-Soy animalista, tengo cinco perros y tres gatos. ¡Me encantan, son como mis hijos! ¿Y tú, supongo que también te gustarán?
-Bueno, yo tengo un par de ratas.
-¡No puedo creerte!, ¿me estás tomando el pelo? Aparte de incredulidad, pone cara de asco, de repugnancia. Mientras, el joven interpelado no entiende esa actitud por parte de la mujer que le acompaña en la cena, que dice ser defensora de los animales.
Dicho diálogo se produce en el gran barómetro del estupidiario televisivo llamado «Fist Dates». No existe espacio televisivo donde suelten más estupideces por minuto. Los participantes se autoproclaman en su gran mayoría «animalistas», exhiben abundantes tatuajes, suelen ser de ideología comunistoides y están en contra de todo aquello que revista un poquito de sentido común, un mínimo sentido estético, o un poco de raciocinio.
Aberraciones por parte de estos «animalistas» de salón hemos escuchado a centenares; les dejamos una perla de las más recientes: un joven dice ser amante de la carne y le gusta comer un buen chuletón de vez en cuando; los ideólogos del programa le han colocado a una pseudo-adolescente progre como partenaire. Ecologista, animalista a ultranza, vegana, se ruboriza por los exóticos gustos de su eventual pareja. De sus ojos vidriosos saltan chispazos de repulsa y animadversión: «Antes de comer un trozo de carne animal me comería a una persona». -Ésta fue la sentencia que regaló a su compañero que a su vez le miró como quien observa una de esas criaturas histéricas de las pinturas negras de Goya.
Desde la balconada de un hotel madrileño, vivimos durante un par de horas curiosas sensaciones: frente al hotel se situaba un pequeño parque público y podemos decir que se transformaba en parque temático donde se daba cita todo un carrusel de mascotas junto a sus acompañantes. Dicho parque lo habían tomado como un cagadero para perros. Algunos propietarios recogían los restos y otros ni se molestaban. Lo peor de todo esto no era la cosa escatológica, lo más patético de todo era ver cómo estas personas eran dirigidos y llevados al socaire y capricho de los animalitos.
Lo vivido en Madrid nos dejó huella como para socavar nuestra psiquis, sentir como el ser humano había retrocedido hasta situarse como verdadero esclavo de los animales nos dispuso a contactar con un experto en el tema. Hablar con un educador o amaestrador de perros, tal vez nos dejaría más claras las cosas.
«Creer que un perrito es tu hijo es la mayor estupidez que puede expresar un propietario».-Nos dice Roberto García, amaestrador de perros. «Los perros tienen que seguir siendo animales, toda intención de cambiarlos es un disparate, propio de personas no muy equilibradas emocionalmente». Le expliqué a Roberto mis sensaciones al respecto del parque madrileño, de cómo las mascotas se empoderaban de sus dueños. «Es lo normal cuando no se tiene conciencia de lo que representa el animal, y de no querer enterarse que quien domina la situación es el propio animal».
En el transcurso de la charla, Roberto nos hace ver las grandes diferencias entre un perro educado y amaestrado a los que no lo están: «puedo ir por la ciudad con mi perro sin necesidad de llevarlo atado, porque siempre responde al lenguaje que tenemos entre ambos. Nunca se va excitar por ver a otro perro en la calle, mientras los no educados se soliviantan ante la presencia de otro, el dueño les presiona con la correa y eso crea mayor violencia en el animal; esto confirma que la persona apenas conoce ni tiene dominio sobre el propio animal».
«Cuando viene algún cliente para adiestrar su perro, de inmediato me preguntan cuáles van a ser los métodos».-Precisa Roberto. «Les explico que hay que aplicarles lo que llamamos terapia de conducta, e inmediatamente les noto expresiones de extrañeza. Les hago saber que se les tratará con técnicas propias para animales, no para personas, y ahí es donde algunos se encogen de hombros y deciden no aceptar el tratamiento».
Por lo que cuenta Roberto, los dueños de perros no asumen que les griten o fustiguen a sus cachorros para educarlos; es parte fundamental a decir de los expertos; el diálogo entre ellos no puede ser como una escena de «Romeo y Julieta» o un diálogo entre Ángela Merkel y Rajoy.
Giovanni Tortosa
Fotografía, el preparador Roberto García junto a uno de sus pupilos.