El rostro afilado y serio de Manuel Perera recordaba a un arlequin picassiano por su honda tristeza, cuando el jurado de la final otorgaba el premio al murciano Jorge Martínez. Lo de menos, quizás sea el premio; lo mejor ha sido la heroica lucha que han mantenido estos novilleros, creando una rivalidad de las que hacía tiempo no veíamos.

Empresarios habían en el festejo, entre otros, Cutiño; y sería espléndido que tomaran nota para próximos eventos. La «Fiesta» necesita de verdaderas rivalidades, como antaño lo fueran El Viti y Camino, Pedrés y Montero o Litri y Aparicio. Tanto Perera como Martínez han dado una dimensión de novilleros con vitola de figuras. Sus estilos son contrapuestos, ambos conectan con los públicos, en sus trasteos hay garra, y las ansias de superación las llevan al límite.

El festejo tuvo novillos de tres ganaderías: Torrestrella, Ana Romero y El Torero. Sin dudas, el peor lote se lo llevó Jorge Martínez. En concreto, un cárdeno de Ana Romero le puso las cosas difíciles, sacando casta y el sentido propio de la sangre «santacoloma». Vendió cara su muerte y fue una verdadera pesadilla para la cuadrilla del novillero murciano. En el quinto, procedente de El Torero, Jorge Martínez le sacó el buen fondo que tenía y además lo liquidó de un soberbio estoconazo. Dos orejas y un público que suplicó el rabo, pero la presidenta no lo concedió. El banderillero Alberto López «Niño del Barrio» puso el mejor par de la tarde.

Puede que Juan José Padilla, apoderado de Perera, ande intentando explicar a su podernante las causas del resultado. Ya, en el último novillo, Padilla le rectificó en varias ocasiones acerca de los terrenos para entrar a matar. Pensamos que al novillero extremeño, ansioso por cortarle las orejas, le pudo la tensión emocional, y el trofeo conseguido le supo a poco. Puso mucha entrega en cada momento, valor, ganas de triunfar. Pero hay algo que el joven Perera debería comprender. El toreo no sólo se nutre de arrimones continuados, de sentir el calor de los pitones en los alamares. Es mucho más que eso. Hoy, el toreo fundamental lo hizo Jorge Martínez, que además estuvo valiente, pero sin hacer ostentación de ello. En el subconsciente del novillero extremeño puede que bailen los reflejos de otro extremeño: Miguel Ángel Perera.

En definitiva, fue una tarde para recordar, en una plaza cubierta como la de Atarfe; que abría sus puertas después de cinco años sin celebrar festejos. Calor tórrido de más de cuarenta grados, para un duelo que sí tuvo mucho de verdad, y que abre un esperanzador futuro a dos auténticos fajadores del toreo. Eso sí, de nuevo, un sobresaliente se va de la plaza sin que nadie le permita dar un triste capotazo…

Giovanni Tortosa