó inadvertida para mí, fue un día tentando en la ya desaparecida ganadería de Don Juan Gallardo, próxima y cercana al pueblo de los Barrios (Cádiz), recuerdo que al maestro le gustaba mucho el pelaje berrendo quizás por los recuerdos que le traía aquel famoso toro de nombre «Atrevido» de Osborne, al que hizo memorable faena en Madrid muchos años atrás. El maestro se subió a los chiqueros de dicha plaza de tientas de la finca y le dijo al ganadero que si le podía echar una becerra que había encerrada para la tienta de ese día, la capa de color de la becerra era berrenda, en esa ganadería era típico ese pelaje y además salía muy bueno, el ganadero sin ningún problema hizo caso de la petición del maestro, la becerra salió extraordinaria, el maestro «Antoñete» se vació toreando al animal, no fueron más de cuatro o cinco tandas, eso sí, perfectas, después de torear su becerra le quedaban dos más y le dijo al ganadero que me las soltase a mí, que él ya se había quedado satisfecho.
Recuerdo que estaba en la tapia el novillero de entonces, y de la zona y posterior banderillero Antonio Cantillo «El desconocido», también llamado por allí como «El levante», llevaba un chándal con algunas franjas del pantalón y de la chaqueta amarillas, yo siempre había oído hablar de que el color amarillo traía mal fario, y antes de salir la vaca que yo iba a tentar, recuerdo que toqué su chándal amarillo, la vaca me pegó una voltereta y me rompió los cordones de la zapatilla que llevaba, desde entonces respeto todas las manías y supersticiones de todos los toreros que yo también tuve en su día, y que poco a poco intente quitarme de la cabeza.
No sé si serían casualidades o no pero es que con ese color, quizá porque yo estaba muy sugestionado con él me pasaron varias cosas a parte de lo de aquel tentadero. Un día toreando en Villarcayo (Burgos) a mi compañero de cartel lo llevaron a la plaza en un coche amarillo, ese día me salió un novillo toreado, otro día en Segovia, iba a torear un festival y me subí en el coche de un amigo que ese día lo estrenaba y el festival se suspendió porque empezó a llover a mares, el coche Renault 12 de mi amigo era amarillo, en Madrid el día que me corte la coleta de novillero, en el patio de cuadrillas vino a saludarme un periodista con un chubasquero amarillo, como digo le tenía por aquellos años fobia al amarillo y le sigo teniendo respeto en la actualidad, pero no estoy obsesionado con el color e intento pensar que aquello fueron casualidades.
Ese invierno del año 81 hice buenas migas con los maestros «Antoñete» y Ortega Cano ya que convivimos mucho durante aquél largo invierno, pero luego la vida a cada persona nos lleva por distintos caminos y aunque siempre tuve gran respeto y admiración por ellos, a partir de aquél año cuando rompimos la relación profesional con aquellos apoderados, la relación de amistad entre nosotros también se enfrió, uno de ellos era ya un maestro consagrado por entonces y el otro casi a punto de serlo, yo por aquellos años era un simple muchacho con apenas 17 años recién cumplidos la primavera del año anterior en el mes de marzo; un novillero lleno de ilusión y buenas maneras como torero pero con toda una carrera entera por delante por descubrir. Se me escapaba también el detalle de que el maestro Ortega Cano ese invierno fue hacer una retienta de vacas en Alamillo un pueblo de la provincia de Ciudad Real y del que era nativo el maestro Paco Alcalde, concretamente la retienta era en la finca de Paco Alcalde que recientemente había comprado por aquellos años y que estaba acondicionándola. Viajé con Ortega Cano en su coche, en el camino me comentaba que íbamos a echar dos días buenos de campo y que iba a conocer a un personaje muy simpático y lleno de gracia como era el banderillero de aquella época el famoso Carlos Romero «Periquito».
Cuando llegamos a la finca allí estaban además de Paco Alcalde como era lógico, Curro Vázquez, Sánchez Puerto, el mozo de espadas «Botito» que hizo las funciones aquellos dos días de cocinero y «Periquito» que aunque en esa época era banderillero e iba de tercero en los festejos donde actuaba, esos días hizo de lidiador en el campo pues paró algunas vacas de salida, eran vacas torneadas, de retienta aunque en su mayoría salieron olvidadas y algunas fueron extraordinarias, yo salía detrás de ellos. (Vacas de procedencia Santa Coloma de la ganadería «La Guadamilla», creo que se las compró al empresario y ganadero de aquellos años Víctor Aguirre). Uno de los dos días me comentó «Periquito», ¿chaval tú sabes que a mí el año pasado un toro en la feria de Pamplona me pegó una cornada y todavía la tengo abierta?, a lo que respondí muy ingenuo, pues no, no sabía nada, a lo que me contesta «Periquito» si quieres te enseño la cornada abierta, está todavía sin cerrar, ni corto ni perezoso se bajó los pantalones y me enseñó el ojo del ano, ni qué decir que me puse rojo como un tomate ante la broma de «Periquito», pero es que en aquellos años había personajes llenos de gracia personal, picardía, resabio y curtidos en mil batallas y aventuras.
