Aquellos aficionados discrepantes de las escuelas taurinas, podrían ver al joven novillero Iker Ruiz, como a los  novilleros de los sesenta en el pasado siglo; aquellos que el hambre por torear les consumía. El ejemplo de Iker es palpable: atesora los valores taurinos de otras épocas, pero se está haciendo torero en la escuela de Alicante, bajo los auspicios de Paco Palazón. Por tanto, las escuelas no fabrican lidiadores en serie, como si fueran factorías coreanas.

Este pasado domingo, día 24, tenía su presentación en público en el centenario coso de Yecla. Acartelado en un festival, que no era precisamente benéfico, como los de antaño, junto al televisivo Canales Rivera, el torero de Cehegín, Antonio Puerta y el rejoneador de Orihuela, Salvador Gil.

Más que discreta actuación fue la de Salvador Gil. El maestro gaditano de la saga Rivera puso garbo y pinturería, con un compromiso torero más que justo, un tanto perfilero en su trasteo. Afloró su más que consumado oficio por tantos años que lleva en esto.  Su toreo no arrebató al público de Yecla. Otro caso bien diferente es Antonio Puerta, a  pesar de los años transcurridos desde su alternativa y sin un futuro medianamente claro a la vista, sigue preparándose cuál novillero incipiente. Su estilo clásico, refinado y exquisito le podría llevar al menos, a salir de su habitual zona, a despegar y actuar en otras plazas, pero en sus inicios se cruzó un ángel exterminador, y que al igual que a otros toreros murcianos les dejó clavados sus colmillos vampíricos. Ahora, y gracias a la empresa Tauromagia le podemos seguir viendo.

¿Y qué sucedió con el novicio Iker?   ¿Alguien se acuerda de los zarpazos de Manili en Las Ventas?, del arrojo titánico del maestro Ruiz Miguel, del tesón a prueba de balas de Espartaco?  Pues algo parecido vino a mostrarnos el jovencísimo novillero; y mientras los maestros acompañantes habían expresado lo que llevan dentro junto a unos novillitos cómodos, suaves, nobles hasta decir basta, aunque  blandos y flojos de remos,  el discípulo de Francisco José Palazón tuvo que tragarse la mala guasa de un eral manso, aquerenciado en tablas, y que desde el inicio capotero daba señales de ir al muñeco, en vez de las telas.

Tuvo mucho mérito lo de Iker, y que el público supo reconocer, valorar y premiar. Irse a toriles para recibir aquel manso con una larga cambiada, intentar domeñarlo con el capote y después con la muleta citarlo desde el mismo centro del anillo de rodillas, a sabiendas del peligro inherente puso a los aficionados a cavilar. Incluso, en el callejón se escucharon comentarios de profesionales acerca de la probabilidad de que aquél eral estuviese más toreado que un toro lidiado por Enrique Ponce. Un revolcón y varios intentos de llevárselo por delante surgieron de inmediato, pero sus ansias de triunfo le coronaron como el héroe que todavía da consistencia a este arte singular, y que le aleja de un simple ballet en torno a un animal, tan de actualidad en la tauromaquia actual.

Una estocada entera en la suerte contraria finiquitó al bicho. Entonces el público que cubrió media plaza solicitó los trofeos con mayor mérito y peso del festejo. Dos orejas nada frívolas, de verdad. Un festival que estaba diseñado para el triunfo de Puerta, pero, ¿y qué hubiese pasado si a Iker le ponen también jamón «pata negra» como les pusieron a los maestros, en vez de chóped y encima deteriorado?

El ganado lidiado por rejoneador y maestros provenía de Salvador Domecq, mientras el infumable eral de Iker venía de «El Rellano». Algunos medios califican como añojo el animal del Rellano, pero nosotros lo vimos como un eral de escasa presencia, aunque con las ideas perversas de Falconeti. No olvidemos que estamos a final de temporada y la limpieza de corrales es como la llegada de la primavera en el  «corte inglés».

Al finalizar dicho evento, el público salió del coso alabando el inusual valor casi espartano demostrado por un joven que con apenas quince años recién cumplidos roza  eso que siempre se llamó: «asustar al miedo», y de eso podría hablar Pepín Liria que lo disfrutó y sufrió como alumno.

Giovanni Tortosa