Para esta entrega de los toros ilustres, no hay más remedio que remontarse a la Corrida de la Prensa de Madrid, del 19 de julio de 1982. Año aquel, sin duda, extraordinario en lo taurino, extraordinario en lo de Victorino: solamente un mes y diecinueve días antes se había producido la que se denominaría, más adelante, la corrida del siglo.

Por aquellos entonces, era algo habitual que la Corrida de la Prensa se celebrara en formato de corridas concursos. En ese cartel se enchiqueraron uno de Miura, Hernández Pla, Victorino Martín, Salvador Guardiola, Fermín Bohórquez y Celestino Cuadri, para Manolo Cortés, José Antonio Campuzano y Ortega Cano. Ya ven: variedad de encastes al más puro estilo. En esta sección, se querría destacar al toro histórico, por las circunstancias y no por el juego, de Victorino, lidiado en tercero lugar y de nombre Belador. Sí, el primer y único toro de la historia indultado en Madrid.

Las corridas concursos se distinguen por el especial protagonismo de los toros en el tercio de varas. Sin embargo, este toro fue una gran excepción. La primera vara la tomó al relance. Sin colocarse, desde dentro hacia fuera. Embistió el toro para los exteriores, con un solo pitón, derribando al caballo. En el segundo manifestó un mejor comportamiento, claramente. Se arrancó de lejos, con alegría, galopando. Metió la cara en el peto, metiendo riñones… Y llegó el último puyazo. También se ubicó en la larga distancia. Sin embargo, cabeceó en el peto, claro síntoma de mansedumbre, puesto que pretende quitarse la puya… Por tanto, el comportamiento del toro en el caballo fue a menos, precisamente, todo lo contrario de lo esperado por un toro bravo.

Toro de escaso recorrido, obligando a Ortega Cano citar con la muleta retrasada. Haciendo que el toro ganara algo de recorrido. Con la principal virtud de la humillación. En un contexto de apogeo de Victorino y con una mayor facilidad reglamentaria para el indulto, las circunstancias llevaron a la negativa del tendido a que se matara el toro, claudicando finalmente el presidente. La dificultad mayor apareció para entrar el toro en chiqueros, con una mala doma de los cabestros (no era Florito aún). Se intentaron distintos mecanismos: desde soltar a un perro hasta a apagar todas las luces y dejar solo encendidas las de toriles. Tras dos horas de tentativas, Belador regresó a corrales con los mansos.

Por Juan Infestas Perez