Aunque en los carteles no se hubiera anunciado, resultó flamante el acto de cierre de la campaña electoral de Ayuso, una política que no destacará precisamente por su apoyo a los toros, manque haya tenido la habilidad de promover y participar en media docena de actos propagandísticos taurinos, pandemia mediante.

Los microparlantes de la retransmisión televisiva, hace ya tiempo que no conciben una corrida de toros que no sea triunfal. Parece que creen que el público no es capaz de sentir interés si no tiene lugar ese carrusel de pases que finalizan con algo grandioso, bien sean los cortes de trofeos a mansalva o esos indultos de pastel, como tanto les gusta a los paisanos que van a la plaza de mi pueblo. Por eso las previas se nutren de términos rimbombantes como ganaderías de las máximas garantías, diestros que llegan en el momento más álgido de su carrera y tardes que se auguran como redondas, dando lugar durante cada corrida a la reafirmación, por medio de la justificación con procedencia o sin ella, de todo lo que se ha previsto como reclamo propagandístico.

Una hora y cuarto después de que comenzara el festival, Enrique Ponce bajonaceaba al primer toro de lidia ordinaria -primero tris que era el novillito sobrero para Diego Ventura-, viéndose privado por ello de una tarde redonda a tenor de los comentaristas televisivos, entre los respetuosos pitos de la afición de Madrid. El titular de la Cátedra de los Inválidos parecía torear abotonado por el Caudillo, mientras que las lentejuelas de oro ya esperan para vestirlo en Leganés y Vistalegre en los próximos días, porque sí que se pueden dar toros en Madrid pese a lo que digan gerentes y mandangas.

Resulta que el Juli cuajó la mejor tarde de su historia en Madrid, y algunos sin enterarnos, porque hay que ver qué poco se sabe de toros fuera de las consignas oficiales del sanedrín. Supongo que, si el usía pasó por alto el traserazo julipié para otorgar la segunda oreja, fue contagiado por el ambiente festivo del coso venteño.

Debe reconocerse el esfuerzo de Manzanares exponiendo con la zurda ante un toro de Cortés relativamente íntegro de pitones, premiado con una oreja por cuenta del presidente, a lo mejor por haber ejecutado la estocada de la tarde. Tampoco emocionó Perera, no logrando algo digno de ser registrado como obra de arte. Paco Ureña quiso torear con pureza, pero el desaborío torete no estaba por la labor. El novillero Guillermo García cumplió su sueño y ojalá que le quede otro para su próxima oportunidad, cerrando la tarde después de casi tres horas y media en las que la emoción no brilló ni siquiera por su ausencia, aunque ya hubiéramos querido tener en el pueblo un festival como este.

Las guirnaldas que colgaban sobre las barreras recordaban la efemérides que se celebraba, las telas en sobrepuertas y balconcillos mostraban el colorido habitual de los tendidos y los grupitos de personas pixelados al tresbolillo demostraban que es factible llenar las Ventas con seguridad sanitaria, mientras en el ruedo las lidias se reducían a sus mínimas expresiones, con ridículos tercios de varas y banderillas de puro trámite, por supuesto sin perder el objetivo de las orejas. Como fuere.

En un ínterin, Miguel Abellán se lució explicando que lo que se estaba viendo era un claro ejemplo de que en las Ventas se podían dar toros con garantías, como así ha demostrado el comportamiento ejemplar del público. Entonces, ¿cuál es el problema para que no empiece la temporada?, señor de los Asuntos casi no Taurinos.

Pierda quien pierda en las elecciones, ¡qué pena Madrid!

José Luis Barrachina Susarte