Tantos años de profesión están llenos de añoranzas, vivencias, viajes, risas, miedos compartidos, personajes, etc. Con «Periquito» lo que es la vida muchos años después he ido de compañero en la misma cuadrilla y me lo he pasado genial con sus ocurrencias, en su maleta llevaba un delantal con un pene por delante de goma y a veces se ponía en pelotas y paseaba por los pasillos de las habitaciones de los hoteles así, ante el asombro de propios y extraños. También llevaba una pistola de juguete de agua y cuando pedía en las barras de los bares de hotel alguna consumición disparaba con el arma agua a los camareros, lo hacía con tal disimulo que estos se quedaban descolocados y este, con mucho arte les decía que era el aire acondicionado que desprendía agua. «Periquito» es una persona a la que llegué a coger aprecio, él fue el que me arregló mi primera corrida de toros en Madrid de banderillero con el maestro «Frascuelo» en el verano de 1991.
Continuando con los recuerdos y añoranzas también me acuerdo de personajes como
un tal Ropero que tenía alrededor de cincuenta años o más era de aspecto físico regordete y algo calvo, de profesión albañil y decía que iba a ser un importante torero, su lema era, de la «0bra a la plaza».
Antonio García «Lucentino» de Lucena (Córdoba) vivía en Madrid, tenía cerca de ochenta años, flaco, con gracia andaluza, decía que seguía ejerciendo como novillero, bajaba a entrenar a la casa de campo en bicicleta, bueno más que a entrenar a charlar y a coger de vez en cuando los trastos, los pantalones los llevaba remangados sujetos con pinzas de la ropa para que cuando iba conduciendo la bici no se le metiesen por la cadena, decía que a los toros había que hablarles muy fuerte y se ponía a dar voces muy altas «Toro wuje» «,mira toroooooo”, era muy buena persona aunque en el toro al hombre lo tomaban y en algunos momentos con cierta razón por sus extravagancias, un poco a chufla. Contaban que un día en un pueblo faltaban banderilleros y le mandaron llamar a «Lucentino» y con las prisas se le olvidaron las medias rosas y ni corto ni perezoso se fue a una farmacia y se pintó las piernas con mecromina. En las conversaciones o anécdotas que «Lucentino» tenía siempre las remataba siempre con la misma frase o pregunta, las remataba diciendo o preguntando en tono simpático para recibir la aprobación de quienes le estaban escuchando ¿A ver cómo lo ves?, y alguno de nosotros sabiendo de su buen humor andaluz le contestábamos «Lo veo con las gafas de madera» y «Lucentino» entonces se partía de risa.
En el toreo había personajes de lo más variado que te puedes encontrar, un día toreábamos «Los Príncipes del toreo» en Llodio (Bilbao) y se presentó en la habitación Paco «Cien kilómetros» , un mozo de espadas de aquella época, ese día iba hacer la función de ayuda de mozo de espadas con nosotros, se puso hablar y no paraba, el mozo de espadas nuestro y en especial de Lucio Sandín que se llama Vicente le mandaba callar y le decía que nos dejase descansar, el hombre hacía oídos sordos, Vicente se cansó de él y lo metió y encerró por unos momentos en el armario de la pensión.
Mano de santo fue aquello, pues se bajó al bar y nos dejó tranquilos. También venía con nosotros un mozo de espadas que duró poco tiempo en la profesión, de nombre Domingo, le pusieron de apodo el roña, era muy tacaño no pagaba nunca ni un café, de ahí su bien merecido apodo, este cuando se juntaban en la barra de cualquier bar nuestras familias, cuadrilla o amigos cuando llegaba la hora de pagar se quitaba de en medio yéndose al servicio decía con perdón de la expresión me voy a cagar, siempre le entraba esa necesidad casualmente a la hora de pagar.
Con mi hermano menor Alfonso también tengo un par de anécdotas simpáticas, una fue haciendo un viaje para Vitoria donde tenía que torear de novillero, yo en aquella época era algo supersticioso como he comentado ya y en trayecto del viaje mientras pasábamos por una población mi hermano vio a una persona coja caminando por la acera, instintivamente para que yo no viese a esa persona me tapo con sus manos mis ojos, yo extrañado le digo, que pasa, a lo que me dice mi hermano nada te he puesto mis manos en los ojos para que no vieses a una persona coja que acaba de pasar es por si te daba mala suerte, que casualidad que mi apoderado de entonces era cojo y venía con nosotros en el coche, mi hermano se llevó mi bronca, pero el actuaba con la inocencia de un niño de once años que él tenía entonces. Años más tarde le lleve conmigo de mozo de espadas a un pueblo no recuerdo bien si era en Mojados o en Olmedo ambos pueblos de la provincia de Valladolid. Resulta que un novillo salto al callejón de la plaza portátil por entonces y cuando fui a reclamar los servicios de mozo de espadas de mi hermano para que me sirviera creó una muleta, el sabia subido al tendido.
En el año 2002 viaje a México para probar fortuna en aquel país como matador de toros después de más de trece años como banderillero en España. En aquel país dejé amigos extraordinarios y conocí personajes que parecían sacados de una novela de ficción. Conocí a un tal Rafael Rivera se apodaba «El ahijado de la muerte», era un tipo simpático y gracioso, le conocí en los viveros que es como se le llama al lugar de entrenamiento de los toreros en aquel país, es como la casa de campo de Madrid pero con bastante menos extensión de terreno. Bueno, pues haciendo referencia al tal Rivera, comentar que entrenaba con una careta de plástico en la cara, decía que era para distinguirse de los demás, también fumaba mota que era como él llamaba a lo que aquí llamamos porro y cuando acabamos de entrenar me ofrecía, a mí el tabaco. No me gusta y además el olor del humo de cigarro y sobre todo el de puro me despierta miedo porque me hace de recordar los patios de cuadrillas.
También alguna de las tardes que entrenábamos en los viveros llevaba velas y las encendía mientras entrenábamos, decía que una la ponía en recuerdo al maestro «Manolete» y que otra la encendía para que tuviésemos suerte y en honor a mí. Muchas tardes también íbamos a entrenar a la plaza de México y Rivera que nos cogió apreció. También aparecía algunas veces por allí, me hacía gracia su personalidad, casi todos le daban de lado porque le tomaban un poco a cachondeo por sus acciones tan raras en el entrenamiento, yo sin embargo le daba cuartel, me parecía buena gente, siempre cuando llegaba a la plaza de México se colocaba en barrera y practicaba un salto desde la barrera hasta el ruedo, me decía que es porque así ensayaba para cuando se fuese a tirar de espontaneo en alguna corrida.
Mantengo el contacto con amigos de México sobre todo como yo los denomino a mis amigos de allí, mis primos la familia Trespalacios, alguna vez les he preguntado por Rivera y me dice sobre todo mi amigo Fernando que desde aquellos años ya nunca más le volvió a ver. Muchas vivencias y anécdotas por contar que hoy ya me siento un poco cansado de seguir escribiendo pero que algún día si Dios quiere verán todas la luz en un futuro libro o en un blog de recuerdos.
Vivencias que Dios me ha permitido culminar como torero. Después de cuarenta y seis años de carrera me pongo a recordar y pienso que si Dios, la vida o el destino a veces nos priva de cosas a cambio otras nos regala, personalmente a mí me regaló el ejercer mi profesión durante toda mi vida, ya que a compañeros míos los privó de hacerlo. Ahora que voy a rematar este escrito recuerdo por ejemplo que hace diez o doce años quedamos tres banderilleros para emprender viaje a Candeleda (Ávila) donde toreábamos una novillada y que ahora después de esos años echo la vista atrás y con todo el respeto del mundo escribo que de aquél viaje que hicimos a ese pueblo de Ávila, solo Dios, la vida o el destino a mí me dejaron rematar mi profesión pues de los tres banderilleros que hicimos aquél viaje, uno de ellos ya no está, falleció a consecuencia de un percance por un novillo en Torrejón de Ardoz (Madrid) y el otro quedó inútil para seguir ejerciendo la profesión, en Mont-de Marsán (Francia) pues actuando de banderillero, un novillo le corneó gravemente y le destrozó la cabeza del hueso fémur. Escribo esto y un escalofrío recorre todo mi cuerpo, pero el toro es así de duro y crudo a veces. Siento profunda admiración por todo el que ejerce esta profesión con dignidad y respeto y si en algo he podido ofender a alguien en este escrito repito una vez más que pido mil disculpas y pido perdón, lo único que pretendo es demostrar lo bonito pero también lo cruel que puede llegar a ser en algún momento el toreo.
Julián Maestro